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Análisis

Sin altura de miras en Alicante

El Ayuntamiento, visto lo visto, pretende aprovechar la crisis del coronavirus para ahondar en sus diferencias

El alcalde, Luis Barcala (PP), se tapa la cara en un gesto de incredulidad en un momento del pleno del jueves, retransmitido vía «streaming». INFORMACIÓN

Lo manifestó el propio alcalde de Alicante, Luis Barcala (PP), cuando la sesión plenaria del jueves se encaminaba irremediablemente hacia los créditos finales. «Me siento avergonzado». Lo dijo y lo repitió. Y lo hizo con gesto convencido. Eso sí, no eran palabras de confesión, como cabría esperar a esas alturas del bochornoso espectáculo que ofreció la Corporación alicantina en el pleno ordinario del mes de abril, en pleno estado de confinamiento por la crisis del coronavirus, sino un golpe al rival político. Uno más de los muchos ataques que se intercambiaron, sin titubear ni sonrojarse, los grupos en una sesión telemática que evidenció el papel que quiere interpretar Alicante en un escenario único, dramático e inesperado.

La Corporación, visto lo visto, pretende aprovechar la crisis del coronavirus para ahondar en sus diferencias, con una brecha cada vez más pronunciada entre los líderes del bipartito (PP) y la principal formación de la oposición (el PSOE), pero también entre la propia izquierda, y con grietas internas en los partidos del gobierno.

Aquí no gusta replicar el ejemplo de lealtad -con sus matices- que están mostrando los partidos políticos en las Cortes Valencianas, encabezada por la izquierda del Botànic de Ximo Puig, o en la Diputación de Alicante, liderada por el popular Carlos Mazón, quien también participó en calidad del concejal en el pleno municipal de este jueves en Alicante. Eso sí, se dedicó a decir «sí» o «no» cuando tocaba según la pauta fijada. Él no abrió la boca. Eso que se evitó.

Eso sí, fue testigo de excepción de una sesión que se recordará más por las expresiones fuera de lugar y por el constante enfrentamiento entre fuerzas que por ser la primera en la que se abordaba en Alicante la tragedia social y económica generada por el Covid-19. Ni una pandemia de catastróficas consecuencias logró suavizar unas relaciones tensas que vienen de atrás, pero que no han hecho más que enmarañarse durante las última semanas. Será el confinamiento, dicen unos; será la falta de altura política de esta Corporación, replican otros. Será.

Sea lo que sea, el Pleno municipal ha elegido su papel: prefiere bronca a lealtad, división a unidad, exhibir las vergüenzas y no por potenciar los puntos de acuerdo. Pactos que no ha hecho antes, ni hace ahora -en un nuevo tablero que exige variar la estrategia política- ni da la impresión de que vaya a hacer en las próximas fechas.

Ni la crisis del coronavirus ha conseguido tender puentes entre el PP y el PSOE, las dos principales siglas del Ayuntamiento (ambos tienen nueve ediles, aunque unos desde el gobierno y otros desde la oposición). La Plaza del Ayuntamiento parece la madrileña Carrera de San Jerónimo. Para mal. Las relaciones siguen siendo frías, por no decir inexistentes: Francesc Sanguino y Barcala, si pueden, se evitan. Nunca hubo conexión entre ambos, pero la poca que pudo existir se rompió poco antes de decretarse el estado de alarma, en una junta de gobierno extraordinaria en la que el socialista elevó una propuesta de unidad relativa al Presupuesto que, al instante, ya se había apropiado en público a través de una nota de prensa.

La bronca fue de órdago, de las que no se olvidan. Desde entonces, nada es igual. Ni parece que lo vaya a ser. De hecho, en el último pleno uno le dijo al otro: «[Dejar dinero para que lo gestione] es como poner al zorro a cuidar de las gallinas». El alcalde respondió, sin bajar el tono: «No está hecha la miel para la boca del asno». Y así todo. Y todos. No sólo entre el PP y el PSOE, y viceversa, sino que la refriega también se dio entre el resto de partidos políticos. Como en una cama redonda: todos con(tra) todos. Sin pudor, disfrutando.

Tal fue el nivel de confrontación que muchos admitieron el «bochorno» sentido una vez se apagó la videoconferencia. Eso sí, la culpa siempre era del rival, del de enfrente. Cero autocrítica. Y eso que miseria hay detrás de cada puerta.

Por partes

Ante un reto como el que se avista en la gestión municipal, Barcala está bajo mínimos, sabedor de las limitaciones de un grupo que no valora. No es nada nuevo, pero en las arenas movedizas es donde más ayuda necesita uno para salir a flote. Y el alcalde se enfrenta a esta situación con lo justo: Manuel Villar, José Ramón González y con poco más. Consecuencias de hacer las listas pensando en las urnas y no en gobernar cuatro años.

En Ciudadanos, con la vicealcaldesa y titular de Turismo, Mari Carmen Sánchez, reprobada por un vídeo que sonó a confesión, la situación es peor si cabe. La «número uno» sobre el papel ni está ni se le espera. Muchos la dan ya por amortizada. Así que su sillón, el de «voz» de Ciudadanos, empieza a estar disputado: Antonio Manresa, portavoz adjunto, busca ocupar un espacio vacante. Pero por ahora, no hay color: José Luis Berenguer, un recién aterrizado en política, mueve los hilos del grupo. Y viene de lejos: fue el encargado, por ejemplo, de negociar con el PP el borrador del Presupuesto. E incluso toma ya la palabra en el pleno en puntos incómodos que nada tienen que ver con su competencia (Deportes), como fue rechazar la bajada de sueldos de toda la Corporación propuesta sin éxito por Unidas Podemos. Y lo hizo él, que es el único miembro del gobierno que no cobra. No habló ni Sánchez, por aquello de no mezclar el polémico «me aburro» y el dinero ni tampoco Manresa, que era el elegido muy a su pesar para intervenir y que, al final, enmudeció. Barcala le dio la palabra, como estaba previsto, y él despejó a córner.

El panorama entre la izquierda no es más halagüeño. Durante el gobierno del tripartito se despellejaban en público; ahora, desde la oposición y con sólo un alumno repetidor, Natxo Bellido, las relaciones no son mejores. Siempre recelosos del otro, incapaces de llegar a acuerdos, necesitados de patrimonializar cualquier propuesta. Así, esa desunión se evidencia en el Pleno. Ya no son las frías relaciones del PSOE y Unidas Podemos con Compromís, evidentes desde el inicio del mandato, es que ya no es respetable ni el trato entre los socialistas y los morados, tal y como se evidenció en la última sesión. A la gresca, todos contra todos.

Y mientras, en la vida real, la gente carga con sus problemas: unos sin saber qué echarse a la boca, otros en el paro o en un ERTE; muchos con temor a qué pasará cuando levanten la persiana de su negocio, demasiados llorando a familiares fallecidos por el coronavirus. Pese a esa realidad, la que se vive ahí fuera, la Corporación ha decidido hacer frente a una crisis de envergadura insospechada desde el enfrentamiento político. Ni en este escenario insólito, ha priorizado el interés común, el de los alicantinos, al partidista. A tiempo están de rectificar. Aunque para ese propósito sobraría egocentrismo y sectarismo y faltaría generosidad política, del primero -que debe dar ejemplo- al último.

Y pese a lo imposible que parece que se reconduzca la situación, Alicante bien merece un esfuerzo, un intento de evidenciar que, aunque por ahora oculta, existe altura de miras. Lo visto, a día de hoy, demuestra lo contrario: la Corporación no se une ni para aplaudir a los sanitarios. Hasta ese gesto colectivo se politiza. No parece el mejor escenario para la que se avecina.

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