Las adversas condiciones climáticas del último año han supuesto una importante merma en la producción agrícola alicantina. La cosecha de cítricos es una de las que ha salido peor paradas con la pérdida de un 19,6% del total de los frutos. Limones, naranjas y mandarinas han se han visto afectados principalmente por la falta de agua y el excesivo calor que ha perjudicado las fases de floración y cuajado.

La provincia ha cosechado un total de 582.539 toneladas de cítricos en la campaña 2017-2018. El fruto que mejor se cotiza en los mercados, el limón, ha sido el más dañado. Los de la variedad «fino», que se recolectan entre septiembre y mayo, han resistido y la producción se ha mantenido estable, vendiéndose a una media de entre 30 y 40 céntimos en origen, según apuntó ayer el presidente de Asaja Alicante, Eladio Aniorte. Sin embargo, los de variedad «verna», que se cosechan entre mayo y septiembre, son los más perjudicados. Se ha perdido casi un 43% con respecto al año anterior, según trasladaron ayer fuentes de la Conselleria de Agricultura, Medio Ambiente, Cambio Climático y Desarrollo Rural. Con ese descenso de producción su precio ha aumentado hasta 80 céntimos por kilo. El principal motivo de ese descenso fueron las elevadas temperaturas registradas en mayo de 2017, lo que impidió que parte del fruto iniciara la fase de cuaje. En consecuencia, no se alcanzó el tamaño suficiente para entrar en el circuito comercial, especificó ayer el secretario de La Unió de Llauradors en la Vega Baja, José Manuel Pamies. Con todo ello la producción de limones alicantinos en el último año ha sido de 248.455 toneladas. En este caso la comarca más afectada ha sido la Vega Baja, que concentra la práctica totalidad de la producción de la Comunidad, con más del 80% de las diez mil hectáreas plantadas.

En el caso de las naranjas la producción ha decrecido en torno a un 16%, hasta llegar a las 215.653 toneladas, al igual que las mandarinas, que suman 110.861 toneladas.

Para analizar las causas de este descenso generalizado hay que remontarse a finales de 2016, cuando la gota fría inundó las zonas de producción, afectó a las raíces y debilitó el arbolado, provocando una floración irregular y del cuajado. Se unió ademas el excesivo calor registrado cinco meses después y la falta de agua de riego por las restricciones en la cuenca del Segura y el cierre del grifo del trasvase.