Cuando de salud se trata, la prevención es el objetivo primordial. Quienes conocemos profundamente la anorexia y la bulimia sabemos que puede ser parte de una familia sin que la mayoría de sus miembros lo sepan, incluida la persona que la padece. Es muy frecuente que padres, amigos o familiares resten importancia a los signos visibles de la enfermedad.

Que se interpreten erróneamente o sean atribuidos a otras causas, lo que hace que se termine pidiendo ayuda profesional más tarde de lo recomendado. Habitualmente el paciente llega a consulta cuando su estado físico está seriamente afectado por un bajo peso, y eso es porque ya ha pasado bastante tiempo desde el inicio de la enfermedad.

No obstante, los desórdenes alimentarios son enfermedades de origen psicológico que afectan no sólo al cuerpo de quien la padece, sino al estado emocional propio y al de su entorno.

En la mayoría de los casos los padres tienen una visión poco clara de lo que está sucediendo con su hijo, atribuyendo el malestar a la adolescencia, a un capricho o a una búsqueda por llamar la atención.

Nada más alejado de la realidad. El adolescente está expresando un sufrimiento íntimo de una forma compleja.

Los signos: identificando la enfermedad

Hay que tener en cuenta algunos signos como los constantes cambios de humor o la tendencia al aislamiento. Es frecuente que las chicas posean una gran autoexigencia y sean muy perfeccionistas, mientras que en el caso de los chicos suelen destacar en algún deporte o en los estudios, debido a su gran fuerza de voluntad. Hay una obsesión por pesarse y una insatisfacción constante con el peso, a pesar de ser bajo. Otro indicador es su peculiar forma de comer, que se caracteriza por cortar en exceso la comida, manipular, separar, quitar la grasa con papel de cocina, esconder comida (los padres suelen encontrar envoltorios escondidos por la habitación con restos de comida, incluso masticada) o la respuesta agresiva ante cualquier comentario que se haga sobre su forma de comer a la que consideran «sana». Es usual el aumento del consumo de tabaco, bebidas light, agua, chicles y otros productos para controlar el hambre. Comienzan a interesarse en exceso por temas de nutrición y recetas, les gusta cocinar para toda la familia aunque luego no lo prueben. Empiezan a hacer ejercicio físico de forma desenfrenada, sobre todo en solitario (subir escaleras, saltar, bailar en casa, hacer abdominales, de día o incluso de madrugada). Puede observarse el inicio de un discurso de mentiras y manipulación para que la familia pueda excusarles de comidas familiares o de las del día a día (decir que han comido cuando no lo han hecho, que están malas, pedir un menú determinado y luego no comerlo porque tiene un ingrediente que no les gusta, etc.). En muchas ocasiones llegan a adquirir una postura muy dominante en todo el sistema familiar, todo gira en torno a ellas o ellos.

Ojo a los síntomas físicos

Recordemos que cuando los síntomas físicos como amenorrea, caída de cabello, lanugo (vello muy fino por brazos y espalda), deterioro de uñas y dientes, -por citar algunos- aparecen, eso significa que la enfermedad ya lleva un importante recorrido de evolución y por lo tanto nos encontramos en un estadio avanzado.

El primer paso: pedir ayuda

¿Qué hacer como padres ante un caso así? Debido a que la anorexia puede ser un habitante invisible de la casa, es primordial no demorar la intervención profesional, ya que cuanto más tiempo pasa más se afianza el síntoma y mayor deterioro se produce. Debemos ser conscientes de que, hasta detectar el primer signo de la enfermedad, hay un joven que está sufriendo en silencio, y a pesar de ello no es él quien pedirá ayuda.Por lo general serán sus padres, cuando ya no saben qué hacer y el clima familiar se ha vuelto insoportable.

¿Y si mi hijo no quiere acudir a un centro especializado? Muchos padres llegan a nuestra consulta en un estado desesperado de impotencia y frustración, tras haber intentado por diferentes medios y sin éxito luchar contra la enfermedad. Hay que destacar que los padres son parte de la solución. Si están bien orientados podrán ayudar a su hijo. Es por ello que en Centro Uno realizamos un trabajo previo de orientación terapéutica para padres cuyos hijos se niegan a recibir ayuda con el objetivo principal de saber qué hacer y qué no hacer para que su hijo acepte comenzar un tratamiento. Con la ayuda de profesionales y unos padres orientados será más fácil que el o la joven empiece a notar que sus estrategias no consiguen resultados y asuma lo que le está pasando, para finalmente solicitar la ayuda que tanto ha negado. En ese momento el trabajo interdisciplinar que realizamos en Centro Uno entre el psicólogo familiar, el médico y la nutricionista desplegará sus herramientas para que el paciente encuentre un espacio para hablar de lo que verdaderamente le pasa e inicie el camino de su curación.