Nos encontramos en agosto, una época de vacaciones en la que estamos disfrutando del buen tiempo pasando largas jornadas en la calle, en la playa o viajando. Todos somos testigos de cómo, cada vez con mayor frecuencia, nos afectan jornadas calurosas que son el habitual tema de conversación. Los niños, al igual que los adultos, también son sensibles a las altas temperaturas, pero desgraciadamente, en muchas ocasiones son los grandes olvidados y se exponen al calor con gran facilidad, con el consiguiente riesgo de deshidratación. Para evitarlo precisan de unas precauciones especiales, muy fáciles de adoptar como van a poder comprobar.

La deshidratación es la expresión clínica de un balance hidrosalino negativo, debido a que las pérdidas de líquidos no son compensadas por los ingresos, esta situación puede ser provocada por las altas temperaturas que producen una sudoración excesiva, la alteración de la alimentación, ya que los niños se pueden encontrar más inapetentes con el calor o los virus gastrointestinales frecuentes de la época estival.

Voy a referirme en primer lugar a la prevención de estas situaciones, que como van a comprobar es muy sencilla. Para ello es fundamental dar al niño una mayor cantidad de líquidos y evitar la exposición prolongada a un ambiente caluroso o a ropa impropia para las elevadas temperaturas de estos meses. En caso de que el niño presente vómitos o diarrea y rechace la ingesta de agua es crucial acudir al pediatra ya que corre el riesgo de que se deshidrate y precise rehidratación.

Si su hijo es un lactante y le da pecho puede aumentar la frecuencia de las tomas, si por el contrario se alimenta con biberón debería de complementar su alimentación con agua, ofreciéndosela con cierta frecuencia, ya que aunque la necesita no sabe pedirla. En niños mayores además de estar pendientes de que ingieren la cantidad de líquidos suficientes se puede complementar la alimentación con la variada y rica fruta que nos ofrece esta época, ejemplos son la sandia o el melón, que además de refrescarles, pueden ayudar a hidratarse.

Si no se han tomado las medidas necesarias para que aparezca la deshidratación o desgraciadamente han sido ineficaces, es fundamental saber reconocer sus síntomas, y debemos alertarnos si vemos al niño irritable, sediento, con la boca y lengua pastosas, la ausencia de lágrimas con el llanto, la presencia de una piel pálida y fría o la disminución del flujo de la orina con un aumento de su concentración. Ante esta situación se tiene que hidratar al pequeño de inmediato con agua o solución de rehidratación hidrosalina debiendo mantenerse la lactancia materna en el lactante. Deben evitarse las bebidas de uso común, tales como las bebidas isotónicas, los refrescos habituales o zumos, ya que, aunque son de mejor sabor no reúnen la composición adecuada necesaria para la rehidratación.

Si persisten los síntomas acudir a su pediatra.

Afortunadamente cada vez la educación sanitaria de la población es mayor y se suelen tomar las medidas adecuadas que permiten disfrutar del verano sin mayores problemas.