Una esquela en el periódico me sobresaltó en la mañana del domingo. Tomaba café tranquilamente cuando leí la desaparición de D. Román Román Pina-Fuster, un hecho luctuoso que lamenté profundamente. Alcoyano de origen y alicantino de adopción -con veraneo en Penàguila durante muchos años-, Román Román fue un abogado de prestigio, de los que llevan casos que rara vez saltan a la palestra, a los titulares de los medios de comunicación. No obstante, su carrera incluyó dos notables excepciones, casi consecutivas.

Este letrado, condecorado con la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort, tuvo un activo protagonismo en dos casos y juicios de notable importancia y repercusión: el síndrome Ardystil y el triple crimen de Benifallim. En el primer asunto, tras una década de instrucción y con seis muertes a las espaldas, asumió la defensa de una de las principales aerografías y durante los tres meses del juicio, siempre sentado a la siniestra del también desaparecido letrado D. Pedro Soriano, trató de sacar adelante la defensa de sus clientes. Recuerdo que el día de las conclusiones definitivas, tras dos horas de alegato, la presidenta del tribunal Dª Virtudes López intervino para decirle «señor Román, lleva dos horas». «Es que mis clientes se juegan el crédito, señoría», contestó el letrado, que siguió su intervención, pero -al César lo que es del César- fue concluyendo.

Un año más tarde, ante el Tribunal del Jurado participó en la vista del triple crimen de Benifallim, en este caso asumiendo una de las acusaciones particulares de parte de la viuda de una de las víctimas. No hay que perder de vista la trasdencencia que tuvo este suceso, ocurrido el 20 de agosto de 1999, que suscitó un escándalo nacional al quedar en libertad el acusado -que más tarde sería condenado- por haber superado el máximo de cuatro años de prisión provisional que contempla la legislación vigente.

Al margen de los asuntos puramente judiciales, tuve la oportunidad personal de conocer y tratar a un abogado «de los de antes», de los de corbata y chaqueta hasta en la playa, y a la vez una persona muy agradable, entrañable, de conversación animada. Estos días, he podido rellenar algún hueco en su biografía y uno de sus amigos, Antonio Revert, compañero del mundillo de los tribunales, explicaba que los padres de Román Román gestionaban antiguamente el Hotel Font Roja en la calle San Nicolás, esquina del actuar carrer de l'Emisora de Alcoy, y que en 1936 se hicieron cargo del establecimiento del mismo nombre en el santuario. Tenían, por tanto, dos «hoteles Font Roja».

Una pérdida, en conclusión, para la abogacía, evidentemente, pero más para su familia y para quienes tuvimos la merced de contar con su amistad o confianza. Queda su herencia, que en algunos apartados, como en los juicios referidos, es de tremenda importancia.