Los falsos mitos y bulos sobre los alimentos y sus efectos sobre la salud proliferan en Internet, medio en el que los rumores encuentran un inmejorable caldo de cultivo para arraigarse y expandirse, y donde conviven con informaciones basadas en evidencias científicas. Hasta hace relativamente poco, estos bulos se difundían boca a boca, por lo que su difusión estaba más o menos limitada, pero hoy adquieren dimensión mundial a través de Internet. Por correo electrónico, de muro en muro en las redes sociales y ahora también por whatsapp, los falsos mitos sobre nutrición se propagan como un virus, desconcertando al consumidor y en muchas ocasiones creando alarma social. Precisamente el tono alarmista de este tipo de mensajes ya pone sobre aviso de su verdadera naturaleza.

Una de las invenciones más extendidas es la que advierte de que la leche envasada en tetra brik es sometida a una repasteurización cuando caduca para poder volver así a los estantes. Este bulo hizo que tanto las empresas del envase como la Federación Nacional de Empresas Lácteas saliesen al paso desmintiendo este mensaje. Uno de los últimos es el de las cápsulas de café que puso de moda George Clooney. Según el mensaje que circula por la Red, el café sale con "residuos altamente cancerígenos" al ser sometidas sus cápsulas a una "elevadísima presión (50 bares)" -el máximo de bares de estas máquinas es de 19- e incluso afirma que han sido prohibidas en Alemania, hecho que es falso.

Y hay muchos más, cientos: la margarina es un producto artificial al que solo le falta una molécula para ser plástico, las botellas de plástico desprenden antimonio, la sacarina produce cáncer, y la leche dispara el colesterol y provoca sobrepeso, y el limón con bicarbonato es una "quimioterapia natural" son algunos de los avisos que dan la vuelta al globo en forma de avisos y que en muchas ocasiones citan un estudio científico para adquirir mayor peso ante el lector. Pero, ¿qué hay de cierto de toda la literatura que circula por la red sobre los efectos negativos o positivos de los productos alimenticios? Y lo que es más importante, ¿cómo separar el grano de la paja?

"Muchas noticas u opiniones que circulan en la red no están documentadas y por tanto, no sabemos de dónde proceden o en qué investigaciones y conocimientos se basan; otras dan una visión incompleta o sesgada, con conclusiones finales que no se apoyan en evidencias científicas. Por ejemplo: 'Los plásticos sometidos a altas temperaturas pueden desprender sustancias que en unas cantidades determinadas pueden ser perjudiciales para la salud', pero no podemos sacar la conclusión, por lo que conocemos, de que 'el agua embotellada en plástico produce cáncer'. Si hubiese evidencia científica de esto, las botellas de plástico estarían prohibidas por las autoridades sanitarias", afirma Rosaura Leis, profesora titular de Pediatría de la Universidad de Santiago de Compostela (USC) y coordinadora de la Unidad de Nutrición Pediátrica del Hospital Clínico Universitario de Santiago, del Área de Gestión Integrada de Santiago.

Tengan o no rigor científico, lo cierto es que una opinión favorable o desfavorable puede modificar los hábitos de consumo. Según un estudio realizado en marzo del pasado año por Myworld, ante una noticia negativa sobre un producto alimenticio, el 39 por ciento de los consumidores se plantea dejar de consumirlo y el 80% plantea la noticia en su entorno. La difusión es precisamente una de las bazas con las que juegan los bulos, que apelan a la conciencia del lector para que a su vez los difunda.

En este sentido, José Manuel Leiro, director del Instituto de Investigación y Análisis Alimentarios, dependiente de la USC, asegura que los mensajes malintencionados calan más en el usuario que los positivos. "La gente suele obsesionarse más por los problemas que por las virtudes porque el ser humano es más inmune a la felicidad que a la enfermedad", afirma.

Pero, ¿por qué proliferan este tipo de informaciones? Detrás de algunos de estos bulos se esconde intereses por desprestigiar un determinado producto para que otro se beneficie del vacío dejado en el mercado. En otras ocasiones, se trata simplemente de informaciones que tergiversan o extrapolan los datos de un estudio. Antes de eliminar un alimento de la dieta o sumarse a la cadena que difunde el bulo, la profesora Rosaura Leis recomienda contrastar la veracidad de la información acudiendo a fuentes fidedignas, como pueden ser las páginas de organismos oficiales como la OMS y la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN), de Sociedades Científicas y de asociaciones de enfermos, o consultándola directamente con el médico de familia.

En este sentido, el director del Instituto de Investigación y Análisis Alimentarios opina que el consumidor debe de adoptar una capacidad crítica ante cualquier información sobre alimentación que no tenga una base científica sólida para no dejarse seducir por este tipo de alertas y no convertirse a la vez en parte de la cadena difundiéndolo. "Hay que formar al ciudadano para que sea crítico y sepa discriminar la información veraz de la información basura", afirma.

Para Leiro, detrás de muchos de estos bulos se esconden estrategias comerciales dirigidas a perjudicar a la competencia y asegura que las empresas alimentarias son las primeras interesadas en garantizar la calidad de sus productos. "Lo que quiere una empresa es tener contentos a sus clientes para que cada vez consuman más, algo que no es posible si sus productos son dañinos", explica el experto, que asegura que cada vez son más las empresas que deciden someter a sus productos a controles de calidad, que además son cada vez más precisos gracias a los avances técnicos.