Tiene ese aire algo ajado de las calles muy vividas, con un batiburrillo de edificios de diferentes épocas y diseños pero todos cubiertos de una pátina ocre alimentada durante años por el humo de millones de tubos de escape; con sus calles de aceras estrechas y calzadas plagadas de furgonetas de reparto en doble fila, sus tiendas de sofás de diseño al lado de bazares chinos, sus restaurantes con foie y bogavante para ejecutivos, sus baretos de suelo de terrazo... Es el centro, pero no es el centro. O, al menos, no en su adscripción administrativa. Es el barrio del Mercado, Alfonso el Sabio hacia arriba, con la lonja como eje vertebrador, un barrio lleno de actividad; menos monumental que su vecino del sur, menos cuidado, pero más castizo.

Al margen del mercado, no hay calle, plaza o edificio aquí que llame la atención. A excepción de Calderón y de Benito Pérez Galdós, con sus palmeras de distintos tamaños y alguna con pinta de estar más muerta que viva, no hay árboles en las calles. Sí los hay en sus plazas, aunque son pequeñas y apenas descongestionan la zona, pero ahí está el mercado con ese imponente edificio de principios del siglo pasado y la plaza 25 de Mayo con sus puestos de flores y los bares con terrazas al aire libre. "Los sábados al mediodía esto está increíble de gente. Se ha formado un ambiente muy bueno de gente joven y familias que están adoptando la tradición de venir aquí a tomar el aperitivo, y da gusto", dice Juan Rodes, propietario del bar la Rotonda y miembro de la Asociación de Comerciantes de los Mercados Municipales de Alicante. Pero éstos no son los únicos usuarios de la zona. Los sábados por la mañana los clientes madrugadores coinciden con los jóvenes que aún no se han acostado y que han pasado la noche en los bares de la "ruta de la madera", una de las zonas de ocio nocturno de Alicante.

A Rodes le gusta esta parte de la ciudad. "Yo llevo aquí desde 1948 cuando esto era como un pueblecito con casas de una o dos plantas y los niños jugábamos en la calle sin problemas". Aún queda alguna de las casas de esa época en García Morato y Campos Vasallo, y él todavía reconoce en su barrio algunos de los viejos establecimientos que ya estaban abiertos cuando era un niño "como el zapatero remendón de la calle Quintana". Efectivamente, allí sigue una pequeña tiendecita, "Reparación de calzado Poveda", en la que llevan cien años arreglando los zapatos de los vecinos del Mercado. La tienda apenas ha cambiado en este tiempo y en la actualidad se encarga de ella Juan Vicente Poveda, cuarta generación de zapateros al frente de un comercio por el que no parece haber pasado el tiempo, con decenas de pares de zapatos apilados en estantes de madera esperando a que les cambie las tapas o les pegue unas plantillas nuevas.

La calle Quintana acoge algunos de los comercios con más solera del barrio y muchos de sus recuerdos. Aquí estaba el diario INFORMACIÓN antes de abrir en las actuales instalaciones de Doctor Rico "y el viejo mercadillo anterior al de Campoamor", señala Francisco Juan Álvarez, propietario de la perfumería del mismo nombre que, con sus estantes sobre azulejos crudos y su aire algo añejo, en las antípodas de las modernas franquicias actuales, contribuye al aire evocador de algunos locales y edificios del barrio.

Efectivamente, hasta la remodelación del mercado hace unos veinte años, los alrededores albergaban un mercadillo los jueves y los sábado "primero en la calle Quintana y luego en Pintor Velázquez", cuenta Juan Rodes, quien añade que "venían recoveros de toda la provincia que vendían animales vivos, frutas, verduras, encurtidos y aceitunas, todo alimentación". Luego se planteó la posibilidad de mantener un mercadillo en la plaza anexa al mercado, pero los comerciantes consideraron que sería mejor dejarla como está en la actualidad, con sus puestos a de flores y sus barecitos.

Al barrio se le nota la edad. Muchos de sus edificios se ven descuidados, con fachadas ajadas y balcones precarios. Anodinos bloques de los años 70 y 80 del siglo pasado se alternan con viejos edificios de principios del mismo siglo. Muchos están restaurados y se conservan bien, pero otros ofrecen una imagen desvaída y destartalada y piden a gritos una mano de pintura. La zona que se encuentra entre Benito Pérez Galdós y la ladera del castillo de San Fernando es la que parece más dejada y además tiene menos actividad comercial. Aquí, sin embargo, encontramos algunos de los locales más pintorescos de la zona como el gimnasio de boxeo de Andrés Martínez o el taller de reparación de instrumentos Musical Leal, en la calle Teniente Durán, regentado por una pareja francesa. Vinculada al taller de reparación de instrumentos hay en la calle además una tienda de música "Éste se podría convertir en el barrio de la música. Al lado está el Orfeón y hasta hace poco la banda de música que se ha trasladado a las Cigarreras. Además el nuevo auditorio está cerca y tampoco cae lejos el conservatorio", ha señalado Ana Paula Cid, secretaria de la asociación de vecinos Franciscanos-Oliveretes, quien considera que ésta es una buena excusa para potenciar una zona que "el ayuntamiento tiene medio olvidada ya que no nos incluyen en las acciones de promoción del centro".

Uno de los principales problemas de este distrito es la falta de dotaciones. Aquí no hay centros sociales y, por no tener, la asociación de vecinos no tiene ni un lugar donde reunirse. "Se puso un centro 24 horas pero apenas funciona", señala Ana Paula Cid, al tiempo que recuerda que "había en la antigua lonja de frutas y verduras un proyecto de construcción de viviendas para mayores con un centro social, pero de momento no hay nada". Aunque tienen cerca el de la plaza de Santa Faz y el de especialidades de la calle Gerona, aquí no hay centro de salud pese a que vive mucha gente mayor. En los últimos años también se han incorporado inmigrantes y parejas jóvenes. Sin embargo, tal como denuncia Ana Paula Cid, "esta zona se ha quedado al margen de la construcción de VPO para jóvenes".

Aunque muchos vecinos creen que se trata de un barrio envejecido, se ven muchos niños sobre todo en sus placitas. La plaza Hermanos Pascual, habitual punto de reunión de los jóvenes punkies alicantinos, fue remodelada no hace mucho y, al menos por la mañana, ofrece una imagen tranquila, con los críos en los columpios y los mayores en los bancos bajo la pérgola semicircular. "Por las noches siguen viniendo muchos jóvenes aquí a hacer botellón. No hay forma de acabar con eso", se lamenta una vecina. Donde más actividad encontramos al mediodía es en la plaza de les Oliveretes frente al colegio Franciscanos con los juegos infantiles abarrotados pese a las reducidas dimensiones del jardincito y a su ubicación en la avenida de Pérez Galdós, saturada de tráfico.

La cercanía del mercado y su situación céntrica, hacen que toda esta zona tenga una intensa actividad comercial. Aunque la crisis se ha notado y han cerrado muchos comercios tradicionales, otros han abierto, como el Razki de García Morato, una tienda de alimentación que regenta un joven bengalí que llegó a España hace un año. En Calderón de la Barca se sigue encontrando clásicas tiendas de ropa como Julio el Madrileño, junto a comercios más innovadores como uno de ropa gótica. Allí sigue la Horchatería Azul y la panadería La Colmena "donde la gente compra la coca amb tonyina antes de ir a los toros", como señala María, una vecina que sale de una de estas tiendas. Y en toda la zona, como en todo el centro, hostales, bares y restaurantes de todo tipo y, entre ellos, algunos tan entrañables como el bar Guillermo, abierto en 1956. Al frente del bar ahora está su hijo Paco, quien asegura que su padre "sigue decorando las ensaladillas como obras de arte", como ha hecho toda la vida.