Escribir sobre Luisa Pastor, a toro pasado, se hace duro; pero creo, humildemente, que ella no me habría perdonado que hubiera rechazado esta invitación del diario Información. Acercarnos a la figura política de Luisa es muy sencillo, porque su tremendo sentido de lo institucional estaba muy encima de las siglas. Su carácter cercano y su capacidad para desesperar al contrario la convirtieron en alcaldesa de Sant Vicent del Raspeig.

Aún recuerdo las largas e interminables conversaciones con Pepe Gadea en la antigua alcaldía, cuando un partido socialista dividido dio su respaldo a una señora conocida más por ser la mujer del conseller García Antón que por ella misma. Al contrario de lo que se pueda pensar, nunca le pesó esa identificación. Siempre se sintió orgullosa de estar casada con José Ramón como de sus hijos y sus nietos y tuvo a gala aprender de él sobre ingeniería, agua y administración. Pues sobre negociaciones y toma de decisiones, Luisa fue siempre independiente.

De su gestión municipal, quedan y quedarán muchas obras y muchas iniciativas. El equipo de concejales que le acompañaron lo saben muy bien. Con ellos, con todos ellos, supo cambiar el rumbo de la ciudad y aprovechar las vacas gordas para transformar el pueblo, su pueblo. De las eternas discusiones con Rafael Lillo o Jose María Chofre -antiguo arquitecto municipal-, todos nos acordamos, porque esperábamos durante horas a que finalizaran. Todos nos desesperábamos, porque parecía que la transformación urbanística lo ocupaba todo. El tiempo le dio la razón y ahí está el mercado municipal, la biblioteca, la avenida Libertad, el entorno de la plaza Mayor e incluso la propia iglesia, donde hoy muchos la despediremos.

Alrededor del centro, hubo muchas historias pendientes. Si tengo que destacar una, me quedo con su clara visión de Sant Vicent. Víctor López sabe bien de lo que hablo. Un día fuimos a la ermita de San Antonio, uno de los pocos puntos altos del municipio y me explicó todos los problemas que había. Empezó por Los Girasoles y sus reiteradas inundaciones, pasó por Santa Isabel, por el dichoso campo de golf del Sabinar y terminó por la Cementera.

El acierto y el error -lo fueron a la par- de gestionar un municipio con tanto potencial como si fuera una casa le llevaron a construir una ciudad con identidad propia. Le llevó a cuidar y limpiar la ciudad. La Brigada de Mantenimiento municipal, el equipo de Urbanismo, Carlos Medina o el jardinero la sufrían con llamadas a cualquier hora.

Mucho criticó a su marido y a Paco Santiago cuando se iban los domingos, festivos y horas de guardar a ver obras en Benidorm; pero luego ella hizo lo mismo. Su pregunta era: ¿En tu casa, te gusta tener las cosas rotas? Quería cambiar San Vicente y quería que San Vicente fuera importante por motivos propios.

No quería oír el término de ciudad dormitorio y apostó por la Universidad. La apertura del Bulevar supuso un antes y un después. Luisa lo explicó de manera muy sencilla: «La Universidad ha abierto sus puertas y ha dejado de enseñarnos el culo» en referencia a que para entrar en el campus tenías que ir hasta donde está la parada del Tram.

Su apuesta firme por convertir a San Vicente en ciudad universitaria la llevó a identificarla no como una institución aliada, sino como una propia del municipio. Su amistad con Salvador Ordóñez, sus buenas relaciones con Jiménez Raneda y el especial cariño que le tenía a Manuel Palomar la convirtieron en una defensora de la Universidad, por encima de quien la gobernara y de lo que dijera su partido. Perdón si me he extendido en los hitos urbanísticos, pero es que la ingeniería -que no la arquitectura- era su otra pasión.

«Si algún día soy rica, no tendré un mayordomo, tendré un albañil», me decía. Era su manera de darle importancia a lo sencillo y también de huir de excentricidades. Fue una política municipal de las listas, de la vieja escuela, de las de dejar cocer a fuego lento las soluciones para acabar diciendo: «Lo que está en el mar es peix i lo que ha de vindre, peixera» (en esa mezcla de valenciano y castellano que hacía).

Su etapa en la Diputación fue muy extensa. Empezó en 1999. Así que cuando llegó a la Presidencia conocía la casa. Conocía a gran parte del personal y sobre todo, su funcionamiento. Creo que, al final, le gustó más de lo que ella pensaba y sobre todo, la disfrutó. Las defendió frente a quienes las quieren ver desaparecer, pero compartía la necesidad de ordenar el girigay que hay de competencias.

Punto y aparte en su historia, la ocupó el agua o la falta de agua. Aprendió del mejor, decía; pero heredó un problema eterno, enquistado, por el que llegó a sufrir fruto de la desesperación. En este punto, fueron las figuras de Paco Santiago y Antonio Gil Olcina sus referencias, a las que tanto agradeció su sinceridad y amistad desinteresada.

Pero esta historia, no puede acabar sin una parte divertida. Luisa Pastor era una persona optimista y festera. De hecho, era la segunda más festera del pueblo detrás de su gran amiga Paquita Asensi. Sus compañeros y amigos de los Moros Viejos han perdido una gran cabo, porque lo que una de las cosas que más le gustaban eran las fiestas de San Vicente. Entre las muchas anécdotas, aún recuerdo la cumbre del Agua en San Vicente en plenas fiestas. Rápidamente se montó el acto, autoridades, protocolo ? vino el presidente de la Región de Murcia, entonces Valcárcel y estaba de conseller García Antón. Ella le recibió con el traje de Moro Viejo. Ese día las fotos ya sabemos quien se las llevó.

O de aquella primera campaña electoral en el 99, en la que sus compañeras de batallas Mercedes y Geli fueron micrófono en mano, diciendo Vota a Luisa Pastor. Una imagen tan divertida como esperpéntica de las que a Luisa le gustaba contar, porque se lo pasó genial.

En la etapa final, fue la persona que tuvo el arrojo de decirle al recién nombrado Rey Felipe VI en su coronación: «Ayer estuve con tu madre» (la Reina Sofía que vino al Marq) ante la estupefacción del Protocolo de la Casa Real. Así era ella, capaz de desencajar al más real.

Y por último, nadie, nadie de los que trabajamos con ella, podemos olvidar sus típicos y conocidos: «Sí, sí, sí» que significaban sí te escucho, sí te entiendo, sí lo veo; pero nunca significó que estuviera de acuerdo. La de alcaldes y vecinos a los que hubo que explicárselos, ¿verdad Pilar, Cloti, Laura, Nadia?

De los defectos y de los errores, ya hablaremos otro día; porque siempre quedamos que lo abordaríamos en La Toscana y ya no iremos. Si hay cielo, que se preparen. Allá les va la abuelita veloz.