S i hay un acto de las Fiestas de Moros y Cristianos en el que se alcanza una especial intensidad dramática, ese es, sin lugar a dudas, el de las Embajadas. Los representantes de cada uno de los bandos intentan persuadir al contrario a través de la dialéctica para que rinda el castillo, aunque el final siempre es el mismo y son las armas las que deciden la contienda. Se trata de una cita que cuenta con un público fiel e incondicional, y que este año, además, presentaba como novedad el debut de Sergio Sempere como embajador cristiano.

El tercer y último día de la Trilogía está protagonizado por las batallas entre Moros y Cristianos, una jornada en la que el estruendo de los arcabuces y el intenso olor a pólvora quemada invaden las calles del centro de la ciudad. Sin embargo, los enfrentamientos entre ambos bandos tienen un atractivo prólogo teatral a través de las Embajadas.

Por la mañana, son las huestes de la media luna las que intentan obtener la rendición del castillo, en poder de los defensores de la cruz. El embajador moro, tras el preámbulo de la Estafeta, se dirige a parlamentar ante la fortaleza, en un intento por intimidar al contrario y lograr su propósito sin tener que recurrir a las armas.

Antes de iniciar el parlamento, a través de un monólogo, el emisario del caudillo árabe Al-Azraq reflexiona sobre su capacidad dialéctica y el indudable respaldo que para sus argumentos supone contar con unas tropas poderosas y al acecho.

Tras instar al centinela a llamar al jefe del castillo, el embajador intenta lograr la rendición de la plaza a través de una oferta generosa que, sin embargo, el capitán cristiano rechaza al desconfiar de sus palabras. «Mucho prometes, más nada cumplirás llegada la hora», le espeta.

A partir de ahí se inicia el diálogo entre los dos embajadores. El moro, ya sin tapujos, amenaza a los poseedores del castillo con la fuerza invencible de Al-Azraq, mientras que el cristiano se ampara en Jesucristo para hacer frente a la acometida.

Las palabras van subiendo de tono, y la intensidad dramática se va reflejando cada vez más en el ambiente. La lucha ya es inevitable, y mientras el embajador de la cruz llama a los alcoyanos «a defensar la fe de Jesucrist», el moro anuncia la batalla con un contundente «¡Viva Al-Azraq, tomemos el castillo!». Los primeros disparos de los arcabuces acompañan a sus palabras, y pronto todo el centro de la ciudad se sumerge en un combate estruendoso y espectacular.

Por la tarde se repite la situación, pero a la inversa. Ahora es el embajador cristiano el que intenta recuperar el castillo, ya en posesión mahometana. Consternado por lo ocurrido, llora la pérdida de su hogar al tiempo que se da ánimos para intentar recuperarlo.

De nuevo se inicia el diálogo entre los portavoces de los dos bandos. El moro, más altivo que nunca, invita a los cristianos a marchar y refugiarse en las montañas, mientras que el cristiano amenaza con las batallas victoriosas logradas por destacados comandantes de la cruz.

La discusión va subiendo de tono y, como sucede por la mañana, finalmente el estruendo de los arcabuces vuelve a invadir el ambiente, pero en esta ocasión sonriendo la fortuna a los cristianos.

El público volvió a responder, y ambas embajadas contaron con una más que notable asistencia, si bien fue la de la tarde la que acaparó una mayor respuesta por parte de los espectadores.

Este año debutaba como embajador cristiano Sergio Sempere, que respondió con solvencia a la responsabilidad que le había sido encomendada. Por su parte, el embajador moro, Rubén Mullor, volvió a mostrar la sobriedad que le ha venido caracterizando desde que tomó posesión del cargo.