¿Quién no se ha parado delante de la Casa Carbonell y se ha preguntado cómo se vivirá en semejante edificio? «Como en todos lados», nos dice un vecino. Ellos se han acostumbrado a sus altos techos con elegantes molduras, sus vigas de hierro, sus impagables vistas y su, en algunos casos, delirante distribución interior, pero para el resto de los mortales, este inmueble, uno de los mejor conservados y más bellos de Alicante, no es, desde luego, como todos. La fachada modernista con sus cúpulas y torres es, sencillamente, imponente. Tras su última rehabilitación se ve preciosa, y eso que hasta ahora sólo se han restaurado, por poner un ejemplo, algo menos de 4.000 de sus 12.000 metros de molduras, salientes ornamentales y balcones. Por cierto, ¿sabían ustedes que la casa tiene 365 ventanas, una por cada día del año? «Un capricho del bisabuelo», nos dice Adolfo Reus, uno de los propietarios del inmueble y bisnieto de Enrique Carbonell Antolí, el industrial alcoyano que levantó el edificio en 1923. Él se ha encargado de los dos últimos lavados de cara de la fachada, hace veinte y hace ocho años y, al igual que al resto de vecinos, le preocupa que las vibraciones de una posible apertura al tráfico, dañe las molduras. Los cimientos de la Casa Carbonell, por otra parte, están hechos con sacos de cemento enteros trabados como un bloque compacto, «con lo que si hay vibraciones fuertes, la casa se mueve entera». ¿Y qué ocurría entonces cuando la Explanada estaba abierta al tráfico? Reus nos dice que había daños permanentes en la fachada, sobre todo en las molduras y las cornisas «y vibraban hasta los cristales de las casas», asegura.

Los dos accesos del edificio ya son una muestra de su interior. Con sus cancelas de hierro forjado, hecho en las fundiciones de Alcoy, y sus ascensores, también de hierro. «Por desgracia, por cuestiones de seguridad, tuvimos que quitar en su día la antigua cabina de caoba que tenía hasta asientos, y ahora sólo quedan las puertas exteriores de hierro», señaló Reus.

En total, en la casa Carbonell hay una treintena de pisos de los que apenas media docena se utilizan como viviendas particulares, mientras que el resto albergan oficinas. Allí está el Consulado de Bélgica, bufetes de abogados, una empresa de exportación, de patentes y marcas, inversores y aseguradores, entre otros. Uno se imagina que pagarán unos alquileres astronómicos, teniendo en cuenta la categoría del edificio. Los propietarios nos sacan de dudas. «Se paga una media de 2.000 euros al mes, pero con la crisis y todo eso, se acaba de alquilar un piso por 1.500».

¿Y los pisos, cómo son?, se preguntarán. Dos de los propietarios nos permiten el acceso. En una de las casas vive Luisa de la Vega Reus, también bisnieta del constructor. Nada más entrar, llama la atención un enorme vestíbulo con vigas de hierro vistas, molduras decorativas y el suelo original modernista, de losetas pintadas simulando alfombras. Las estancias que vemos son amplias y con grandes ventanales dando al mar. «He intentado mantener la casa original sin tocar ni estructura, ni suelo, ni techos». Otra de las viviendas que vemos, uno de los áticos, está restaurada, aunque no ha perdido ni un ápice de su solera. La propietaria prefiere que no hagamos fotos, pero nos enseña la casa. Todas las estancias son preciosas, pero nos llama especialmente la atención un salón circular instalado en una de las enormes cúpulas, con sus ventanas alargadas, una maravillosa librería circular, y la mirada, que se te va al cielo.

La casa Carbonell es lo más parecido en Alicante a un palacete. Sin aparcamiento, eso sí, pero con unas vistas envidiables. Al mar, por delante; y al casco antiguo, por detrás. Si encima se trata de uno de los áticos desde cuyas enormes terrazas tocas las cúpulas, las torres y las cabezas de leones que, como gárgolas, presiden el inmueble, yo, cuando quieran, me mudo allí.

Perseguido

por la leyenda

La construcción de la Casa Carbonell está unida a una de las mayores leyendas urbanas de Alicante. Cuenta que el industrial alcoyano Enrique Carbonell entró un día al hotel Palace mal vestido y sucio después de un viaje y no le dejaron hospedarse, por lo que, enfadado, decidió construir al lado un edificio que dejara al Palace, (como se llamaba el Palas antes de la Guerra Civil), a la altura del betún, y levantó la casa que lleva su nombre. Esta leyenda fue desmentida por la hija del industrial Enriqueta Carbonell en una carta que envió a este periódico en 1982, en la que reivindicaba la figura de su padre como un hombre «de un exquisito refinamiento y extraordinaria personalidad», negando que pudiera presentarse en el hotel desaliñado y sucio. Los bisnietos de Carbonell también niegan la leyenda. El industrial levantó la casa porque la salud de su hija hacía recomendable que viviera cerca del mar. Después la casa sufrió distintos avatares, desde la caída de un hidroavión sobre el edificio, a su expropiación como casa del Pueblo antes de la guerra. Pero eso son otras historias...