Las batallas de arcabucería entre Moros y Cristianos en las Fiestas de Alcoy siguen ganando decibelios. La nueva normativa ha permitido un incremento paulatino de la cantidad de pólvora utilizada por los festeros, hasta alcanzar los 3.100 kilos que se han disparado en esta ocasión. La consecuencia es un Alardo cada vez más sonoro, intenso y de mayor duración.

Alcoy llegó a temer seriamente por el futuro del Alardo, nada menos que el origen de sus Fiestas de Moros y Cristianos. La anterior normativa sólo permitía a los festeros utilizar un kilo de pólvora, lo cual resultaba totalmente insuficiente para las dos batallas de arcabucería que tienen lugar en el último día de la Trilogía.

La aplicación el año pasado de la nueva ordenanza que regula el uso de explosivos supuso un alivio en este sentido, toda vez que la cantidad de pólvora, teniendo en cuenta precisamente que hay dos batallas, permite utilizar hasta dos kilos, con lo que la cantidad se ha incrementado de manera exponencial.

En 2018 ya se registró un notable aumento, en una dinámica que se ha mantenido este año, en que los festeros han recogido 200 kilos más para llegar hasta los 3.100. La consecuencia es un Alardo mucho más sonoro, intenso y de mayor duración, lo que deja atrás los temores que se habían suscitado respecto a su futuro.

Todo ello, claro está, a costa de incrementar de manera notable las medidas de seguridad. El trasvase de la pólvora a las cantimploras, sin ir más lejos, se tiene que hacer en el mismo lugar del reparto, alejado además de núcleos habitados, lo que la Asociación de San Jorge ha solucionado eligiendo para tal fin el albergue del Baradello y contratando los servicios del personal especializado de una armería. El proceso, además, se desarrolla bajo la estrecha vigilancia de agentes de la Guardia Civil. También los festeros que van a disparar tienen que contar con permisos de armas y realizar un cursillo sobre el manejo de los arcabuces.

Algo similar ocurre durante el mismo Alardo, con presencia de efectivos de la Benemérita y también regando las calles de forma continuada para evitar que los restos de explosivo que quedan esparcidos por el suelo puedan provocar algún accidente.

Con todo ello, Alcoy pudo ofrecer ayer un espectáculo intenso y vibrante. Por la mañana, una vez concluida la Embajada Mora y tras la negativa de los cristianos a rendir el castillo, se iniciaba la primera batalla de arcabucería. Los defensores de la cruz salían desde la plaza de España por las calles San Lorenzo y San Nicolás en busca de sus contrincantes hasta encontrarlos a la altura del final del País Valencià, por un lado, y del Partidor, por otro.

Allí se escenificaba el peculiar acto del Encaro, en unas jaimas que este año han ganado en prestancia y lujo. Los capitanes en un lugar, y los alféreces en otro, intentan firmar la paz mientras brindan e intercambian regalos, aunque al final es imposible y el Alardo se reanuda, en esta ocasión con los moros empujando a los cristianos hacia su rendición. Por la tarde la situación se repite pero a la inversa, una vez celebrada la Embajada Cristiana. Una nueva y estruendosa batalla, que termina con la expulsión de las huestes de la media luna del castillo.

Y todo ello contemplado por un público que cada año va a más. Convenientemente protegidos con tapones en los oídos, los espectadores se agolpan sobre todo en la plaza de España, donde los decibelios son más elevados debido a la concentración de festeros en la popular «bandeja».

La meteorología, además, acompañó en el último día de las Fiestas, con un cielo despejado, sólo ensombrecido por la humareda desprendida por las armas.