Una de las fuentes históricas de Alicante, el Niño Flautista, acaba de ser restaurada. Esta semana tuvo lugar en el parque de Canalejas un acto protocolario al que asistieron la alcaldesa, Sonia Castedo, y representantes del Aguas de Alicante para celebrar la restauración de esta escultura donada por la familia Pritz en 1940.

En la rehabilitación de la fuente se ha tenido que reconstruir la parte superior, que llevaba desaparecida aproximadamente una década. Pero, al menos, el resto de esta pieza histórica se conserva.

Otras han desaparecido para siempre o están perdidas. Sin embargo quedan imágenes y documentos de ellas que han sido recopilados en el libro "Fuentes públicas de la ciudad de Alicante" que ha editado Aguas Municipalizadas en colaboración con la Universidad de Alicante, con textos de Rosa María Castells González, quien ha contado con la colaboración de Sergio López Serrano.

Tal y como explica la directora de Aguas de Alicante, Asunción Martínez García, en el prólogo del libro, se trata de un documento "gracias al cual es posible apreciar y conocer fuentes que sólo se proyectaron, otras que sí se ejecutaron, aquellas que desaparecieron y las que aún hoy podemos admirar en nuestras calles".

Ante la imposibilidad de incluir todas las que se han construido a lo largo de la historia de la ciudad, la autora ha realizado una selección que arranca con las fuentes de la Vila Vieja y finaliza con las de la avenida de Dénia y la de la Isleta, que data de este mismo año.

Rosa María Castells explica en el libro que, históricamente, "allí donde había población habría una fuente cercana o sus habitantes se encargarían de exigirla insistentemente hasta conseguirla".

Pero "los recursos hídricos, que nunca fueron abundantes, terminaron por no ser capaces de abastecer a una población cada vez más numerosa pero también más dispersa, alejada del centro y asentada en extramuros, en barrios periféricos y en partidas rurales".

Entonces los surtidores eran un lugar de encuentro pues "la mayoría de la población, de marcado carácter rural hasta bien entrado el siglo XX, acarreaba el agua desde las fuentes". Tras recorrer en ocasiones largos caminos, la población guardaba muchas veces "turnos interminables" con sus cántaros, cubos, palanganas o barreños con los que acarrear el agua hasta su domicilio para "su higiene personal, para la comida, el lavado de la ropa, la limpieza de las casas...". Eran entonces las fuentes "un lugar de encuentro entre las gentes".

Sin embargo, el libro relata cómo "esa relación directa entre asentamientos y fuentes se rompe de manera brusca cuando la fuente ya no es indispensable ara la vida". A lo largo del siglo XX Aguas de Alicante fue abasteciendo de agua potable las viviendas. El hecho de tener un grifo dentro de casa dio lugar a que la población se fuera desvinculando de sus fuentes. Es entonces cuando "las fuentes de vecindad o de beber van desapareciendo y, en su lugar, aparece una tipología nueva de fuente que tiene que ver más con el ornamento y que confiere cierta dignidad al lugar donde se ubica".

La autora explica que "la ciudad, consciente de la necesidad de mejorar su imagen asolada por los combates librados en ella, emprendió desde el siglo XVIII un vasto programa de reconstrucción y embellecimiento que tendría en las fuentes uno de sus principales fundamentos". En esa época, "al mismo tiempo que servían para surtir de agua al vecindario hermoseaban el aspecto" de la ciudad pues eran fuentes monumentales.

"A partir del siglo XIX -agrega- las fuentes eran signo de modernidad para la burguesía dominante, pues mejoraban la higiene y la salubridad de sus conciudadanos pero, además, las fuentes eran el adorno perfecto pra los nuevos jardines, plazas y paseos". Cuando a finales de siglo "el agua comenzó a escasear seriamente" se construyeron a algunas dentro de unos quioscos en lugares como la Alcoraya o el barrio de Benalúa.

La asociación "entre escultura y agua como ornamento dotará a la ciudad de nuevas fuentes monumentales construidas ya en el siglo XX. En la primera mitad asociadas a la escultura de carácter figurativo y en la segunda mitad, a través de algunos ejemplos de abstracción geométrica".

La situada en la plaza de la Puerta del Mar, que cierra la Explanada, marcó el inicio de una nueva época en la que "están conformadas exclusivamente por juegos de agua y luz: surtidores de todo tipo y forma, de todos los tamaños, medidas, caudales y colores".

También en estas últimos años han surgido fuentes de diseños modernos como las de las plazas de La Viña y América, o las de rejilla que interactúan con el observador como las de Magallanes, Florida-Portazgo o Joaquín María López.

La autora explica que "hasta el siglo XVII existieron en la ciudad apenas cinco fuentes descritas en las viejas crónicas": las del Ángel en la plaza del Mar; la Vieja, cerca del Hospital; la Nueva, en la plaza Pedro Fernández de Mesa; la de San Cristóbal, en la plaza del portal de la Huerta; y la de San Nicolás, casi en las paredes de la Colegial.

El vasto programa de embellecimiento iniciado en el siglo XVIII incluye la construcción o renovación de doce fuentes como la de la plaza de las Barcas -hoy Gabriel Miró- o la del Portal de Elche. De ellas se conservan documentos como bocetos dibujados a mano o a la acuarela. "Sólo es posible que la fuente que hoy existe en la plaza de Villafranqueza sea una de ellas: tiene la misma antigüedad y responde a la misma tipología, aunque no conserva el remate de la figura que debió perder".

La autora relata la historia de piezas tan relevantes como La Aguadora", de la plaza de Gabriel Miró; la de Levante, en la plaza de los Luceros; o una que fue diseñada en la década de 1970 por el arquitecto Miguel López y que ha sido destruida recientemente: es la fuente dela plaza de la Montanyeta, que está siendo reurbanizada para construir, de nuevo, una fuente.