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CORONAVIRUS

El triste final de un alcoyanista

Los familiares de un gran aficionado blanquiazul, hijo de un ferroviario y de profesión metalúrgico, narran cómo murió en el geriátrico

José Luis y Pepa en una imagen captada hace cuatro años. información

José Luis Peris Blasco nació en Alcoy hace 79 años, después de que su padre, de Carcaixent, se viniese a vivir junto a su mujer natural de Vallada a la ciudad del Serpis para trabajar como ferroviario en la estación. Era el cuarto de cinco hermanos y cursó sus estudios en el colegio de la Salle, que en aquel entonces se encontraba emplazado en el lugar que en la actualidad ocupa el centro escolar de San Roque. Hizo la mili en Zaragoza, lo que aprovechó para sacarse el carnet de conducir y empezar a dar forma de esa manera a una de sus pasiones; los coches.

No en vano, cuando conoció a la que sería su esposa, Pepa Abad Corbí, conducía un Gordini, además de una Bultaco, lo que según recuerda, propiciaba que «los amigos le saliesen de debajo de las piedras, porque podía desplazarse al ya desaparecido Rancho Wilson de Muro, donde empezamos a salir. A partir de ese momento ya sólo iba conmigo». Después, con el paso de los años, ya llegarían un Citroën GS ranchera y un Xara.

Desde bien joven, a los 15 años, empezó a trabajar en una empresa metalúrgica, lo que le valió marcharse a vivir a Alzira después de contraer matrimonio en 1971. En el municipio valenciano estaba a cargo de la maquinaria que se encargaba de la impresión de las cajas que se utilizaban para la comercialización de fruta, especialmente naranjas. Fue allí donde precisamente en una máquina perdió el dedo meñique de la mano izquierda, en un accidente laboral.

José Luis y Pepa tuvieron tres hijos, Nicolás, Silvia y Fernando, por este orden. Su hija recuerda que en Alzira sus padres se hospedaron inicialmente en una casa en la que alquilaban habitaciones, la cual regentaban un matrimonio que no tenía descendencia. «Por eso nos trataron como si fuésemos familia. Para mí eran como mis abuelos», destaca. Cuando se produjo la pantanada de Tous ya habían vuelto a vivir en Alcoy, «pero mi padre se fue a ayudarlos, porque habían sufrido graves daños en sus propiedades por las inundaciones. Había que hacer lo posible por los abuelitos».

La otra gran pasión de José Luis era el fútbol, y más en concreto el Alcoyano, el club de sus amores, del que no se solía perder ni un partido. «Le conocí a los 20 años y ya era socio, y además también jugaba, concretamente en el equipo local del Vulcano», destaca su mujer. En el Collao presenciaba los partidos en la zona de Gol B, con un grupo de amigos que tampoco faltaban a la cita con el conjunto blanquiazul de la moral.

Pero vinieron los malos tiempos con la pérdida del trabajo en la empresa metalúrgica, cuando los tres hijos estaban estudiando una carrera, lo que según explica Silvia, «le valió coger una profunda depresión. Aún así no se rindió, y trabajó de representante del Círculo de Lectores y también con trabajos textiles en casa. Siempre ha hecho de todo para sacarnos adelante».

Pero el golpe no llegó a superarlo, y su estado de salud fue empeorando merced a dos pequeños ictus y a un principio de Alzheimer, por lo que al final, con mucho pesar, decidieron ingresarlo en 2017 en la residencia de mayores de Oliver, gestionada por Domus Vi. «Dejó de comer y de caminar, y nos quedó otra opción. Aún así, y pese a que cada vez nos conocía menos, íbamos a verlo todos los días».

Lo que no se esperaban es que todo acabara de la forma en la que ha acabado. Según recuerda Silvia, «el 13 de marzo, ya cuando no nos dejaban entrar en el geriátrico a causa de la pandemia del coronaviris, nos dijeron que estaba enfermo pero de lo suyo, porque a causa de sus dolencias sufría infecciones respiratorias. El fallecimiento se produjo el día 22, sólo dos días después de que le hiciesen la prueba del covid y diese positivo». De eso se enteraron después, en el momento de la muerte.

Tanto la que es ya en estos momentos su viuda como su hija destacan que «todo ha sido muy cruel. Fueron 15 días sin poder contactar con él, ni tan siquiera a través de una videollamada. Se supone que una empresa como la que gestiona el geriátrico, y que no cobra precisamente poco, puede permitirse comprar unas tablets y mantener mejor informados a los familiares». Además, Silvia recuerda que los problemas ya venían de antes, «con brotes de gastroenteritis en el centro y falta de personal y de medios. Tenemos que agradecer el enorme esfuerzo de los profesionales que hay en la residencia, pero el problema es que son pocos».

Y después, la duda de «si a la persona que enterramos es mi padre, porque por las restricciones sanitarias no nos dejaron ni abrir la caja. Sin duda, han sido los peores días de nuestras vidas. Sólo nos queda el consuelo de recordar el gran hombre que fue».

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