Todos los seres vivos necesitan del alimento para vivir, es una necesidad biológica que está regulada instintivamente. En el reino animal la relación con el alimento es directa y finaliza cuando la necesidad es satisfecha. El ser humano es la única especie que, por su capacidad de lenguaje y pensamiento, puede hablar acerca de los alimentos, pensar en ellos, establecer normas y rituales en torno a lo que come, elegir el modo de preparación, estableciendo además espacios, horas, fechas o creando grupos y celebraciones en los que el alimento es el objeto compartido.

Por todo ello, la necesidad de alimento instintiva adquiere en las personas un alto valor simbólico. Esto quiere decir que el alimento tiene significados y connotaciones: sentimos emociones, nos evoca recuerdos de personas, historias y momentos? En suma, comporta una función más allá del simple hecho de alimentar y satisfacer la necesidad biológica del hambre y la supervivencia del cuerpo.

Alimentarse no es instintivo

El acceso del cachorro humano al alimento se produce desde el origen en una relación de dependencia con su madre, que es quien se lo provee. Si a dicha relación alimentaria primordial le sumamos que la alimentación del hombre está inmersa en una estructura social preexistente, podemos afirmar que el acceso al alimento no es directo y suficiente como en los animales, sino que estará condicionado por lo psicológico y lo social. En consecuencia, el ser humano establece un lazo muy particular y complejo con los alimentos, hecho que se puede ver con claridad en los desórdenes de la alimentación. En el acto de alimentarse, quien padece un trastorno está diciendo algo que nada tiene que ver con el instinto animal -con el hambre- sino algo que está íntimamente vinculado con su historia, con su vida.

Desorden alimentario

En el plano estrictamente de los desórdenes alimentarios, ya sea en su polo del exceso -obesidad- como en el de la restricción -anorexia-, la causa es siempre de origen psicológico, emocional, ya que lo que se resuelve a través de la comida es el intento por calmar un malestar. Comemos por ansiedad, por pena, por una ruptura o por nervios. Se nos cierra el estómago por los mismos motivos y, sin embargo, esos motivos nunca son tratados.Cada uno teme, sufre y ansía por su propia realidad, y es ese el sentido en el que debe orientarse el tratamiento de los desórdenes de la alimentación. Lo que hacemos en Centro UNO es ayudar al paciente a descubrir las causas que le han llevado a encontrar en la comida una solución temporal a sus problemas. Y es temporal porque, con el paso del tiempo, más que solución se convierte en otro problema. Quien come mucho sufrirá sobrepeso y más tarde obesidad, y quien no come, desnutrición. El cuerpo es la tercera de las variables en juego en los trastornos alimentarios, si las consecuencias emocionales se pagan con la comida, la comida nos la hace pagar con el cuerpo y allí es cuando encontramos el límite.

Un tercero que ordene

¿Qué hacer entonces? Pues encontrar la causa por la que comemos o por la que no lo hacemos. Y la causa no es miedo, dolor o ansiedad. La causa es lo que está detrás del miedo, del dolor y la ansiedad ¿Qué es aquello que hace que alguien no quiera comer? ¿Qué es aquello que le lleva a la nevera una y otra vez? Ese es el origen, y ese es el trabajo que todos debemos hacer en relación con lo que nos pasa. Pero para ello hay que pedir ayuda profesional y asumir que solos no podemos resolver ese enigma. Es un paso necesario cuando todo ha perdido sentido o puede llegar a perderlo.