Las catástrofes aéreas como la ocurrida hace una semana en los Alpes franceses, después de que el copiloto Andreas Lubitz Andreas Lubitzestrellara presuntamente de forma deliberada el aparato, reafirman los temores de aquellas personas que tienen miedo a volar, según los expertos en psicología consultados por Efe.

Es un miedo que sufre entre un 15 y un 30 % de la población, aunque en sólo una pequeña parte se puede hablar de fobia, del miedo paralizante exageradamente alto que inunda todas las áreas de nuestra vida y puede producir situaciones muy desagradables.

El especialista Francisco Miguel Cerén, psicólogo clínico en "Vínculos: Orientación y Psicoterapia", habla de cómo influyen tragedias como la de los Alpes en estas personas: "Pueden reafirmar los temores. Un accidente es un elemento de estrés general para la población que sensibiliza ante el hecho de volar. En personas con fobia a volar contribuye a exacerbar ese miedo y a darle 'alimento' con nuevas obsesiones y miedos".

La psicóloga clínica Arantza Pérez Mijares, también miembro de Saluspot, la comunidad interactiva de salud formada por médicos profesionales y usuarios, cree que siniestros como el materializado supuestamente por el copiloto "influyen mucho", máxime desde los atentados de Nueva York.

"Desde la catástrofe del 11S ya empezamos a pensar en que determinados terroristas pueden no sólo secuestrar el avión, sino además decidir morir matando, lo cual es algo complejo de asimilar, ya que la conservación de la vida es algo inherente al ser humano", según Pérez, directora del centro Mijares Psicólogos.

Por eso, estas tragedias pueden conllevar la aparición de nuevos casos de miedo a volar ya que "ahora hay que contemplar otras posibilidades que antes no contemplábamos y eso despierta nuevos temores".

Personas que puedan no tener miedo a volar podrían desarrollarlo a partir de ver las imágenes e imaginarse ellas mismas en situación similar, según el doctor en psicología y profesor de honor de la Universidad Carlos III de Madrid Guillermo Fouce.

"La gente puede ponerse en el lugar y pensar que les podría pasar a ellos, están documentados, aunque es muy excepcional que podamos desarrollar miedos como el miedo a volar solo viendo a otros tener miedos, de manera vicaria y sin una experiencia negativa directa", precisa Fouce.

Cuando se siente de cerca el miedo, los síntomas son claros: un aumento de la activación general (sudoración, palpitaciones o latidos rápidos de corazón) al afrontar la situación, pero también se puede manifestar evitando tomar un vuelo, lo que refuerza la fobia y la agranda.

strong>¿Cómo frenar ese miedo a volar?

Según Fouce, presidente de Psicólogos sin Fronteras, lo primero que hay que hacer es "imaginarse la situación, acercarse progresivamente a ella, aprender a relajarse, parar pensamientos irracionales (" me voy, nos vamos a estrellar") y en ultimo caso volar siempre".

También para Luis de la Herrán, psicólogo clínico y director del centro Delta Psicología, la mejor recomendación es "que vuelen, que no cancelen los planes en avión que tengan, y comprueben por ellos mismos que no pasa nada. No conviene evitar situaciones que nos suscitan miedo para evitar daño cuando sabemos que ese daño no es objetivo".

De la Herrán ahonda en la única intervención psicoterapéutica con evidencia empírica demostrada en el miedo excesivo a volar, la terapia de exposición y afrontamiento.

Puede hacerse más o menos gradual y debe también ir acompañada de estrategias de control de la ansiedad, desactivación fisiológica y en algún caso puede ser interesante terapia con biofeedback.

Es necesario completar esa terapia con una reestructuración cognitiva para reordenar las ideas y pensamientos acerca de la situación de volar.

Una vez que ese miedo es controlable -en ningún caso desaparece-, la persona no suele necesitar más terapia, pues ya sabrá cómo hacer frente a esa situación temida.

Tendrá que repetirse eso de que estadísticamente es más seguro viajar en avión que en cualquier otro medio de transporte, incluso en bicicleta, y ser consciente de la vulnerabilidad que tenemos como personas y no vivir de espaldas a la muerte, al daño y al dolor. "Aceptar que la vida tiene dos caras, las del placer y la del dolor, concluye De la Herrán, nos ayudará a vivir más tranquilos".