No es aún medianoche cuando los primeros jóvenes hacen acto de presencia en la zona golf de la playa de San Juan. Cargados con botellas de alcohol y de refrescos, se cruzan con los pequeños que disfrutan de sus últimos minutos del día en los juegos infantiles. Y todo en presencia de policías locales que, además de supervisar el acceso a la zona con un control que la noche del viernes se levantó sobre las 00.30 horas, impiden desde primera hora que los jóvenes se concentren en las escaleras y los espacios verdes situados en el entorno del campo de golf, epicentro del botellón en la época estival en la ciudad de Alicante.

Los habituales aseguran que el viernes es la noche de los adolescentes, que llegan en manadas al golf.

Muchos acceden a la zona en TRAM, a través de la parada situada en la calle Francisco Cano, a las espaldas de los pubs. Cada media hora, aproximadamente, desembarcan en la zona decenas de chavales, todos uniformados según marca la moda este verano.

La mayoría se dirige hacia la rotonda en la que confluye las avenidas de las Naciones, Vicente Hipólito y Oviedo. Otros ya van cogiendo posición en un descampado próximo. Y los menos, en pequeños grupos, se reparten por otras zonas del golf, más cercanas a los núcleos habitados.

Unas obras en el espacio habitual han obligado a los jóvenes a buscar una ubicación alternativa para el botellón. Este verano, el punto de encuentro se ha desplazado unos trescientos metros, en dirección a Sant Joan por el puente de las avenidas de las Naciones, donde ya no hay espacio para los coches y su inherente música a tope de decibelios. «Aquí molestamos aún menos a los vecinos, porque estamos más lejos que otros años, cuando el botellón se hacía más cerca del golf», asegura una joven alicantina, que apenas supera la mayoría de edad, quien señala que son los propios policías quienes recomiendan que ocupen la zona oficiosamente habilitada para el botellón: «Imagino que prefieren tenernos aquí, todos juntos y alejados todo lo posible de las casas. Si nos ven por otras zonas, nos dicen que vengamos aquí, donde no nos ponen problemas, sólo vigilan para que estemos en el descampado o en las aceras, lejos de la carretera».

Desde ese punto, las viviendas más cercanas están situadas a menos de cien metros en línea recta. De hecho, residentes de la zona anunciaron esta semana que crearán una plataforma para luchar contra el botellón, aludiendo al exceso de ruido y a la suciedad en verano y denunciando la pasividad del Ayuntamiento. En respuesta a las quejas vecinales, el concejal Juan Seva anunció días después el aumento de la presencia policial en la zona, previsto ya para este fin de semana. En la primera quincena de julio, la Policía impuso 174 sanciones de 90 euros por consumo ilegal de bebidas alcohólicas en vía pública.

El jueves y el sábado, dicen los habituales, son los días de los «mayores», mientras que los viernes se concentra una mayor parte de adolescentes. En la noche del pasado viernes, ecuador de las jornadas con mayor afluencia de personas a la zona, apenas se registraron incidentes, más allá de las molestias que ocasionan cientos de jóvenes reunidos en torno al botellón. «Somos estudiantes, no podemos pagar ocho euros por una copa en un pub. Preferimos venir aquí, tomarnos algo y luego, eso sí, irnos a bailar a los locales», asegura Álvaro, uno de los veteranos de la noche, de 19 años y universitario. Él se fue «pronto», sobre las 2 de la madrugada, otros estiraron más la noche. «Aquí hay gente hasta las cuatro», asegura.