­Cuando se dice que la vida no es un juego de niños, de alguna forma se está defendiendo que los más pequeños queden al margen de los problemas con los que los adultos deben convivir en su día a día. Y hay ocasiones en que merece la pena pensar que la vida es ese juego de niños, para dejar que sean ellos los protagonistas de un momento susceptible de calificarse como feliz, sin posibilidad de matiz alguno. No cabe duda de que el Carnaval infantil es uno de estos momentos; por unas horas, los más mayores se olvidan de todo lo que no sea hacer que los niños lo pasen bien, de una forma tan divertida como al mismo tiempo inocente.

A última hora de la tarde de ayer, los pequeños eran los reyes de la celebración carnavalera de Alicante, con la Rambla como epicentro de la fiesta. Un desfile a ritmo de batucada daba paso, junto con sus padres, a centenares de príncipes y princesas, de personajes de cómic, de indios y vaqueros, de piratas, de trogloditas, de payasos, de brujas... La inmensa mayoría, con el nexo de ir caracterizados de personajes sobradamente conocidos para el gran público, pero haciendo gala de esa inocencia propia de la edad. Nada que ver con el humor más gamberro que podría verse horas después en el mismo lugar.

Podía decirse que los disfraces más clásicos nunca pasan de moda, ya que los ejemplos citados anteriormente se repetían en muchos de los niños que abarrotaban la Rambla en torno a las siete y media de la tarde. No obstante, se veían algunas indumentarias con una buena dosis de ingenio, como la del grupo donde niños y mayores iban vestidos de bolos -junto con otros pequeños caracterizados como las clásicas bolas para derribarlos-, o la de unos niños y niñas ya lo suficientemente mayores como para acudir solos a esta fiesta vespertina y que iban disfrazados de fichas de dominó. Otro grupo destacable era uno donde todos iban vestidos de mariquitas, desde el más veterano hasta el más pequeño, todavía dentro del carrito y que no parecía disfrutar tanto como otros niños algo más crecidos.

Por ejemplo, había que ver qué bien lo pasaba un niño disfrazado de Pedro Picapiedra a bordo de un improvisado «troncomóvil», dirigiéndose rápidamente, impulsado por su padre, hacia la Rambla desde la avenida Alfonso el Sabio. También se veían otras escenas curiosas, como la de un niño disfrazado de vikingo -al igual que sus padres- que se encontraba en medio de la muchedumbre con un compañero de clase, vestido de Peter Pan como sus progenitores. O la de otra familia que podía ser calificada como el mismo demonio, con tridente y todo.

Superhéroes niños y adultos, junto a parejas de padre e hijo Darth Vader, militares de todas las edades y abejas, constituían otro grueso del plantel de disfraces. Más que por la originalidad de los atuendos, la cita destacaba por la multitudinaria afluencia y, sobre todo, por las visibles caras de satisfacción de niños y mayores; los primeros, por una razón obvia, y los segundos, por ver disfrutar a los más pequeños. Otro detalle que no pasaba desapercibido era que la inmensa mayoría de los niños presentes iban acompañados de sus padres -jóvenes todos ellos- y no de sus abuelos; demasiado jaleo, quizá, para estos últimos.

La hora de los más mayores

A medida que la tarde se iba consumiendo y dejaba paso a la noche, los más pequeños cedían el testigo a otros carnavaleros de más edad. En un primer momento, no obstante, era el turno de los chicos y chicas algo más mayores, pero que tampoco podían extender mucho más la celebración y que la apuraban antes de volver a casa. Caso, por ejemplo, del grupo de adolescentes que, caracterizados como gángsters, tal vez se vestían de traje por primera vez en sus vidas; o de las dos chicas que, con simples pelucas «a lo afro», gafas enormes sin cristales y bigotes pintados, compartían unas risas al caminar por la calle.

Parte de los que se marchaban y los que llegaban confluían en la estación de trenes. Renfe habilitó, al igual que otros años, varios servicios especiales en la línea entre Alicante, Elche y Murcia, de los que a primera hora de la noche bajaban muchos jóvenes disfrazados. Muy probablemente todos acudirían a la velada del Sábado Ramblero, que al cierre de esta edición se vivía con intensidad y con ese toque gamberro que sí se da al combinar los más mayores los conceptos de noche y carnaval.