En los entornos eclesiales se cuenta que Jesús Murgui Soriano (Valencia, 1946) ya llegó acomplejado a Mallorca. Era plenamente consciente de que su antecesor, Teodor Úbeda, también valenciano, había calado hondo no solo en la diócesis, también en la isla, después de 30 años de episcopado, y no sería fácil superar el listón. Mientras tomaba posesión de la cátedra episcopal, el 21 de febrero de 2004, dedicó varios momentos a loar la figura del fallecido prelado, de quien, dijo, "hizo cosas grandes" y "dejó una profunda huella" en la historia reciente de Mallorca.

La puesta en escena de su primera eucaristía en la catedral palmesana dejó entrever algunos de los rasgos de la ideología de Murgui. Si Úbeda tenía fama de progre, él concelebró en el altar rodeado de los cardenales-arzobispos de Madrid, Barcelona, y Valencia –Antonio María Rouco Varela, Ricard Maria Carles y Agustín García-Gasco, respectivamente–, los más conservadores y reaccionarios de la Iglesia española. Pronunció su primera homilía en castellano y catalán, lo que confirmó los malos augurios a los sectores mallorquinistas –clero incluido–, que siempre sintieron próximo a sus postulados al malogrado Úbeda. Monseñor Murgui no dejó ese día ninguna frase estelar para el recuerdo, como tampoco lo ha hecho en los seis años que ya lleva como máximo pastor de la Iglesia mallorquina.

Murgui no ha concedido una sola entrevista a un medio de comunicación local desde su llegada. Unos achacan ese miedo escénico a su timidez extrema, una de las principales características de la personalidad del prelado. Otros, como el Vicario judicial de la diócesis, Nadal Bernat, defienden que el obispo "sí tiene pensamiento propio, solo que lo expresa a través de sus homilías y sus pastorales". Se sabe que Jesús Murgui condena el aborto o el matrimonio homosexual, pero algunos de sus fieles todavía esperan que censure los comportamientos inmorales de las decenas de políticos mallorquines implicados en casos de corrupción.

Mejor mantenerle en el prudente silencio de los muros del palacio episcopal, piensan algunos de sus acólitos, reacios a que el obispo hable fuera de los púlpitos. La excusa oficiosa es muchas veces que se le podría malinterpretar, sobre todo en clave política. En cambio, a Murgui no se le cayó el anillo de Pastor para tomar un avión y asistir a la eucaristía por la familia española tradicional en la plaza Colón de Madrid, organizada por el cardenal Rouco y apoyada por el PP.

Como suele hacer muchas veces cuando cruza el charco, Murgui se deja acompañar por su fiel guardaespaldas, el vicario general Lluc Riera. En tiempos de Úbeda, llegó a ser rector del Seminario mayor, sin que ello significara un aumento del número de novicios. En las sacristías mallorquinas se teme y se despotrica por igual del número dos de la diócesis, catapultado al poder desde la parroquia de San José Obrero de Palma. Cuando pisó suelo mallorquín, el obispo prácticamente sólo conocía a Riera, con el que había coincidido en Roma, donde ambos estudiaban Teología. Se convirtió en su aliado necesario, lo que le sirvió al mallorquín para colocar a sus hombres en los puestos clave de la jerarquía. Se especula todavía con que la única ambición de Riera –nada que ver con su antecesor, Andreu Genovart, "un hombre de pueblo"– es suceder a Murgui cuando finalmente el Vaticano le conceda su anhelado traslado, pero el vicario se ha ganado la enemistad de muchos párrocos de la part forana.

Cuesta encontrar a un presbítero mallorquín que no sonría sarcásticamente al preguntarle su opinión sobre el obispo. El clero isleño puede llegar a límites insospechados en su crueldad, lo que impide reproducir los gruesos calificativos sobre su prelado, relacionados con su aspecto físico u otros rasgos de personalidad, ajenos en todo caso a su labor pastoral. Paralelamente, ya con serenidad, la frase más repetida es: don Jesús es "un buen hombre", "muy buena persona", "alguien que reza mucho". La segunda parte de los comentarios tiene carga venenosa: "Sería muy buen párroco".

A Jesús Murgui no le falta formación. Realizó los estudios eclesiásticos en el Seminario Metropolitano de Moncada (Valencia), se licenció en Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca y se doctoró en esta misma disciplina en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Sin embargo, al clero mallorquín le disgusta que haya optado por hacer dejadez de sus funciones, permitiendo que sean Lluc Riera y su camarilla –especialmente su gran aliado Rafel Umbert–, "los verdaderos amos de todo", los que dirijan el día a día de la diócesis, y decidan los nuevos destinos de los rectores cual peones de un tablero de ajedrez. Cuando un sacerdote pide cita para hablar con Murgui, "siempre encuentra un bulldog delante", protestan los párrocos. Y ante cualquier petición de ayuda mundana, la respuesta de su Pastor es siempre la misma: "Rece mucho, rece mucho".

La curia "lo tiene como a un corderito, entre algodones, sin tocar la realidad", es otro de los lamentos sacerdotales. A Murgui le falta temperamento para regir una diócesis como la mallorquina. "El cargo le viene grande", es la conclusión reinante. De hecho, no tiene demasiada experiencia en menesteres episcopales. Ordenado sacerdote el 21 de septiembre de 1969, pasó por distintas parroquias valencianas hasta que en mayo de 1996 la Santa Sede le nombró obispo auxiliar de Valencia y titular de Lete, a la sombra del todopoderoso García-Gasco. Y de allí se vino a Mallorca.

A estas alturas, el mundillo clerical conoce de sobras el hartazgo del propio obispo, deseoso de ceder a otro el báculo y la mitra de Mallorca, pero no sale de su escepticismo: "Con Murgui, esto es ´mientras arde Roma, yo toco el arpa´. Pero quién sabe si luego nos envían al otro Nerón, y será peor", concluye apesadumbrado un sacerdote.