Hace 25 años que editó sus primeras canciones y cambió la bata blanca por la guitarra. Hoy, con 53, el cantautor uruguayo Jorge Drexler disfruta de un público fiel, un Oscar y un Goya y más de una decena de discos, a los que ahora suma ‘Salvavidas de hielo’, en el que evoca al mentor de sus inicios en España, Joaquin Sabina, y donde reivindica cierto silencio ante tanto ruido exterior.

Sabina tuvo la culpa de ese vuelco en su vida, y usted le ha regalado una canción…

¡Cómo no! Se titula ‘Pongamos que hablo de Martínez’. Yo aspiraba simplemente a grabar alguna canción de vez en cuando y a tocar en algún garito de Montevideo cuando me convenció de que me viniera a España. Desde aquello nada ha sido como estaba proyectado. Dejé de ser ese niño que siempre estaba en la luna, según decían mis profesores, o ese joven algo rígido de cuerpo, pero también de mente, que vestía bata blanca.

¿Cómo era ese “Madrid de los excesos”?

Para alguien como yo, que acababa de llegar de un país chiquito y menos ajetreado, fue increíble. De esos días mano a mano con Joaquín Sabina guardo como un tesoro una fotografía en la que estoy con la guitarra cantando en un garito que capta perfectamente la esencia del instante. Ya hace años que vivo en Madrid, que es una ciudad que tiene una relación muy especial con la música. Nunca callan en ningún concierto, pero te devuelven una calidez y una energía difíciles de encontrar.

Que un músico dedique una canción al silencio, como en este disco, ¿no es ilógico?

Pero es que andamos muy faltos de sosiego desde que decidimos que lo queremos todo y para ayer. A la hora de enfrentarnos con esta catarata de ofertas, de bienes que necesitamos o nos hacen necesitar, hacemos muchas tonterías. Tenemos más libros de los que nos va a dar tiempo a leer y más pares de zapatos de los que nos pondremos. En esta vida de niños caprichosos no nos damos cuenta de que la felicidad funciona por contraste. Me rebelo contra esto.

En su nuevo trabajo recuerda a su mentor Sabina, el Montevideo de su juventud, a su primera novia. ¿Le llegó la nostalgia al cumplir los 50?

No creo ser nostálgico; tengo una buena relación con el momento que me ha tocado vivir, pero uno no percibe esas cosas cuando está dándole forma a un disco. No tienes una visión global previa sobre cada trabajo salvo que sea una obra temática. Empiezas a aprehenderlo cuando ya está terminado. Componer es un proceso completamente inconsciente donde el azar tiene un rol importante.

Escuchando otro de los temas del disco, Asilo, cabe preguntarse de dónde surge una canción de amor…

Esta, en concreto, es una petición de refugio sentimental de alguien que necesita ser acogido aunque sea sólo por una noche. En mi caso, las canciones de amor salen de una necesidad de comunicación tan grande como los mensajes que uno escribe cuando está borracho y que debería borrar sin ninguna duda al día siguiente. La materia prima es diferente. También hay amor en una canción dedicada a tu hija que ha llenado tu vida de objetos de color rosa. Es un sentimiento igualmente genuino.

El universo amoroso humano se hace inabarcable. Parece que siempre queda algo por contar…

Las canciones de amor son fractales. Cuando más te acercas a ellas, más percibes que la realidad del amor es infinitamente densa. No intento tanto cambiar los asuntos como encontrar nuevos ángulos de enfoque de temáticas habituales. Componer es como mirarse en una enorme bola de espejos.

¿De qué iba esa canción que nunca enseñó?

Tengo dos o tres. No poseo la capacidad de Leonard Cohen o de Sabina para escarbar en ciertas cosas tan abiertamente. Concretamente hay una que me toca tan de cerca -y a quienes me rodean- que no tuve fuerzas para meterla en el disco. Me interesa escribir canciones como acto de vida, pero me interesa más vivir, y una canción no debe hacer daño a personas queridas. Pero tal vez le llegue su momento de ver la luz. ¡Quién sabe!

Consulta toda la información completa en