En noviembre del 2012, Chris ­Anderson sorprendió a la comunidad tecnológica cuando anunció que abandonaba su trabajo como redactor jefe de la revista 'Wired' para centrarse en su empresa de fabricación de drones 3DRobotics. "La impresión 3D será algo más grande que la web", aseguró.

Las impresoras 3D existen desde mediados de los años ochenta, pero hasta hace apenas un lustro sólo las grandes compañías de sectores punteros podían acceder a esta tecnología. La distribución de este tipo de máquinas estaba en manos de unos pocos fabricantes, que inventaron y patentaron diversas tecnologías de impresión 3D y explotaron sus posibilidades en el campo del diseño industrial. Empresas como las estadounidenses 3D Systems y Stratasys fabrican desde hace tres décadas impresoras capaces de producir prototipos y moldes de una gama de materiales bastante amplia: desde polímeros como el nailon hasta metales como el titanio.

De implantes dentales a órganos humanos

A causa de la falta de competencia, el precio de estas impresoras 3D resultaba prácticamente inalcanzable. Sólo las grandes multinacionales de industrias como la aeronáutica o los centros de investigación científica y médica más avanzados podían pagarlas. Las demás industrias interesadas en la investigación y el desarrollo en ese campo debían conformarse con diseñar sus prototipos en 3D y enviarlos a las compañías fabricantes para que los imprimiesen y así poder evaluar la eficacia de lo proyectado.

El uso de las impresoras 3D es ya una realidad en múltiples ámbitos, más allá de la fabricación de piezas ligeras para aviones comerciales y de combate o de elementos de la carrocería de los coches. En el sector sanitario, las aplicaciones son inmensas: se imprimen implantes dentales y craneales, prótesis (incluso brazos y piernas biónicas sensibles al tacto), injertos óseos para curar articulaciones fracturadas, moldes de canales auditivos que se convierten en audífonos; y se experimenta con la impresión de tejidos vivos (que actúan como sustitutivos temporales de cartílagos como la tráquea y los bronquios) y órganos humanos (a partir de células madre embrionarias).

La NASA estudia enviar a la Estación Espacial Internacional una impresora 3D junto con alimentos ricos en proteínas envasados al vacío para que los astronautas se impriman su comida. Bistecs, por ejemplo. Las marcas comerciales ya están probando con deportistas de elite productos adaptados a las necesidades de cada atleta. En la Super Bowl, Nike estrenó unas zapatillas cuyos tacos de nailon, creados con una impresora 3D, mejoran la tracción de los jugadores en el momento de iniciar la carrera.Pronto se verán empuñaduras adaptadas a los movimientos y al modo de coger la raqueta de los tenistas, con el fin de evitar lesiones como la llaga que mermó el juego de Rafael Nadal en el Open de Australia.

La NASA estudia enviar a la Estación Espacial Internacional una impresora 3D para que los astronautas se impriman su comida

En cualquier actividad, las posibilidades son infinitas: coches personalizados de Scalextric; carcasas para móviles; copias de superhéroes de cómic o incluso de uno mismo; piezas para reparaciones en el hogar, como recambios de electrodomésticos; moldes y prototipos para uso profesional o como entretenimiento que pueden ser de joyería, moda, arte... Y eso, sin contar excentricidades, como la pistola Liberator o la impresión de un feto, que ofrece una empresa como 3D Babies (por 460 euros).

El punto de inflexión que explica el auge que ha experimentado la impresión 3D en los últimos años son las investigaciones del profesor de ingeniería mecánica de la Universidad de Bath (Reino Unido) Adrian Bowyer. Él impulsó, en el 2005, el proyecto RepRap, cuya finalidad era diseñar una impresora 3D de bajo coste capaz de autorreplicarse. La gran contribución de esta iniciativa radica en que Bowyer creó este proyecto bajo los principios del open sour­ce, lo que le llevó a compartir y divulgar en internet todos sus avances. Pronto se conformó una amplia comunidad de aficionados y profesionales que ayudaron a desarrollar la máquina y a experimentar con técnicas y materiales de impresión tridimensional.

De la revolución social a la transformación industrial

Que todo el conocimiento para fabricar impresoras 3D sea de dominio público ha contribuido a encender la imaginación de muchas personas, quienes han desarrollado sus propios dispositivos y proyectos. Ya se hacen experimentos para crear monas de Pascua y otras figuras de chocolate.

Con un cabezal que funcione mediante inyección se pueden construir impresoras que fabriquen alimentos

Existen muchas herramientas y recursos on line que facilitan el diseño de elementos tridimensionales. En webs como Thingiverse se comparten, bajo licencias libres de uso, diseños y modelos de productos. El crecimiento exponencial de esta comunidad ofrece una idea de la eclosión que experimenta la impresión 3D: en el 2010 apenas se compartían 5.000 diseños en Thingiverse; en el 2013, la cifra de creaciones superaba los 200.000 modelos.

Los programas informáticos de diseño en 3D son cada vez más fáciles de usar. Aplicaciones como SketchUp (creada por Google) o Tinkercad (adquirida el año pasado por Autodesk, empresa creadora del programa de diseño técnico en 2D y 3D AutoCAD) permiten que la transición entre la idea, el diseño tridimensional y la impresión del producto sea cuestión de minutos.

Para profesionales de la ingeniería o la arquitectura la impresión 3D cambia los tiempos y el gasto que supone el paso de un prototipo a una pieza real: antes era caro y conllevaba mucho tiempo; ahora es rápido y económico.

La facilidad para crear diseños en 3D con estos programas -aun más, la posibilidad de descargarlos de sitios como Thingiverse-, junto con el abaratamiento de las impresoras de tecnología FDM (la impresión por deposición de capas de plástico fundido), son los dos elementos que conforman el cambio de paradigma que se da alrededor de la impresión 3D.

Está por ver si la impresión 3D se convertirá en una tecnología disruptiva, pero no cabe duda que afectará, en mayor o menor medida, al modelo de distribución de productos y servicios. Aun así, se antoja complicado imaginar una masificación de esta tecnología, y tampoco se presume que el común de los consumidores se descargue de internet e imprima objetos de bajo coste y presencia cotidiana en nuestras vidas.