Los candidatos en elecciones no se cortan un pelo. Cantan, bailan, se suben a un andamio o a una palmera si se tercia; plantan árboles, se arremangan para hacer una paella o se ponen en una cadena de fabricación de coches si hay fotógrafos o cámaras cerca. Pero si ya es llamativo lo que llegan a hacer, aún lo es más lo que llegan a decir. A ver si no cómo se entiende la promesa de Francisco Camps de que si vuelve a ganar se recorrerá andando la Comunidad Valenciana, lo que, dicho en un atril en un mitin resulta de lo más marciano que se ha oído de momento en esta campaña, y que sin embargo, como todo lo que hace o dice, será aplaudido con enorme entusiasmo por los suyos. Y es que da igual lo que digan o hagan. Siempre cuentan con un sector que les secunda y les ríe las gracias, y esto vale para cualquier político y para cualquier partido. Muchos de estos jaleadores entusiastas trabajan para el candidato de turno, dependen económicamente de él o de ella, o esperan situarse para el futuro, lo que hace comprensible el peloteo y el servilismo. Ahí nada que decir. Al fin y al cabo, ¿quién no le ha hecho la rosca al jefe alguna vez?

Lo que se hace más raro visto desde fuera es la pasión que suscitan algunos políticos. En su momento, líderes como Felipe González o Zaplana provocaban verdaderas convulsiones, e iban por ahí firmando autógrafos, fotografiándose con todo bicho viviente y dejándose tocar como si fueran santos o estrellas de rock, que para lo que vamos, lo mismo da. Pero esta pasión que generan algunos políticos alcanza a veces límites incomprensibles. El caso de la candidata a la alcaldía de Alicante, Sonia Castedo, por ejemplo, es paradigmático ya que, además de tener seguidores y colaboradores, tiene fans. Le gritan guapa como si fuera la Macarena procesionando por Sevilla, la besan, la estrujan y, si se te ocurre criticar algo de lo que hace o dice, se lo toman como si les hubieras mentado a su madre. El otro día en un mitin una chica aseguraba que «yo por Sonia, mato», emulando a Belén Esteban que, será muy friki, pero que por quien mata es por su hija, lo que resulta bastante más lógico que «matar» por un político, por muy bien que te caiga o por mucho que confíes en sus aptitudes. Castedo es seguida por gente de todas edades y condición. El viernes pasado por ejemplo, en el barrio de Los Ángeles, unas niñas andaban todas exaltadas porque habían hablado con ella, como si se tratara de David Bisbal, y no falta quien se pelea por conseguir una camiseta con su nombre o quien lucha a brazo partido por fotografiarse con ella.

Pero lo malo de este fenómeno no es que tengan fans, que eso es inocente; ni siquiera que estén rodeados de gente que carece de espíritu crítico y que es incapaz de cuestionar ninguna de las actitudes ni decisiones del jefe, aunque en algunos casos sean equivocadas, absurdas o incluso ilegales. Lo peor es que hay seguidores que se comportan como los hooligans en el fútbol llegando, en su defensa a un político o a unas siglas, a adoptar actitudes agresivas y a recurrir a los insultos como se aprecia constantemente en las redes sociales, en los medios de comunicación y, a veces, lo que es más grave, en la calle.