Hace unos meses invitamos a Lluís Cantallops a un debate sobre el Plan Rabasa en el Colegio de Arquitectos de Alicante y allí manifestó con cierta extrañeza algo que lamentablemente debía hacernos pensar: «¿Quién ama a esta ciudad?». La frase se vinculaba a la escasa preocupación manifestada por parte de los colectivos ciudadanos ante las pérdidas de los bienes patrimoniales y urbanos y, por supuesto, ante la nula custodia ejercida por quienes los administran y están obligados a cuidarlos.

Alicante ha sido una ciudad de provincias privilegiadamente situada, con una discreta economía, una aceptable calidad urbana coherente con aquella y un determinado carácter ambiental. Cualidades que ha ido paulatinamente perdiendo en paralelo al proceso de desarrollo de la industria de la construcción en las últimas décadas.

Ante semejante realidad sólo cabe la tenaz insistencia, por parte de quienes sí retienen cierta conciencia de una realidad atrozmente devaluada, en descubrir públicamente esa realidad mostrando alternativas más enriquecedoras y neutralizando influencias de preocupante perversión.

Pensemos en cualquier ciudad de las que visitamos con placer y observaremos que lo que nos atrae de cada una es su particular carácter, que la diferencia de las otras y le confiere unos valores específicos e insustituibles. Esos valores son la suma de muchas cosas, pequeñas y grandes, que determinadas personas han tenido que cuidar, potenciar y valorar.

Pretendemos mediante este texto manifestar nuestra honda preocupación ante la suerte de determinados edificios y entornos urbanos que han configurado el carácter de nuestra ciudad, y si los perdemos o devaluamos estaremos siendo cómplices de quienes sólo se preocupan por los valores más superficiales de las cosas buscando el enriquecimiento, el voto fácil y el éxito a corto plazo.

Aunque ya se ha dicho casi todo de esta pequeña pero valiosa edificación, queremos incidir en sus cualidades específicas para albergar adecuadamente determinados usos que completarían los equipamientos de la zona o bien resultarían novedosas aportaciones para una renovada y actualizada gestión municipal.

El edificio tiene 2 plantas, una de ellas en semisótano aunque rodeada de luz y ventilación naturales. Las plantas son diáfanas y permiten gran transparencia y permeabilidad potenciando la relación con el paisaje vegetal que la acompaña y el disfrute de las vistas y de la presencia del mar.

Recuperar esos espacios para uso público sería lo deseable. Imaginamos, en su espléndida planta baja, una oficina de información municipal, que permita un contacto estrecho del Ayuntamiento con los ciudadanos, que ahora no existe; información turística para el visitante e información al ciudadano sobre las cuestiones urbanas que le atañen. Imaginamos, en su luminoso semisótano, un local vecinal para tratar los temas de interés colectivo, por ejemplo de la Junta de Distrito etcétera, o que fuera usado a requerimiento de interés social, por ejemplo para uso de nuevas tecnologías tan requeridas por la juventud actual?

Tiene planta libre de obstáculos, buena iluminación y ventilación, sobresaliente confort una vez restaurado... un privilegio para quien pudiera tener la suerte de poder usarlo y disfrutarlo. Sólo hay que querer verlo, querer.

Si los tosales de Santa Bárbara o San Fernando concretan la memoria de la ciudad histórica militar y las iglesias de Santa María o San Nicolás el ansia de trascendencia religiosa a lo largo de los siglos, pocos edificios reflejan de un modo tan transparente lo que fue la llegada ilusionada del progreso durante el siglo XIX como las estaciones de ferrocarril. La ciudad actual es la heredera de aquel impulso y, en consecuencia, el abandono o la pérdida de cualquiera de las estaciones significaría un perjuicio similar a la desaparición de aquellas obras militares o religiosas.

La estación de Benalúa levantada por la Compañía de Los Andaluces (M. Alimandi, ing., 1885-1888);, ahora abandonada, era la puerta que abría la ciudad hacia el sur y su arquitectura expresa el enfrentamiento entre el modo de entender el futuro urbano de los ingenieros, que construyeron la cubierta de los andenes, y de los arquitectos que mostraban en los edificios que los rodean la nueva imagen de la ciudad emergente. Sus generosos espacios y los terrenos que la circundan poseen una capacidad óptima de reutilización que debería ser el lugar donde encontrasen acogida las actividades que canalizan el progreso de la ciudad actual: actividades de promoción cultural y turística, espacio para grandes exposiciones itinerantes, realización de desfiles de moda, estudios de grabación de televisión y de cortometrajes, etcétera.

Un edificio y un entorno que requieren de una urgente intervención y puesta en valor. Nuestras administraciones tienen la palabra, sólo tienen que poner voluntad en ello? tienen que amar la ciudad.

Desaparecidos los cines Avenida, Monumental y Carlos III, entre otros, sólo queda como memoria de lo que supuso a lo largo de todo el siglo XX este fenómeno de masas el cine Ideal, ahora abandonado y sin uso. Con el cierre de estos locales, los espectáculos de masas (presentaciones de belleas del Foc, conciertos de grupos musicales o de bandas de música tan populares entre nosotros, festivales de cine, mítines políticos, espectáculos teatrales, ciclos de conferencias, etcétera); han sido expulsados del centro urbano o se ven constreñidos al Teatro Principal, o entidades bancarias, con una programación saturada y condiciones no siempre adecuadas para acogerlos.

El cine Ideal, obra del arquitecto J. V. Santafé (1924-1925);, no sólo es la memoria construida de lo que ha representado el cine a lo largo de casi un siglo sino que se revela como el lugar idóneo, por su centralidad y por las condiciones de su sala, para alojar los nuevos espectáculos que necesita una ciudad moderna de la dimensión y escala de Alicante. Su puesta de nuevo en uso, de acuerdo con sus posibilidades y condiciones, multiplicaría la escasa e insuficiente oferta de ocio cultural de la ciudad complementando desde la iniciativa pública las programaciones de un organismo privado como el Aula de Cultura de la CAM u otras, lo que redundaría en beneficio general para sus habitantes.

Resulta además indispensable que una calle como la avenida de la Constitución, de las pocas, o casi la única, que presenta una dimensión acorde con la escala de sus edificaciones y una coherencia y valor ambiental muy notable, pueda ser respetada como tal? hay que amar la ciudad.

Junto con los edificios escolares, los sanitarios representaron la apuesta decidida de las autoridades de la Segunda República por mejorar las condiciones de vida urbana. Un reto que asumieron con entusiasmo los arquitectos modernos funcionalistas. No es casualidad que Miguel López, el principal arquitecto que trajo a Alicante este impulso, sea el autor de los grupos escolares de San Blas, Los Ángeles, Las Carolinas o Benalúa (incomprensiblemente derribado); así como del Sanatorio del Perpetuo Socorro y del Instituto Provincial de Higiene (proyecto de 1933-1935);, ambos levantados ya en la posguerra aunque conservaron la pureza y racionalidad arquitectónica que los alumbró.

Junto con el colegio de Campoamor y el antiguo Observatorio Meteorológico, el Instituto Provincial de Higiene, ahora dependiente de la Conselleria de Sanidad, se integra en un gran vacío público con vocación de ser una rótula urbana de primera magnitud en la ciudad del siglo XXI y que está reclamando con urgencia un ambicioso proyecto urbano que concrete esta vocación. Un proyecto que debería recoger, como condición irrenunciable y enriquecedora, la integración, no sólo de los usos tradicionales que ahora tiene como el mercadillo, sino también todas estas piezas de la arquitectura histórica, evitando que se produzcan nuevos derribos innecesarios y perjudiciales como ya ha ocurrido con el desaparecido convento de capuchinos que se encontraba en ese entorno.

El citado edificio, integrado en un proyecto urbano integral, podría perfectamente rehabilitarse y actualizar sus instalaciones para albergar un centro de salud, con lo cual seguiría dependiendo de la Conselleria de Sanidad y resolvería un servicio público necesario en la zona.

Propiciar ese proyecto urbano requiere voluntad política, implicación de los intereses colectivos y compromiso? también amar la ciudad.

Los edificios en torno a un claustro se han revelado a lo largo de la historia como idóneos para alojar todo tipo de usos colectivos. Una flexibilidad que se pone en evidencia en este edificio proyectado por el arquitecto J. Conesa (1926-1929); como convento y que sucesivamente fue destinado a hospital de sangre durante la Guerra Civil y adecuado posteriormente para dependencias militares. Una obra, por lo tanto, que más allá de los indudables valores formales, arquitectónicos y espaciales que posee, permite su fácil adaptación para dotar de servicios públicos a los barrios de su entorno urbano debido, no sólo a su emplazamiento, sino también al espléndido jardín que la envuelve.

La mejora y adecuación de sus usos actuales o la instalación de otros como un centro geriátrico, un hospital de día, un complejo asistencial, locales para la tercera edad o cualquier otro uso público, no debería implicar en ningún caso la alteración o destrucción de aquellos rasgos y elementos que le confieren su carácter e identidad.

Los equipamientos citados serían muy bien acogidos en ese emplazamiento? amando la ciudad.

Proyecto de ordenación de la Montanyeta (1931, Sebastián Canales, ingeniero; Miguel López, arquitecto); y estado actual.

La Montanyeta fue un obstáculo topográfico que condicionó durante siglos la ampliación de los recintos amurallados y que quedó sin resolver encajado entre la Ciudad Nueva y las propuestas del ensanche en el siglo XIX.

El planeamiento desarrollado por los técnicos municipales Sebastián Canales (ingeniero); y Miguel López (arquitecto); a partir de 1931 abordó este problema urbano planteando una ordenación que, además, solucionaba correctamente el diseño de las manzanas con su patio central, corrigiendo así una grave carencia del plan de ensanche de Alicante y cuyas consecuencias de congestión aún padecemos.

La Guerra Civil hizo que las obras de edificación que daban cabal conclusión a la propuesta urbanística se realizaran en la década de 1940. Los edificios del Gobierno Civil, el Obispado, las viviendas para militares y las delegaciones de Hacienda y Obras Públicas configuraron un espacio urbano singular y único en todo el País Valenciano dando forma al nuevo poder surgido de la contienda.

Un espacio que en la ciudad se convierte en el contrapunto y el remate de un eje urbano relevante que, pasando por el Portal d´Elx y la calle de San Francisco, tiene su origen en la arquitectura que representa el poder ciudadano reflejado en la plaza y edificio del Ayuntamiento.

La manzana constituida por las viviendas militares es la única que conserva sin fisuras la propuesta urbanística original al mantener como espacio ajardinado el patio central y cerrar con una edificación uniforme el perímetro sin alterar la densidad prevista. Su desaparición supondría eliminar la única construcción que nos recuerda todo este episodio urbanístico y, además, implicaría desvirtuar gravemente el conjunto de edificio públicos que se levantaron coetáneamente aumentando la densidad en una zona ya congestionada.

Cuidar lo que tenemos, las muestras de nuestra historia, significa de nuevo amar la ciudad.

1931: Proclamación de la Segunda República en la Plaza del Ayuntamiento.

La plaza del Ayuntamiento es el lugar más emblemático de la ciudad histórica al haber sido el escenario de los acontecimientos más importantes de la historia de Alicante y enmarcar el Palacio Municipal que es su edificio público más representativo. Conformada en sus orígenes como un ensanchamiento triangular con edificios porticados, tras una explosión que destruyó la académica Casa Consulado se le dio la forma actual con una ordenación uniforme que recuerda las plazas mayores (Miguel López, arquitecto, 1944-1945); y que realza la espléndida arquitectura barroca del propio Ayuntamiento. Sin embargo, en la actualidad se ve reducida a ser un simple aparcamiento cerrado para uso exclusivo de la Corporación, lo que desvirtúa gravemente su valoración y significado.

Recuperar esta plaza para uso peatonal exclusivo (como han hecho con sus plazas mayores otras ciudades como Madrid y Salamanca, por ejemplo); o, si acaso, permitiendo un tráfico de paso rigurosamente controlado y restringido, sería un modo de devolverle el carácter y calidad espacial y urbana que sin duda, merece.

En las primeras décadas del siglo XX el organismo estatal de Correos y Telégrafos inició una política de concursos públicos para dotarse de edificios representativos en las principales capitales. Así se levantó el magnífico edificio del Palacio de la Comunicaciones de Madrid en la plaza de Cibeles y, de una forma paralela y a una escala menor, el edificio de Correos de Alicante (arquitecto Luis Ferrero, 1916); en la plaza de Gabriel Miró. Esta obra sustituyó a la prisión de la Casa del Rey, demolida tras levantarse la nueva Cárcel Modelo en Benalúa, hoy destinada a Palacio de Justicia.

Parece que la política de Correos en la actualidad es bastante menos ambiciosa y comprometida con el conjunto de la sociedad, porque abandona a un deterioro galopante el edificio de su propiedad e inicia de un modo poco decidido su recuperación, convocando concursos casi clandestinos y sin garantías suficientes.

Como Colegio Territorial de Arquitectos de Alicante queremos hacer pública nuestra protesta ante esta política, timorata y poco eficaz, que condena a un dudoso futuro a la arquitectura pública. Se hace necesario de nuevo amar la ciudad.

Si hay en nuestra ciudad y en toda la comarca de L´Alacantí un conjunto construido que sintetiza de una manera excepcional la memoria histórica del trabajo industrial a lo largo de más de dos siglos es la Fábrica de Tabacos. No sólo es el edificio religioso más importante levantado en nuestra ciudad en el siglo XVIII sino que la incorporación de nuevas piezas arquitectónicas a lo largo del siglo XIX le confiere un valor singular como arquitectura industrial. Si a este carácter histórico y monumental añadimos las posibilidades espaciales y de usos sociales y públicos que tiene comprenderemos que estamos ante la oportunidad de crear un hito singular en la ciudad como pocas veces ocurre. Por eso, como Colegio Territorial de Arquitectos de Alicante, queremos manifestar nuestra preocupación porque se desaproveche esta ocasión con decisiones precipitadas, desfigurándolo de manera irresponsable, destruyéndolo parcial o totalmente o destinándolo a fines que no redunden en el beneficio general.

Tenemos referencias de otras ciudades del mundo donde un conjunto industrial de este tipo ha sido adaptado para uso multifuncional y el éxito ha sido asombroso (véase las antiguas naves del edificio SESC de Lina Bobardi en Sao Paulo, paradigma de la vida democrática ciudadana);. Un lugar donde puedan encontrarse jóvenes y mayores, para hacer deporte, o jugar a las cartas, leer, realizar talleres para adultos o niños, etcétera, todo un abanico de posibilidades que, agrupándose, derivan en situaciones inéditas y muy enriquecedoras. En Alicante, conseguir un centro de este tipo significaría cuidar y amar la ciudad.

La plaza de Séneca era el único espacio libre previsto por el Ensanche en esa zona de la ciudad que, sin embargo, fue posteriormente ocupado con la construcción de la Estación de Autobuses (arquitecto Félix de Azúa (1943-1947);.

Es un edificio que apuesta por una arquitectura funcional y por hacer patente el uso de un material moderno como el hormigón armado en la bóveda de su sala de espera y en las marquesinas de los andenes, aunque el edificio se camufle con lenguajes historicistas como tributo a las directrices políticas del momento. De este modo, recoge y manifiesta las características propias de la arquitectura española de cuando se construyó. De ahí su valor. Si el uso como estación de autobuses ya no es el que demanda la situación actual, eso no significa que el edificio haya quedado obsoleto y se deba demoler. Por el contrario, sigue teniendo valor arquitectónico y posee cualidades espaciales relevantes para todo tipo usos públicos. Como Colegio Territorial de Arquitectos de Alicante queremos llamar la atención sobre estas posibilidades del edificio de la Estación de Autobuses para que se inicie el proceso de su recuperación total y su reutilización pública y colectiva, si deja de destinarse a la actividad que ahora desempeña.

El gran espacio abovedado resultaría óptimo para albergar un espacio comercial con espacios ajardinados públicos; o un mercado, que junto al espacio exterior posibilitaría albergar comercio de antigüedades, de libros usados, etcétera. Algo que existe en todas las ciudades y que dinamizaría la actividad de toda la zona, potenciando su vocación comercial... amando la ciudad.

Desde el lugar donde estaba el monumento a los Mártires de la Libertad, ahora ocupado por un homenaje al ejército de un gusto fogueril más que dudoso (entre otras cosas porque no se quema la Nit de Sant Joan como el resto de fogueres);, hasta el monumento a Canalejas; desde la casa Carbonell del arquitecto Juan Vidal, un edificio singular de la ciudad que refleja el eclecticismo de una burguesía primorriverista segura y confiada, hasta la casa Alberola del arquitecto Guardiola Picó, ejemplo primerizo en Alacant de densidad abusiva, y desde el Café del Puerto en el muelle de Levante hasta el bar Noray en el quiebro del muelle de costa ambos del arquitecto Javier García-Solera, dos obras excepcionales (tanto por su calidad como por lo poco que abunda la buena arquitectura actual en nuestra ciudad);, se extiende la Explanada de España.

Este espacio ha ido reflejando con fidelidad notarial el curso de la vocación urbana de Alicante especialmente durante los dos últimos siglos. Las transformaciones de mediados del siglo XIX cambiando El Malecón de tradición portuaria y defensiva que daba la espalda a la ciudad por un paseo, las reformas de finales de ese siglo con la incorporación de un templete de música frente al Casino y con la plantación de palmeras que apuntaban ya su estructura posterior, y la eliminación de la verja que la separaba del puerto con la reforma llevada a cabo en la década de 1950 por Miguel López confiriéndole ese aire veraniego, amable y carioca que aún conserva, son los ejemplos más elocuentes. También las actuaciones de las últimas décadas, como el amueblamiento del muelle de costa o la solución adoptada en la peatonalización parcial de la calzada interior, son un claro reflejo de este hecho y demuestran la escasa sensibilidad que las autoridades responsables han tenido últimamente para el ornato urbano.

El Plan del Centro Tradicional, que incluye también a la Explanada, debería haber sido sensible a la evolución histórica de este paseo y haber previsto su adaptación adecuada a las necesidades actuales de todo el conjunto, buscando soluciones coherentes. Y una de esas posibles soluciones, tras un estudio riguroso del tráfico, debería garantizar la descongestión que ahora sufre la densa trama del centro urbano. Recuperar para un tráfico controlado la calzada peatonalizada de manera chapucera parece, a primera vista, algo viable que redundaría en esa dirección. Cuando hablamos de un tráfico controlado queremos decir que no se trata de convertir esa calle en una travesía o en una vía urbana rápida que suponga una barrera, como ahora ocurre con la calzada del muelle, sino en algo que es compatible con el uso peatonal prioritario de todo el paseo.

Hay ejemplos abundantes de que esta mezcla no sólo no resulta negativa sino que es muy beneficiosa para la vitalidad de una zona. Basta pensar, como ejemplo próximo, en las Ramblas de Barcelona. Sin tráfico no serían lo que son: una de las vías urbanas con más vitalidad del mundo. Y desde luego no creemos que a nadie se le ocurriera proponer su absoluta peatonalización porque supondría su decaimiento casi seguro. ¿Por qué no puede ocurrir lo mismo en nuestra Explanada?

Por supuesto no estamos lanzando soluciones definitivas, que no pueden venir definidas en un artículo periodístico, sino ideas cuyo éxito o fracaso dependerían, en gran medida, de la manera en que se concretaran en proyectos y obras. Y éste es un cometido que corresponde a los responsables urbanos, que deben tomar las decisiones oportunas, y a los proyectistas que deben recogerlas en diseños coherentes capaces de reforzar, a la vez, la vocación de este paseo demostrada a lo largo de siglo y medio y las necesidades y conflictos pendientes de resolver que ahora tiene la ciudad.

Recuperar la Explanada, tanto tiempo siendo el símbolo de reconocimiento de Alicante y hoy, lamentablemente, en plena degradación, sería una decisiva prueba de amor por la ciudad.