De todos es conocido el dicho que asegura que «correr es de cobardes». Pero cada vez que Cristian Aracil se lanza a correr, demuestra un gran ejercicio de valentía. Nacido en Mutxamel hace 42 años, este empleado de la empresa de limpieza de su pueblo, sin hijos, sin pareja, pero con una familia y unos amigos que le apoyan de manera incondicional, alcanzó hace una semana la meta del Ultra Trail del Mont Blanc (UTMB), una de las carreras de montaña de más prestigio del continente europeo. Toda un reto enorme. Pero su gran mérito se agiganta cuando hace tres años salió de un programa de desintoxicación de Proyecto Hombre.

«He perdido mucho tiempo en mi vida, y vi que esto era lo único que me podía tomar en serio». Con esa sinceridad se expresa un hombre que conoció la oscuridad y profundidad del pozo y que ahora corre a muchos metros de altura. Por encima de las nubes.

Km. 0

De correr detrás de los palomos a depender de la cocaína

A Cristian, de niño, le gustaba correr detrás de los palomos. Su otra pasión era, y es, la colombicultura. Conocido por medio pueblo de Mutxamel con «el Primo», fue durante muchos años festero de la comparsa Els Pacos. Trabajador de la empresa de limpieza, que cobraba el día 1 y el día 2 se había gastando todo el sueldo en alcohol y drogas, especialmente cocaína. Nunca dejó de acudir al tajo, «con la basura, como barrendero, donde me pusieran», pero llegó un día definitivo, que tomó la decisión de ingresar en Proyecto Hombre. Aquella vez le dijo al alcalde de Mutxamel, Sebastián Cañadas que «lo primero era yo, era mi vida, y después el trabajo» aunque al volver al pueblo, recuperó su empleo.

Y así estuvo seis meses ingresado en Proyecto Hombre y otra temporada acudiendo a la residencia de día. Sus pautas de vida cambiaron, pero quedaba muchos kilómetros por delante. El 10 de septiembre de 2015 sale de Proyecto Hombre, un día muy marcado en el calendario de toda mutxamelero, día grande de sus Fiestas de Moros y Cristianos. Pero esa mañana empezó a marcar diferencias en su vida. Por voluntad propia pide que le dejen permanecer en la institución «tres días más porque no puedo volver al pueblo en plenas fiestas. Conozco muy bien lo que hay allí y no me fío». Todavía hoy se muestra muy cauteloso al respecto.

Km. 50

A To Trapo le inculca la pasión por correr en la montaña

Días después de volver a ver la luz, Cristian entra en contacto con A To Trapo, un club de atletismo de Sant Joan d'Alacant donde «me crearon la afición a correr». Uno de los primeros que se volcó en él fue su amigo de Mutxamel, Jose Francisco «Gosa» Gosálvez, «a quien le debo la vida». «Es mi club, mi gente y les estoy muy agradecido, con su presidente Jesús Tirado al frente».

Su primera carrera fueron 20 kilómetros en Calp, y luego en Monóvar. A los seis meses, en marzo de 2016 ya corría la Perimetral de Benissa, de 84 kilómetros, donde quedó el 30 de la general y el octavo de su categoría. Nadie se creía lo que hacía, pero allí conoció a un médico, Sergio García, también corredor de montaña, que le dijo «tu vales» y le invitó a hacer con una carrera en los Pirineos. Fue su primer contacto con Valls d'Àneu, en julio de 2016, una prueba de 92 kilómetros, con 8.000 metros de desnivel positivo que Cristian no pudo completar. Se quedó en el kilómetro 60, pero allí se encendió la mecha del Mont Blanc. En desagravio por este abandono, el ultra trail mutxamelero se marcó el gran reto de recorrer los 170 kilómetros por montañas alpinas.

Km. 100

Ganarse la inscripción para afrontar el Mont Blanc

Para ganarse la plaza de inscripción, en el mes de septiembre de 2016, huyendo de las fiestas de su pueblo, se fue a correr la Rialp Matxicots, en Lleida, donde consiguió sus primeros cinco puntos de cara a ganarse la plaza en el UTMB. Al mismo tiempo, pasó a contar con un entrenador (Santiago Obaya, un gijonés que le manda las pautas de entrenamiento por correo electrónico), un fisioterapeuta y un dietista. «Al principio hacía las carreras a lo loco, acababa muerto, lo daba todo, pero esa no es la forma de correr? Ahora sé regular».

Antes de acabar aquel vertiginoso 2016, Cristian participó en el Desafío Lurbel Aitana y en el Falcorail de Murcia, donde fue obteniendo mejores resultados. Y así hasta conseguir los 15 puntos de pide el UTMB.

En verano de 2017 volvió a Valls d'Àneu, donde pasé mucha penalidades pero acabé la carrera, como también fue «finisher» en Penyagolosa. Y en Navidad le confirmaron su plaza en el Mont Blanc. La preparación final a lo largo de 2018 fueron tres maratones de montaña, por Benissa, Confrides y Andorra «para aclimatarse a la altura».

Km. 170

Llegar a la meta compensa las penalidades, el frío y el sueño

Y una vez en los Alpes, «me habría quedado toda la vida en el Mont Blanc». Alquiló una cabaña en Chamonix, hasta donde le acompaño su padre Andrés. Estuvo 50 horas sin dormir, aunque «durante la carrera me moría de sueño y de frío, fue lo más duro de la carrera», más que los 170 kilómetros y los 10.00 metros de desnivel positivo, subiendo y bajando montañas, con la uñas de los pies destrozadas, alimentándose con geles bebibles y barras energéticas. El objetivo era llegar, allí da igual ser el primero que el último».

Unos días después de su experiencia, Cristian reflexiona: «En medio de la montaña se te pasa por la cabeza qué he hecho yo para estar aquí, pero solo quiero seguir adelante». En el horizonte ya tiene otro reto para 2019, una carrera por Andorra, de otros 170 kilómetros y 13.000 metros positivos de desnivel. «En la montaña encuentro la libertad», y eso lo dice una persona que trabaja de lunes a sábado, que entrena a diario y que los fines de semana, su mejor plan es correr durante seis horas hasta el Cabeçó d'Or. Sabe que su pueblo le apoya y que siempre tendrá a sus padres Andrés y Mercedes y sus hermanos. Y sobre todo tiene claro que «cada día que te levantas es una nueva vida. Yo estoy enfermo de por vida y no bebo ni siquiera una cerveza sin alcohol porque eso es repetir los mismos gestos que me llevaron al pozo». Donde no piensa volver.