En el sanatorio de Fontilles, la única leprosería de España, son expertos en cuarentenas y confinamiento. Situado en Vall de Laguar (Marina Alta), allí viven 18 personas, ya curadas pero que padecen secuelas.

Uno de los residentes es Abilio Segarra, quien aún guarda señales en sus manos de «la enfermedad», como suelen llamarla por el estigma que acompaña a esta dolencia; un septuagenario al que el coronavirus le hizo cambiar sus hábitos de vida.

Padeció lepra pero está curado desde hace años. Salió del sanatorio y se casó. Trabajó como camionero y hace 6 años al fallecer su esposa, volvió a la Vall de Laguar, donde había pasado toda su juventud.

«Llevo tres semanas sin bajar a pasear» y aunque un poco aburrido «ya me he acostumbrado a estar así». Consciente de la situación, señala «que la tele mejor no verla». Usuario de las nuevas tecnologías y las redes sociales, «miro el Facebook e Internet. Sobre todo hablo con amigas, por WhatsApp o por videollamadas y así las veo». Se considera un hombre activo, al que le gusta ir al gimnasio de la fundación a ejercitarse ya que «tengo un brazo mal y me viene muy bien». Ahora tras los protocolos impuestos por el Covid-19, recibe la visita de la fisioterapeuta, Cristina, quien realiza la rehabilitación en las habitaciones de los residentes.

A la pregunta de si extraña algún hábito, él responde con contundencia y con cierto bagaje psicológico «echo de menos pasear. Pero lo aguantaremos, he aguantado tantas cosas. De esto saldrá algo bueno. De todo lo malo siempre sale algo positivo». Y ello lo enlaza a una lección: «Aprenderemos a vivir o a pensar de otra manera y cambiará la vida a mejor. Hay que ser positivos».

Entorno seguro

Dentro de Fontilles, encontramos el Hospital Ferrís y el Centro Geriátrico Borja, donde «se tomaron medidas desde principios de marzo, antes de que se declarara el estado de alarma, a raíz de las informaciones que íbamos recibiendo», según indica el director general de esta fundación, José Manuel Amorós. Así, se suspendieron todas las visitas de grupos al sanatorio, como voluntarios y escolares, además de cursos de formación y otros eventos programados.

Esta prevención se llevó a cabo debido a la vulnerabilidad que presentan las personas que allí atienden, con una franja de edad entre los 77 y los 90 años. Por ello, la prioridad del centro fue mantener un entorno lo más seguro posible para ellos y el personal que les atiende.

José Manuel Amorós recalca que «más tarde tuvimos que suspender también las visitas de familiares, excursiones y salidas y se dejaron de utilizar las zonas comunes. Además, todo el personal del centro recibió formación y se establecieron protocolos para que supieran las medidas de prevención que debían tomar». Pese a este situación, desde la fundación intentan que los pacientes mantengan el contacto con sus familiares por medio de videollamadas.

A la consulta acerca de cómo puede afectar el coronavirus a las personas que ya han pasado la lepra pero siguen sufriendo sus secuelas, Amorós señala que todos los que allí residen están curados «aunque muchos de ellos aún padecen úlceras, pérdida de sensibilidades o alguna discapacidad. Todo ello unido a su edad hace que se encuentren entre la población de riesgo, llevando a cabo medidas de prevención».

Cooperación internacional para frenar la lepra

Cooperación internacional para frenar la lepraLa lucha de Fontilles contra la lepra se extiende allende los mares. Actualmente desarrolla un total de 29 proyectos de cooperación en nueve países de África, América Latina y Asia.

Su coordinador, Eduardo de Miguel, explica que su preocupación es la afectación del virus a los enfermos de lepra, «expuestos al contagio por la debilidad de su sistema inmunológico, además de la continuidad de los tratamientos contra la lepra, puesto que es muy importante que los afectados no interrumpan su medicación».

Un ejemplo es India, donde la enfermedad unida al confinamiento les impide ganar el sustento diario. Eso los hace especialmente vulnerables.