En casa, con seis hermanos y su madre alcohólica, no podía estar. Cuando llegó al centro de acogida residencial, con 9 años de edad, creía que le darían el desayuno en la cama como le había contado su abuela.

¿Qué pasó por su cabeza cuando le llevaron interno al centro Nazaret?

Supongo que fue un trauma aunque nos recibieron estupendamente. Recuerdo el 124 en el que me llevaron y la educadora que me recibió, ahora con 74 años y con la que todavía tengo contacto. Estás en un centro de acogida porque algo en tu familia no funciona. En ese momento no piensas en nada pero creía que me iban a despertar con el desayuno en la cama, como me había dicho mi abuela, que me lo pintó todo muy bonito. No fue así y no quería levantarme.

¿Su peor recuerdo?

Los fines de semana que me devolvían a casa. Cogía rabietas. Había problemas familiares con el alcohol y en casa estaba mal, aunque tenía pasión por mi madre, que falleció recientemente.

¿Lo que más le ayudó?

Me ayudó mucho que me explicaran lo que pasaba en cada momento. Y tener siempre a mi educador de referencia. Hoy se vive muy deprisa y no hay tiempo para explicar nada.

¿A qué se dedica ahora?

Soy educador en un programa de absentismo escolar. He trabajado con menores porque tenía la espinilla de devolver lo mucho que me dieron. Si todos estuviéramos obligados a devolver lo que nos dan, todo iría mucho mejor. También trabajé en barrios de acción preferente, con discapacitados físicos.

De menor interno en acogida, a educador. Su experiencia debe ser impagable con los chicos.

La carga de agresividad que arrastran de sus casas la entiendo perfectamente. Aprendí desde pequeño a ser fuerte y a resistir ante las dificultades. Ahora les digo qué hacer para poder cambiar y me escuchan con respeto.