Cuando de niños nos enseñaban un elefante en una cartulina, sin haber visto ninguno real, aprendíamos el significado de la palabra «Elefante». Antes de poder hablar ya reconocíamos el elefante y lo señalábamos en el dibujo.

Esta forma de reconocimiento, este tipo de memoria está presente desde temprana edad y crece rapidísimo a partir del segundo año, siendo imprescindible para el aprendizaje y el desarrollo de habilidades del tipo que sean.

No sabemos con exactitud porqué unas vivencias son recordadas más y mejor que otras. En general lo que recordamos a partir de los 3 años (que es poco y difuso) o lo que recordamos después de los 7 (que es mucho más nítido y abundante) son asociaciones de experiencias que podremos recordar, evocar, durante diez , treinta u ochenta años y se conoce como memoria autobiográfica. Es la base de nuestras relaciones futuras. Los lazos entre humanos se basan en el intercambio de experiencias y éstas, en lo que recordamos.

No hay escapatoria: todo lo vivido queda almacenado. El no poder contarlo no significa que no se haya guardado, simplemente no puede ser evocado y no equivale a ausencia de memoria. Y también los sentimientos, los enfados, los miedos, lo placentero. Hablamos de la memoria emocional.

La memoria emocional fija nuestros recuerdos y las emociones que nos provocan, una asociación sólida y sin la cual no podríamos sentir. El niño al que no se toca, no se acaricia, disfrutará menos con el tacto que otro. El niño con el que no se juega tenderá más que otro al aislamiento y le será más difícil interpretar el mundo porque el juego es una guía para entender el mundo del adulto.

El creciente aumento en nuestro medio de niños que «no quieren crecer» (niños Peter Pan), «solitarios» y «difíciles», por citar solo algunos, nos debe hacer reflexionar sobre el modo de vida que llevamos y la deriva de una sociedad no siempre atenta a las necesidades de presencia cariñosa que a veces damos por supuesta y no lo es, debido a prisas, a la sustitución de regalos por tiempo, a la disminución de las horas de juego por la falta de compromiso con el menor.

Pero, ¿qué recuerdos tendrán los niños maltratados?. En España se estima que 1 de cada 15 niños es víctima de la crueldad mental de sus padres, que 1 de cada 5.000 padece violencia física. La causa más común es la pérdida de control frente al niño que llora demasiado o no deja dormir.

Por ello como personas y como colectivos (profesores, educadores, puericultores, pediatras, psicólogos, etc. ) debemos impulsar una revolución profunda de nuestros comportamientos, tratar de comprender mejor al eslabón más débil, vulnerable y silenciado, que no silencioso, de nuestra sociedad. Y a reclamar de nuestros gobernantes medidas concretas (ampliación de tiempo por maternidad, mejor atención en escuelas a niños con y sin problemas, mejores escuelas) que procuren un panorama esperanzador en los ojos recién abiertos de los que nos siguen.