Cuando diagnosticamos un tumor de vejiga es muy frecuente que los pacientes de una forma automática los intenten clasificar en benignos o malignos.

Todo el mundo piensa de una forma inconsciente que los tumores pueden ser buenos o malos, a los buenos suelen llamarlos pólipos o nódulos... a los malos Cáncer.

Aunque no es la misión de este artículo dar una clase engorrosa sobre las clasificaciones de los tumores de vejiga vamos a intentar aclarar cómo se deben denominar, como debemos llamarlos.

En realidad tumores benignos de vejiga, entendiendo como benignos aquellos que no son cancerosos hay muy pocos. La gran mayoría se forman a partir de alteraciones celulares cuya reproducción va a dar lugar al crecimiento del tumor localmente y ocasionalmente a la invasión de otros tejidos.

Pero es muy importante saber que aunque la mayoría de los tumores vesicales son cancerosos, más del 90% se pueden curar si son tratados a tiempo, cuando están localizados.

Por tanto cuando el urólogo nos diagnostica un tumor de vejiga la primera pregunta que deberíamos hacerle sería: ¿Está el tumor localizado?, la segunda sería: ¿Qué grado de «malignidad» tiene?.

Lógicamente para responder a estas preguntas el urólogo ha tenido que realizar una serie de exploraciones básicas:

- El análisis de orina y una ecografía vesical son las dos exploraciones que solemos hacer en consulta cuando atendemos por primera vez al paciente.

- Cuando existe la más mínima sospecha de poder encontrarnos con un tumor de vejiga el siguiente paso será la cistoscopia. La cistoscopia es una exploración que nos permite ver directamente la uretra, la próstata y la vejiga de la orina y de esta forma identificar el tumor. Esta prueba realizada con sedación es completamente indolora.

- Si es necesario el estudio se puede completar con radiografías, TAC, citología…

- Por último la biopsia será la prueba que nos dirá con exactitud el tipo de tumor y el grado de malignidad que tiene.

Tratamiento quirúrgico

En la mayoría de los pacientes la resección transuretral es la forma en la que intentamos extirpar el cáncer de vejiga. Consiste en la introducción de un instrumento en forma de tubo a través de la uretra y por medio de un asa de corte llegamos a la zona de lesión y la extraemos al tiempo que coagulamos la herida.

Utilizamos energía bipolar que permite mayor precisión, mejor coagulación.

En el caso de los tumores que han crecido en profundidad, la resección endoscópica puede ser insuficiente siendo necesaria la extirpación completa de la vejiga.

Cuando ya tenemos de la biopsia definitiva decidimos si hay que completar el tratamiento quirúrgico con algún tipo de quimioterapia o inmunoterapia, sustancias que se introducen dentro de la vejiga.

Seguimiento y revisiones

Una vez finalizado el tratamiento del tumor vesical es preciso realizar revisiones periódicas. Son necesarias para confirmar que el paciente sigue bien.

Debemos recordar que los tumores de vejiga son muy recurrentes, es decir, pueden o bien reaparecer en el mismo sitio donde fueron extirpados o bien en cualquier otro lugar de la vejiga de la orina.

Estas revisiones sirven para seguimiento y control tanto de la intervención realizada como la de los posibles efectos secundarios de los tratamientos complementarios que ocasionalmente tenemos que realizar.

De esta manera un buen seguimiento nos permitirá localizar el cáncer en sus primeros estadios e instaurar, en caso necesario, un tratamiento lo más rápidamente posible.

Incluso tras el plan terapéutico más completo, existe un riesgo de reaparición de la enfermedad. Su diagnóstico precoz permite instaurar, de nuevo, un tratamiento rápido y por tanto puede ser más fácil lograr que desaparezca y mejorar los síntomas.

El riesgo de reaparición de la enfermedad disminuye con el paso del tiempo. Por ello, durante los 2-3 primeros años tras el diagnóstico es aconsejable realizar revisiones cada 3-4 meses. Durante los años 4º y 5º las revisiones pueden espaciarse algo más y se realizan cada 6 meses. A partir de 5º año las revisiones pueden hacerse anualmente.

Las pruebas que habitualmente se solicitan en las revisiones periódicas tras la realización de una exploración minuciosa suelen ser las siguientes:

- Analítica completa: se determinan parámetros que nos indican el funcionamiento del hígado, del riñón y del resto de órganos.

- Cistoscopia: es una prueba fundamental en el seguimiento de pacientes tratados con RTU por tumores superficiales.

- Citología de orina: permite detectar la reaparición de células tumorales en orina.

En función de la aparición de nuevos síntomas, el médico determinará la necesidad de realizar otro tipo de pruebas como ecografía, TC, gammagrafía ósea, etcétera.

Es importante que refieras a tu médico, tanto en el momento de las revisiones como en cualquier otro momento, cualquier circunstancia que te parezca extraña como puede ser la pérdida de apetito o peso, dolor, sangre en la orina.