Es una de las principales zonas turísticas de Alicante y sin embargo conserva un sabor añejo que evoca infancias de siestas sobre colchonetas y aperitivos con mejillones al vapor. La Albufereta huele, al menos en la memoria, a sal, a protector solar y a sardinas asadas; pero ya hace mucho que el barrio dejó de ser sólo un lugar de veraneo. Alrededor de 10.000 personas viven todo el año en sus abigarrados edificios colgados entre la Serra Grossa y el mar, en sus históricas urbanizaciones, en las nuevas áreas de expansión y en las casitas de la Colonia Romana entre jazmines y buganvillas

Fue en su momento una barbaridad urbanística, pero nadie puede imaginar hoy en día la Albufereta sin ese frente marítimo tomado por el hormigón con la avenida de Villajoyosa cruzando entre los grandes bloques construidos en los años 60 y 70 que parecen flotar sobre las calitas, tan características del barrio como la playa grande, pero cada día más deterioradas.

Llegamos a las calas después de bajar andando por la pequeña calle que serpentea entre los bloques levantados sobre solares de gran desnivel y la línea del tranvía encajonada en la montaña. Para quien no sea de aquí, puede resultar curioso que a algunos de estos edificios se acceda desde la calle por alguna de sus plantas, hasta bajar al rellano que da directamente a la playa. Un privilegio para sus vecinos que haría llevarse las manos a la cabeza a cualquier urbanista, pero es lo que hay. En el Rocafel, cuatro jóvenes juegan al tenis en las pistas construidas frente al mar, y al lado, varios turistas pasan el rato en la terraza de uno de los restaurantes abiertos en los bajos de los bloques.

Es un placer pasear por aquí en estas fechas. Aunque el número de bañistas ha disminuido, aún hay mucha gente que aprovecha los últimos días de verano para darse un baño, y por la tarde, decenas de vecinos sacan sus aparejos de pesca a la búsqueda de algún magre o de alguna dorada. "Yo he llegado a coger en un día tres kilos de magre aquí mismo", cuenta Antonio, un jubilado que vigila sus cañas en una de las calitas y que asegura que se siente privilegiado por vivir aquí. Es el propio Antonio el que nos ayuda a acceder de nuevo a la avenida de Villajoyosa, ahora levantada por las obras del tranvía, a través del histórico túnel del edificio Gafner, conocido como la Colmena por su fachada formada por centenares de balcones parecidos a un panal azul y ocre. "Yo veraneo aquí toda la vida", dice Lina, una mujer francesa que encontramos en la puerta de la panadería en los bajos del edificio, "pero en invierno me voy a Alicante porque los apartamentos son muy pequeños". Es la tónica general en esta zona en la que la mayor parte de los bloques se construyeron en los años 60 y 70 con apartamentos destinados al turismo y en los que en invierno apenas queda un tercio de sus vecinos.

Por contra, la zona norte de la Albufereta, en los alrededores de Miriam Blasco, sí se ha convertido en un área de primeras residencias que ha posibilitado que la población censada se haya duplicado en diez años. El ambiente en esta parte del barrio es similar al de otras áreas de expansión de la ciudad, con sus grandes avenidas, sus urbanizaciones cerradas y sus zonas ajardinadas en las que todas las tardes decenas de familias jóvenes con niños pequeños se reúnen alrededor de los juegos infantiles u ocupan las terrazas de los nuevos bares y cafeterías de la zona. "Aquí se vive bien, pero esto no es un barrio de clase alta ni mucho menos" señala Juanjo Martínez mientras observa atentamente a su niño en los columpios de Miriam Blasco. De hecho, la mayor parte de los nuevos vecinos de la Albufereta son parejas jóvenes en las que ambos trabajan y que han optado por la tranquilidad de esta zona y la cercanía de la playa a la hora de adquirir su vivienda.

Entre los edificios de la cantera y el área de expansión encontramos la Albufereta más tradicional. Alrededor de la playa se levantaron a finales de los años 60 y principios de los 70 grandes urbanizaciones como las Torres, las Gaviotas o la Chicharra, muchas de ellas, curiosamente, llamadas con nombres de animales, y junto al barranco, la Colonia Romana, el origen de lo que luego fue el barrio de la Albufereta. La Colonia es un pueblecito en pequeño, con plaza y todo, en el que no podían faltar los vecinos tomando el fresco a la puerta de su casa y los niños jugando a la pelota aprovechando que esta zona está cerrada al tráfico. La Colonia Romana se construyó en los años cincuenta del siglo pasado. Entonces la playa de la Albufereta estaba llena de casetas de baño de los alicantinos más pudientes. Tras prohibirse este tipo de casetas, se dio la opción a sus propietarios de adquirir una casa cercana en lo que se llamó Colonia Romana por su cercanía con las ruinas romanas. "Las casas salieron a la venta por 23.000 pesetas", cuenta Vicente, con el que hablamos en la puerta de su vivienda junto a su mujer Librada. Para ellos, "pasar aquí el verano es una gozada", aunque en invierno se marchan a Alicante "porque aquí no tenemos condiciones". La mayoría de los vecinos que encontramos en la Colonia se trasladan en invierno a Alicante. "Sólo un diez por ciento de gente vive aquí todo el año". Una de ellas en Enri. "Yo vivía en Alicante en un quinto sin ascensor, imagínate si gané con el cambio", dice, señalando la calzada sin tráfico en la que juegan los niños, y las buganvillas que prácticamente entoldan la calle de lado a lado. En su origen la Colonia estaba formada por viviendas de una planta pero, con el tiempo, los propietarios han ido levantando un piso más hasta su configuración actual.

Esta zona tradicional de la Albufereta se ve limpia aunque se le notan los años. El Camino de la Colonia Romana está jalonado de bares y cafeterías al igual que lo estuvo en el pasado, cuando el cine de verano que, como tantos, ya cerró, congregaba a centenares de personas cargadas con sus bocadillos para asistir a una sesión doble. Alex, un joven del barrio, recuerda que "junto al cine había un níspero y los niños, antes de entrar al cine robábamos fruta". Otros vecinos hablan del Blanco y Negro, un viejo bar de copas y restaurante con actuaciones en vivo. José Martínez evoca aquella época. "Yo tocaba la batería con los Spectrum y actuamos muchas veces en el Blanco y Negro", dice, y también recuerdan un club de alterne en la misma calle "que se llenaba de gente cuando se celebraban las ferias de calzado de Elda", según relata Ernesto Jarabo, presidente de la Asociación de vecinos de la Albufereta, Playa Blanca. Y es que durante décadas la Albufereta acogió numerosos clubes nocturnos y bares de parejas que con el tiempo, en su mayoría, han ido cerrando. "Ahora hay varios after hours de música latina", señala riendo un vecino que también añora los viejos campings Lucentum y Bahía, y la Isleta... falta espacio para recoger recuerdos.

Junto a la playa, el ambiente ahora lo ponen las terrazas de los bares y restaurantes ubicados en la ladera del Tossal que está siendo objeto de una remodelación. También hay alguna tienda, aunque la actividad comercial del barrio se centra sobre todo en la zona de expansión donde se ubican también varias medianas superficies en las que se abastecen los vecinos.

En el Camino Colonia Romana tiene la asociación de vecinos su local en el que se realizan cada día diversas actividades "para hacer barrio, que es lo más difícil en una zona en la que predominan las urbanizaciones cerradas", dice el presidente. Aquí se ofrecen cursos de baile, -de hecho, cuando lo visitamos había una clase de salsa- de pintura o informática entre otros; los mayores juegan a las cartas o al dominó y se gestionan las escuelas de baloncesto y balonmano del barrio que practican en el polideportivo anexo abierto hace diez años y cuya consecución es uno de los grandes orgullos de la asociación "porque estuvimos luchando por él 8 años", señala Jarabo quien también presume de la cabalgata de Reyes y de las fiestas del barrio.

Frente a la Colonia Romana, en la calle Olimpo encontramos a una de las vecinas más populares del barrio, habitualmente rodeada de chiquillos que le hacen mimos a través de la verja que la separa de la calle. Se trata de Catalina, "la mascota del barrio", según señala riendo una vecina, una burrita que vive junto a un montón de patos en un solar junto al Restaurante Casa Filo y que ofrece una curiosa imagen en un área rodeada de edificios modernos, pero tras dar dos vueltas por el barrio queda claro que aquí hay de todo: chalés, rascacielos, chamizos y casitas. Todo, eso sí, atraído por la playa de la Albufereta, una de las más entrañables de Alicante y que más disgustos ha dado a los vecinos que durante años sufrieron las frecuentes roturas del colector hasta que la construcción por parte de la Generalitat de un emisario submarino hace dos años solucionó el problema "y ahora el agua está como en los años 70", según los vecinos. La playa además cuenta con un nuevo paseo que no gusta a todos, con sus terrazas y miradores encarados al mar, pero que da a la zona un aspecto cuidado, limpio y moderno, a lo que contribuye también el lavado de cara realizado en primavera a los bajos del Alfin poniendo fin así, al menos de momento, a una de las principales lacras estéticas de la zona mientras se resuelve el problema de los locales que se encuentran fuera de ordenación por su cercanía al mar, al igual que ocurre con tantos edificios de la Albufereta, lo que no impide que sus propietarios hagan reformas y los pisos se compren y se vendan sin problemas.

Una antigua zona pantanosa desecada

La Albufereta debe su nombre a una antigua zona pantanosa que fue desecada por motivos de salubridad a principios del siglo pasado. Llegó a ser una zona portuaria y poco a poco fue colmada por residuos marinos y fluviales. Hasta el boom turístico, la zona vivió de espaldas a Alicante ya que la cantera suponía una barrera. El propio Figueras Pacheco describió un viaje a la Albufereta por la Sierra de San Julián, la serra Grossa, donde "no había en ella más que acantilados y derrumbaderos imponentes".

En los años 30 de siglo pasado se construyó una carretera estrecha que unía la Albufereta con la ciudad, sobre una antigua senda, origen de la actual carretera de la cantera, pero era lenta y peligrosa por lo que la zona siguió siendo un área virgen con algunos chalés, mucho campo y las características casetas de baño en la playa que con su retirada propiciaron la construcción de la Colina Romana. Pero la transformación de la zona no llegó hasta los años 60 y 70 conviertiendo en 20 años el barrio en uno de los principales asentamientos turísticos de la Costa Blanca con un caracter, eso sí, marcadamente familiar.