Sant Joan d'Alacant

n Una de las mayores satisfacciones que recibe el ser humano es comprobar cómo es capaz de crear obras de arte con sus propias manos. Si a su trabajo artesano, se suma el proceso químico, casi mágico, que provoca la trasformación de esmaltes en metales, el resultado no puede ser más enriquecedor. Esa sensación la han experimentado los alumnos del taller de cerámica que imparte María Aracil en la Casa de Cultura de Sant Joan d'Alacant. El curso ha finalizado con una clase práctica de Rakú, donde han elaborado con esta técnica artística milenaria varias piezas sorprendentes.

El nombre raku-yaki es una técnica tradicional oriental de elaboración de cerámica utilitaria. Nació en Corea y floreció en Japón, siempre vinculada a la ceremonia del te, ya que estos ceramistas bebían la infusión en vasijas fabricadas por ellos mismos. Es decir, arte y placer unidos. No obstante, la palabra «rakú» significa «diversión» o «felicidad».

Unos siglos después, el te oriental se ha cambiado por un almuerzo mediterráneo, con productos típicos «de la terreta» que ayudaron a crear obras únicas.

El proceso de elaboración comienza modelando las piezas a mano. Tras una primera fase de bizcochado a 900 grados, se les colocan esmaltes y óxidos metálicos, y se introducen en el horno para rakú, poco convencional pero muy efectivo. Cuando los esmaltes alcanzan su punto de cocimiento se sacan, incandescentes y se depositan con cuidado, con la ayuda de pinzas de hierro, en un recipiente lleno de viruta de madera, hojas de diario u hojas secas de árbol.

El calor incendia el material combustible y genera humo que penetra en la pieza. Los esmaltes proporcionan una parte del oxígeno que se reducen en metal puro, lo que da la apariencia característica a esta cerámica. El proceso químico se fija bajando bruscamente la temperatura con agua, con lo que se obtienen al final tonalidades, texturas, matices y colores fascinantes, que pueden ser desde rojos metalizados hasta craquelados, nacarados y tornasoles característicos de esta técnica ancestral.

A partir de ahí, tan solo hace falta que estas obras luzcan en casa de cada uno de los 23 alumnos del taller. Es la satisfacción de mezclar tierra, fuego, agua y aire. Pura alquimia.