Actriz "indispensable para el desarrollo de la comedia del país", como reza el premio que obtuvo el pasado año, Verónica Forqué debutó en los años setenta y desde entonces no ha dejado de alternar teatro, televisión y cine, con los directores de más prestigio. Con cuatro premios Goya en su haber, ahora estrena en teatro la comedia `Buena gente´.

En activo desde finales de los setenta, no ha habido muchos días en los que Verónica Forqué (Madrid, 1955) no tuviera un plató o un escenario al que acudir. Hija de la escritora y actriz Carmen Vázquez Vigo y del director José María Forqué, inició su andadura a sus órdenes, para luego pasar a manos de Almodóvar, Colomo, Trueba o Berlanga, artífices de sus cuatro premios Goya y de su indiscutible estatus de estrella de la comedia. Apuntalaron con solidez su popularidad series como Ramón y Cajal o Pepa y Pepe.

En el teatro, nunca abandonado, se las vio bien jovencita con Núria Espert, en una versión legendaria de Divinas palabras. Luego llegarían ¡Ay Carmela!, Doña Rosita la soltera o, más recientemente, Shirley Valentine. Ahora prepara el estreno de la comedia `Buena gente´, obra en la que encarna a una mujer madura, madre soltera de una hija discapacitada, y que además se queda en paro. Sin embargo, un encuentro fortuito podría cambiar su vida para siempre. Incluso para bien. La dirige David Serrano y la escribió el premio Pulitzer David Lindsey-Abraire.

¿Es usted de las actrices que opinan que el escenario es el hábitat natural del intérprete?

Yo creo que sí. Ofrece posibilidades infinitas. Puedes hacer un monólogo sobre un ama de casa insatisfecha con su vida que le habla a una pared y tres semanas después estar pateándote el país explicando cómo hemos llegado hasta aquí en esta España de los claroscuros y de la Inquisición, y contando lo que no está en los libros de historia sobre reyes y nobles, desmitifi cándolos completamente.

Esto último era el eje de su penúltima función, Así es, si así fue. ¿De aquellos polvos vienen estos lodos?

"Yo no me acabo de creer que el ciudadano tenga algún tipo de poder real para cambiar las cosas. Ahora hay mucha ilusión con Podemos. Es aire fresco, gente más joven. Vamos a ver qué pasa" El presente siempre está condicionado por el pasado. La España de los pícaros, de los que intentan sacar provecho de lo que sea a costa de lo que sea, es una constante en nuestra historia. Parece que ahora vivimos una época donde los que gobiernan el mundo son los grandes conglomerados económicos, pero en realidad siempre ha sido así. Hasta el punto de que yo no me acabo de creer que el ciudadano tenga algún tipo de poder real para cambiar las cosas. Ahora todo el mundo tiene mucha ilusión con Podemos. Es aire fresco, gente más joven. Vamos a ver qué pasa.

¿Ve más fácil el desarrollo de la libertad en lo privado?

A pesar de nuestra tendencia a echarles la culpa de todo a los demás, la responsabilidad de nuestra vida está en nuestras manos. Otra cosa es que nos acomodemos y nos paralice el miedo al cambio. La libertad ha de ayudarnos a ser honestos con nosotros mismos hasta el último día de nuestra vida. Y tenemos la obligación de transmitir ese concepto a nuestros hijos, que asimilan mejor lo que ven que hacen sus padres que lo que dicen. A vivir en libertad se aprende con el ejemplo.

¿Y esto no cree que sea extrapolable a la sociedad?

La guerra del 36 está todavía ahí, y a los de mi generación se nos educó en el miedo. En el "no hagas", "no digas", "no te signifiques". La gente vivió aterrorizada durante décadas. Hay mucho miedo a perder el trabajo y lo poco que tienes. Y pasividad. Estamos consintiendo que nos roben ante nuestras narices sin hacer nada por evitarlo. Pero por otro lado lo entiendo. No podemos estar todo el día en carne viva. Eso no hay quien lo soporte.

Algunos políticos arremeten contra los ciudadanos culpándoles en parte del desastre económico. ¿Qué opina?

La codicia es un pecado muy humano, y es verdad que cuando el boom inmobiliario hubo gente -obviamente adinerada-, que compraba tres y cuatro casas y las revendía poco después al doble de lo pagado. Los bancos se han aprovechado del deseo lícito de todo el mundo de tener piso, coche y vacaciones en Cancún. Y de lo que seríamos capaces para lograrlo; es decir, endeudarnos hasta las cejas. Y el Estado lo permitió.

¿Le importa mucho lo material?

Poco, la verdad. Tengo una casa y poco más. Me satisface más un público entregado que un traje increíble del modisto que sea, que me da bastante igual.

Este pasado año le dieron el premio especial del Festival de Valladolid por ser, textualmente, "actriz indispensable en el desarrollo de la comedia en España en los últimos años". ¿Contenta con esta definición?

Sí. A mí la comedia se me da muy bien y durante los ochenta y los noventa los directores me solicitaron mucho para hacerlas. He tocado todos los géneros, pero me gusta mucho que en lo que hago esté presente el humor con "algo más", que, entre risas, se cuele la vida y las miserias y deseos que tenemos sin cumplir los seres humanos. Sería tragicomedia más bien. Permite muchos recovecos y matices. El apartamento, por ejemplo, es una gran comedia sobre la soledad.

¿Se ha hecho daño preparando algún papel al entrar en algún terreno interior especialmente sensible para usted?

No. Eso no sucede a menudo, en realidad. Los actores somos muy afortunados porque, sobre todo en el escenario donde el viaje es más profundo y más nuestro, interpretar resulta muy catártico. Todas las penas que traes y llevas pueden escapar gracias a los personajes, que siempre tienen un momento de tristeza o de dolor o de melancolía. Esto es, en cierto modo, sanador.

¿Cómo los trabaja para que no se parezcan entre sí?

Esforzándome en no caer en ese lugar donde sabes que hay cosas que funcionan; que a la gente le hacen reír o llorar. Intento que cada personaje tenga su alma y hasta que lo consigo estoy en un sinvivir, lo paso fatal. Me pregunto si sirvo para esto, si habré perdido el don, pero, poco a poco, en los ensayos, a través de ese doloroso proceso, afl ora el alma del personaje: su forma de pensar, cómo se expresa, como escribe, cómo se arregla, qué le gusta comer. Es como dar a luz un trozo de vida.

¿Cómo asume que el cine la solicite ahora mucho menos?

Nos pasa a muchas mujeres. La mayoría de las historias están escritas por hombres que cuentan lo que les interesa o les conmueve a ellos. Y si hay una historia de amor, la imaginan con una de 30, no de 50. Hay un momento en el que nos hacemos invisibles. Eso es real. Los hombres te dejan de mirar como antes. Sin embargo, ellos no pierden esa atracción sexual con el tiempo, a poco que se cuiden. Pero más allá incluso de la biología, somos diferentes. Las mujeres de mi edad no suelen estar deseando enamorarse ni seguir siendo la más bella del baile. Al hombre le encanta conquistar mientras le queden fuerzas.

¿No le parece injusta la falta de personajes maduros en pantalla, cuando lo vivido les haría especialmente interesantes?

Los directores que empiezan a tener éxito son jóvenes y cuentan historias que tienen que ver con ellos, y ahí tenemos poco espacio. De vez en cuando aparece algún secundario interesante. A mí no me gusta quejarme de nada. Considero que he sido afortunada. He podido vivir de mi profesión, y mi trabajo como actriz ha sido el motor de mi vida y lo sigue siendo. A lo mejor hago cine este año. ¡Quién sabe! Lo único que tenemos es el aquí y el ahora.

¿De joven estaba muy empeñada en ser actriz?

Mucho. Igual por genética, que de eso bien poco sabemos. Mi mamá era actriz; mi abuela, a la que no conocí, bailarina y cantante de zarzuela. Mi padre, director€ Siempre que podía me colaba en sus rodajes. Recuerdo una película que hizo con Los Bravos, Dame un poco de amor. Yo estaba fascinada por el cantante, Mike Kennedy. ¡Tan guapo, con esos ojos azules! Por cierto, era hipocondriaco y cada día decía que le dolía algo y no podía filmar. A mi padre lo tenía enfadadísimo, y yo allí, embobadita con él. En el plató de Las que tienen que servir conocí a Concha Velasco y desde entonces quise ser como ella. Tan guapa, tan cuidada, tan bien maquillada€ También me gustaba mucho Julie Andrews. Yo me veía muy Mary Poppins.

Hablaba de la belleza de la Velasco€ ¿Hasta qué punto el aspecto físico determina el destino de un actor?

Yo no he sido "la guapa" y me ha ido bien. Tengo un físico algo raro para España: piel muy clarita, ojos azules, pelirroja€ Y esa diferencia probablemente me ha jugado a favor. Claro que me hubiera gustado ser más alta y tener más pelo. Me cuesta verme; sólo veo defectos.

¿Le tiraba el glamur de la profesión?

No demasiado entonces y ahora prácticamente nada. Me parece terrible que se hable más de cómo vistes en un estreno que de tu trabajo. Esto de colocarle a todo una alfombra roja me parece una exageración. Es un trabajo con un gran escaparate, pero lo importante es lo que se guarda en la trastienda.

¿Le molesta la poca importancia que se da a la cultura?

Me molesta y no doy crédito. No me puedo creer que aún haya gente que no asuma que es puro alimento para el espíritu, que necesita nutrirse igual que el cuerpo. Leer un libro, ver una película o una obra de teatro, o contemplar un cuadro te ayuda a conocerte a ti mismo y a los demás; a saber cómo somos los seres humanos. Y descubres que a todos nos pasa más o menos lo mismo, antes o después. Que queremos que nos quieran y nos acepten como somos. En los malos momentos esto es de mucha ayuda. El teatro, la música y el arte te acercan a la felicidad.

¿Cree que ser feliz es posible?

Creo que la felicidad está en lo espiritual; en la sensación de amor y de unión con el universo, pero como yo no he llegado a ese punto, busco momentos de felicidad en lo que me satisface, y mi profesión me ofrece muchos. A mí me gustaría trabajar mientras viva. La sensación de sentirme útil es muy importante para mí. No me veo jubilada en un pueblecito al lado del mar, paseando. Me veo haciendo algo que le sirva a alguien. Confío en que siempre habrá alguna abuela por ahí para que la interprete yo.