Martín, Román, Matías, Iván y Jonatan tienen entre tres y cinco años y juegan a perseguirse bajo el Puente Rojo de la Gran Vía en cuanto acaban las clases en el colegio Gabriel Miró. La situación, que sobre el papel parece inocente, hace saltar todas las alarmas porque la valla colindante, que separa a los niños del paso del tren, está rota y abierta de par en par, lo que facilita que los menores accedan directamente a la vía del tren. Los padres han enviado reiterados e-mails, según asegura Vanesa Grosso, una de las madres, tanto a Renfe como al Ayuntamiento para que resuelvan el problema, "pero se echan la pelota uno a otro y esto sigue igual".

Son cinco niños entre los 450 escolares que salen en tropel del colegio, desasiéndose de las manos de sus madres, padres y abuelos, locos por corretear, y que provocan el pánico en los rostros de los mayores: "¡No te acerques a la valla, que pasa el tren!", les gritan. Están jugando, no son conscientes del peligro, ni tampoco de la suciedad que les rodea y que genera otro grito entre los adultos: "¡Cuidado con las cacas!".

Se trata del camino paralelo al lateral del colegio, a la altura del patio de Infantil para los escolares de tres a cinco años. La zona está plagada de excrementos de perro con su correspondiente plaga de moscas y de otros insectos, según la época. Como cuentan Julia Martínez y Antonio García, abuelos de Martín y Román, "este verano esto se llenó de pulgas y picaron a algunos niños, como a Lucía. Se alertó a Sanidad desde el colegio y debieron actuar porque ya no se repitió" siguen explicando, aunque "con la falta de lluvias, la zona vuelve a convertirse en un estercolero en poco tiempo y nadie lo limpia. Es un asco y los niños están entre porquería".

Paradójicamente, a pocos metros se ve una columna con bolsas de plástico para las cacas de perro, pero vacía. "A los pocos días de reponerlas desaparecen. También se ponen personas sin techo debajo del puente, entre cartones, y huele mucho a bebida. No es lugar para niños", apuntan Vanesa y Paqui, las mamás de Matías e Iván que siguen correteando entre desperdicios sin atender a las reprimendas de sus madres.

Los escolares podrían jugar unos metros más adentro, donde se encuentra la plaza con elementos lúdicos infantiles, pero les llama más la atención la rampa de caracol, la valla rota por la que pueden ver perfectamente al tren cuando pasa, o la explanada que se extiende ante ellos plagada de inmundicias. "Parece que la suciedad llame a más suciedad porque cada vez está peor", apunta Yolanda.