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El ahogo de las boticas de pueblo

La treintena de oficinas de la provincia ubicadas en localidades de menos de 400 habitantes son un servicio esencial pero de difícil viabilidad económica

Farmacia de Tollos, que atiende a una población de apenas 50 vecinos. JUANI RUZ

Las farmacias se suelen incluir entre los servicios básicos cuya existencia o no resulta determinante para las localidades más pequeñas. La ausencia de botica es uno de tantos factores que acelera la despoblación en zonas rurales. Ahora bien, en los lugares en donde la hay, su continuidad está comprometida por la falta de gente. De una forma un tanto paralela a lo que ocurre con las tiendas de alimentación, los gastos de mantenimiento son los mismos que en un núcleo más grande, pero los ingresos son reducidos, adecuados a una población escasa y con un hábito de consumo reducido. La viabilidad económica se convierte así en un reto.

El ahogo de las boticas de pueblo

El ahogo de las boticas de pueblo

La dificultad para salir adelante es uno de los principales problemas, pero ni mucho menos el único, que sufren las farmacias rurales en toda España. En la provincia es una cuestión con mucha incidencia, ya que absolutamente todos los municipios cuentan con una botica, salvo Famorca, precisamente el de menos habitantes de toda la demarcación; la que había cerró en 2015 por el traslado de su titular y el servicio se presta desde entonces a través de un botiquín. Así, hay 58 oficinas ubicadas en otros tantos municipios de menos de 1.500 habitantes, así como en las entidades locales menores de La Llosa de Camatxo y Jesús Pobre. Por su emplazamiento, estas 60 farmacias se califican como rurales, aunque donde realmente se manifiesta la problemática es en los pueblos más pequeños, en la treintena de boticas situadas en localidades con menos de 400 habitantes.

En estos pueblos, que tienen un horario reducido de atención sanitaria y cuya población se encuentra muy envejecida, el papel de la farmacia va más allá de la mera dispensación de medicamentos y se convierte en un servicio de proximidad. La botica de Penàguila, en la comarca de l'Alcoià, es un ejemplo paradigmático de ello. Su titular, Ana Julia Quesada, es la vocal de Farmacia Rural en el Colegio Oficial de Farmacéuticos de Alicante. A lo largo de toda una jornada son muy pocas las personas que acuden -por ejemplo, el viernes de esta semana sólo entraron tres usuarios en una hora-, pero para ellas se trata de un elemento esencial, y no sólo por la posibilidad de retirar los fármacos sin necesidad de desplazarse a otro lugar.

La escasez de población es un problema desde casi cualquier punto de vista, pero como contrapartida permite ofrecer una atención más personalizada. Quesada señala, en este sentido, aspectos aparentemente cotidianos como preguntar a los usuarios qué tal tienen la tensión o el azúcar, o si el medicamento que les ha prescrito el médico les ha producido alguna reacción adversa. Cuestiones que, en la práctica, suponen «un seguimiento farmacológico» exhaustivo y que tiene su base en la cercanía que se establece entre el farmacéutico y el paciente, y que puede darse con más facilidad en este tipo de oficinas que en las más grandes.

Al reducido número de usuarios se suma el hecho de que el consumo de productos de parafarmacia es también muy escaso. Gran parte de estas personas «han trabajado en el régimen agrario y tienen pensiones pequeñas, por lo que no suelen comprar nada que no sean medicamentos». Además, hay que tener en cuenta que hay muy pocos niños, lo que determina una venta exigua de productos infantiles. Eso sí, al margen de ello resulta obligado «tener un poco de todo», lo que implica la realización de una inversión que se corre el riesgo de no recuperar porque los artículos no se vendan y haya que devolverlos o caduquen.

Ayudas congeladas desde 2011

Las farmacias como la de Penàguila, ubicadas en localidades muy pequeñas, se califican como de viabilidad económica comprometida (VEC) y reciben por ello una compensación de la Generalitat. Eso sí, esta ayuda no se revisa desde 2011, por lo que una de las principales reivindicaciones ahora mismo es que se incremente su cuantía. «Desde entonces, todos los gastos han subido, comenzando por los alquileres y la luz», recuerda Quesada. Y con unas ventas tan reducidas, los márgenes de beneficio para los farmacéuticos son muy reducidos; nada que ver, en este sentido, con las boticas urbanas, con ingresos mucho más elevados y también un abanico de productos de parafarmacia por lo general más amplio.

La distribución es otro problema habitual para las farmacias rurales. A Penàguila llegan los pedidos todas las tardes de lunes a viernes y los sábados por la mañana; la titular de la botica cuenta que recuperó el suministro de este último día después de haberlo perdido, y tras quejarse al respecto porque «a un paciente que viene un viernes por la tarde y que te pide un medicamento que no tienes no le puedes decir que hasta el lunes por la tarde no lo vas a tener». Aún así se muestra aliviada por tener suministro diario, cosa que otras boticas ni siquiera tienen, sino que la distribución es en días alternos.

La aplicación de tablas rasas en medidas de control del gasto es otra controversia. Esta semana se publicaba en algunos medios nacionales la idea del Ministerio de Sanidad de intervenir en los descuentos que los laboratorios ofrecen a las farmacias por la compra de medicamentos, una de las vías que encuentran las pequeñas oficinas como la de Penàguila para tratar de cuadrar cuentas. Según esas informaciones, se pretenden ahorrar así 850 millones de euros.

Servicio muy bien valorado

En este sentido, Quesada defiende que ese margen es muy reducido en las farmacias rurales, y no de hasta el 50% como calcula el Ministerio en las más grandes. «Para llegar, por ejemplo, a 1.000 euros hay que juntar tres meses de compras», y con el riesgo de no vender los medicamentos. Asimismo, incide en la falta de medicamentos, más de 500 según el Ministerio. «Estamos a la cola» para recibir existencias «porque pedimos muy poco», lo cual repercute directamente sobre el paciente que necesita ese fármaco.

Mientras tanto, para los vecinos de las pequeñas localidades la existencia de la farmacia es un pilar fundamental. Lo corroboran todos los vecinos de Penàguila con los que ha hablado este periódico, que se deshacen en elogios a la presencia de la botica y al trabajo de su titular. Paquita Picó destaca que «estamos muy bien servidos, y lo que no encuentras lo tienes esa misma tarde». «Si esto nos aguanta, aguantaremos todo el pueblo», añade. También Miguel Picó incide en que «supone mucho tener la farmacia, y si nos la quitaran nos fastidiarían, así que debemos mantenerla». Por su parte, José Antonio Picó remarca que «da mucha confianza conocer a la farmacéutica, al final es una cuestión de proximidad».

Esa cercanía se percibe con claridad en las conversaciones que de manera espontánea surgen entre Quesada y estos tres vecinos que comparten el apellido más común en la localidad; la primera cuenta a la farmacéutica que la próxima semana tiene prevista una operación en un ojo y le pide algún consejo, mientras que al segundo es ella quien le cuenta que ahora las recetas ya no caducan como antes, y el tercero bromea acerca de toda la medicación que debe tomar. La boticaria hace hincapié en este contacto tan estrecho que se da entre el profesional y el usuario en estas farmacias, y que genera acciones como la de llevar a casa los medicamentos a personas que tienen dificultades para desplazarse. «Es casi por labor social, por vocación», cuenta. «Somos el único referente sanitario durante muchas horas al día que hay en el pueblo», y además «conocemos todos los tratamientos de cada persona».

Más tarde, otras dos vecinas, Carmen Ivorra y Ana Teruel, destacan también el papel que hace la farmacia en Penàguila, junto con otros servicios básicos existentes en la localidad. Es por este motivo que, tal y como explica Quesada, los farmacéuticos rurales aspiran a que «se reconozcan todos los servicios que se prestan, que son por la gente». También, en este sentido, la presidenta del Colegio de Farmacéuticos, Fe Ballestero, recuerda que esta atención es «uno de los puntales del modelo de oficinas», y que «se debería valorar más la actuación que realizan». Una labor que, no obstante, peligra con la amenaza de la despoblación. La Comunidad Valenciana es una de las que existe más riesgo de cierre de farmacias rurales, tal y como señalaban esta semana fuentes de la Sociedad Española de Farmacia Rural. Alrededor de 4.500 están en esta situación en toda España.

La dificultad de cubrir bajas y tomarse vacaciones por la ausencia de personal

La inmensa mayoría de las farmacias rurales están atendidas de manera exclusiva por su titular, lo que plantea contratiempos como la dificultad para tomarse unas vacaciones: al no haber nadie que sustituya al boticario, la mayor parte de las veces no queda más remedio que tener la oficina cerrada si se quiere descansar, con la consiguiente pérdida de ingresos. Pero más grave aún es cuando la persona que está al frente de una farmacia se pone enferma o tiene que tomar la baja, porque entonces no suele haber más salida que cerrar hasta que se está de nuevo en condiciones de trabajar; la escasez económica hace inviable la búsqueda y contratación de una persona sustituta.

La vocal de Farmacia Rural del Colegio de Farmacéuticos de Alicante y titular de la botica de Penàguila explica una situación personal que ilustra muy bien esta situación: cuando fue madre no pudo tomarse la baja prevista, sino que se reincorporó al trabajo apenas un par de días después de dar a luz, y sus padres tuvieron que trasladarse desde València al pueblo para atender a su hijo mientras ella estaba en la farmacia. Tampoco ha podido estar de baja más que unos pocos días en ocasiones puntuales en las que ha tenido complicaciones médicas. Por ello, Ana Julia Quesada apela a que se encuentre alguna vía para compensar los posibles parones por bajas, quizá con la creación de alguna figura profesional con estatus propio de farmacéutico rural, que prevea esas situaciones.

Esa figura también sería adecuada, añade Quesada, para el caso de las guardias, otra cuestión en la que los farmacéuticos rurales están en desventaja en relación a los de los núcleos más grandes. En la zona de El Comtat y l'Alcoià cada día tiene guardia la botica de un pueblo, de manera conjunta con otra de Cocentaina. Esa jornada después no puede cubrirse con un día de descanso, como suele ocurrir en el entorno urbano. Por ello, los profesionales aspiran también a conseguir algún tipo de compensación.

En este sentido, Quesada recuerda que por parte del Colegio de Farmacéuticos ya se ha pedido que todas las oficinas situadas en una misma área de salud y en un entorno cercano entren en un turno rotatorio que les permita tener vacaciones. Al respecto, la presidenta, Fe Ballestero, añade que «llevamos tiempo negociando la racionalización de las guardias», y confía en que pueda haber una regulación a corto o medio plazo.

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