La intensidad de las Hogueras lejos de decaer, mantiene su clímax. Los actos oficiales dan paso a la música más pachanguera, al desenfado, las risas y las copas de más. En racós, barracas y terrazas arranca la noche y comienza a oler a embutido a la parrilla. Pronto, los jamones que ocupaban las mesas de los racós dan paso a las botellas de whisky y licor. Mientras tanto, miles de jóvenes desembarcan en la ciudad a bordo del transporte público cargados de bolsas llenas de alcohol. Pasan las doce, comienza el baile y el botellón.

La noche es para todas las edades y la oferta variada. La fiesta más familiar se concentra en algunas barracas y racós con música en directo o enlatada. En todos hay gente, pero el mayor ambiente está en el racó de Hernán Cortés y en el de Univers Jove de Calvo Sotelo, donde se concentra el mayor volumen de gente ajena a la fiesta. Allí, un cubata cuesta entre 5 y 5,50 euros y un cubalitro en torno a los 15. Hay gente, pero poco a poco comienzan a llegar quienes ya se han tomado las primeras copas en el botellón.

Es martes y hay menos gente que el sábado, pero más que el domingo y el lunes. La noche se anima y mientras unos bailan al ritmo del "waka-waka" y el "pan-pan-americano", otros escuchan la música y conversan con los amigos tomando unas copas en las mesas que han alquilado.

La edad de la gente que baila en estos dos racós se encuentra entre los veinte y los treinta y tantos, pero en los que hay junto a ellos la media aumenta. Sin embargo, el ambiente no decae y se puede ver a los más veteranos de la fiesta bailando bajo los templetes de las orquestas.

Las músicas se mezclan, las luces destellan y la ciudad vibra en toda la zona de la Muntanyeta y del Paseo de Gadea. Mientras, los más jóvenes y algún que otro menor se beben la noche en el Paseo de Canalejas y en la Playa del Postiguet, donde un macrobotellón se extiende por todo el arenal.

Unas 10.000 personas llenan la playa, según los cálculos que realizan los agentes de la Policía Local que controlan la zona. Las botellas, el hielo, los vasos y los refrescos reposan sobre la arena y, tras retirar una valla, también sobre el suelo del espigón que el Ayuntamiento cerró por obras.

Los jóvenes ríen, conversan y beben, beben y beben. La idea con la que llegan muchos es la de tomar unas copas para después ir a bailar, pero algunos no llegan a hacerlo y caen al borde del coma etílico. El "buen rollo" de muchos se ve truncado por las ganas de bronca de otros y las peleas comienzan a surgir cuando entra la madrugada. Los agentes están al tanto para intervenir. El botellón en fiestas está permitido y los agentes no sancionan a nadie, pero sí actúan para evitar conflictos.

Otro de los contrapuntos de la noche lo ponen los amigos de lo ajeno, que hacen su agosto robando bolsos, carteras y teléfonos móviles a los jóvenes que pasan la noche en la playa. "Me han atracado", explicaba un joven a un agente, cansado de oír la misma denuncia una y otra vez, noche tras noche, desde que comenzaron las Hogueras.

Y cuanto más bebida corre, más largas se hacen las colas de los baños portátiles. Otros, menos cívicos, optan por hacer sus necesidad en la misma playa o en cualquier rincón de la ciudad, que desprende hedor a orín.

La diversión y el alcohol van dejando huella: botellas rotas, basura y algún que otro vómito. Sobre las seis de la mañana, los quads de la Policía Local entran de lleno en la arena para echar a la gente y dar paso a los servicios de limpieza, que recogen allí 13 toneladas al día.

La noche ha acabado antes en los racós, donde la hora de cierre se fija a las cuatro y media, pese a que algunos se quedan con ganas de más. Llega el momento de la retirada y mientras unos comen algo en los puestos de hamburguesas que quedan abiertos, otros van a coger el tranvía o el bus para ir de vuelta a casa o a hacer cola para tomar un taxi.