"Ahora voy a casa a besar el suelo". Era lo único que deseaba Paquita Ripoll al llegar ayer al aeropuerto de Manises, en vuelo directo desde Roma. Tras el terrible naufragio en el que se vio envuelta sólo quería sentir volver a la realidad cotidiana del hogar y abrazar a sus hijos. Allí les esperaban, tanto a ella como a su marido, Jesús Olivares, ambos vecinos de Altea. Nada más pisar la terminal valenciana la emoción se apoderó de la familia.

Se embarcaron el pasado lunes en Barcelona. El viaje era un regalo de los empleados del local que regentan en Altea, "El Chiringuito". Lo que más recordaba Paquita, aquello que se le ha quedado grabado en la memoria, es "el golpe tan seco y el apagón que nos dejó a oscuras". También, la imagen de Guillermo Gual, el turista balear de 68 años que ya forma parte de la lista de fallecidos. Lo conocieron a bordo del "Costa Concordia" e incluso compartieron momentos con su familia.

Cuando se produjo el golpe contra la roca estaban en el salón. Según recordaba su marido, "el capitán dijo que era una reparación de unos minutos", pero un rato después la gente salió corriendo en busca de los botes salvavidas. "Era una avalancha con niños...y veías que el barco se iba inclinando", apuntó. Consiguieron salir en una de los botes desde donde avisaron a su hijo por móvil de que la embarcación había sufrido un accidente y que ellos estaban a salvo. Su hijo explicó ayer que esa fue la primera noticia que tuvo del naufragio. "Pensaba que era una broma", decía el joven.

Jesús explicaba que "la farmacia abrió las puertas de par en par y nos dijeron que cogiésemos lo que hiciera falta. La gente además no daba sábanas y ropa". Paquita indicó que pasó la noche en el puerto viendo pasar los equipos de salvamento, y descansando por momentos en la parroquia. La noche del sábado la pasaron en el hotel Hilton de Fiumicino. "No te imaginas esa mole tan monstruosa boca abajo...", indicaba la vecina de Altea, quien hizo relación con otros dos matrimonios de Alicante, Jose Luis y Salvadora de Benidorm, y con Silvia Aramburu y Ángel Pérez, dos vascos residentes en Torrevieja.

Silvia y Ángel también son restauradores, puesto que tienen un asador en el municipio de la Vega Baja. "Veíamos a gente saltar al agua, había pánico entre la gente, con muchos niños pequeños e incluso personas impedidas...", aseguró la mujer. Su marido apuntó que todos los objetos personales se quedaron en el crucero. "Veíamos a los buzos sacando gente. En la evacuación trabajaron desde los cocineros hasta los de la lavandería. Fuimos de los últimos en abandonar el barco", apuntaba Ángel, quien decía que "todavía en la cama todavía oía en mi cabeza el golpe". Su mujer sentenciaba: "Te creías que era una película". Ambos matrimonios quisieron destacar el trabajo de los diplomáticos del Gobierno español, "de 10". "Han estado con nosotros en todo momento, de hecho nos han acompañado hasta que hemos embarcado en Roma", señaló el vecino de Torrevieja.

También regresaron ayer a España otras dos familias de alicantinos. Minutos antes de las 20 horas, aterrizó en El Prat de Barcelona Víctor Galán, junto a su mujer Raquel y sus padres José y Mari Carmen. Desde ahí, cogieron su vehículo particular para emprender por carretera el ansiado regreso a casa. "Ha sido una experiencia traumática. Ahora, horas después del naufragio, nos estamos dando cuenta de la magnitud de lo vivido y de la suerte que hemos tenido de salir vivos", reconoció Víctor Galán.

En la misma línea de mostró Pablo Lázaro, cuyo avión tomó tierra a última hora de la noche, también en Barcelona. Su regreso a casa se demoró algo más debido a que el turista alicantino, acompañado por dos familiares, tomó el vuelo en el aeropuerto de Milán, a donde llegó en un vehículo facilitado por las autoridades españolas. "Luchamos cara a cara contra la muerte, fue angustioso. Sufrimos un pánico que nos costará olvidar", explicó Pablo Lázaro, de 64 años.