No es que el edificio de la pequeña parroquia matera sea la catedral de La Almudena, que no da la talla. Ni que tenga campanario con varias campanas, que tampoco. Pero a algunos vecinos les resulta especialmente molesto el sonido enlatado que desde el pequeño altavoz situado en lo más alto del edificio anuncia los cuartos, las horas (con melodía musical además de campanadas), los toques de las misas... En fin... Un infierno en decibelios día y noche y, lo que es peor, noche y día. Por muy católicas que sean.

Hasta cien escritos de protesta, aseguran a INFORMACIÓN, llevan dirigidos a las autoridades civiles (Ayuntamiento de Torrevieja y Generalitat) y eclesiásticas (Obispado de Orihuela-Alicante incluido). Pero nada. Oídos sordos (valga el juego de palabras) en todas las instancias. De anteriores corporaciones municipales no tuvieron la comprensión para este problema de corte residencial.

Buscaban un apartamento en la costa. Un lugar tranquilo donde pasar las vacaciones con la familia y disfrutar de las excelencias del soleado clima mediterráneo en invierno. Y lo encontraron en esta pedanía de Torrevieja, donde «la tranquilidad» se percibe a simple vista.

Aunque al oído... ya es otra cosa, según estos vecinos procedentes de Madrid a los que se les supone, viniendo de donde vienen, gran experiencia en ruidos urbanos de toda clases. Al menos tanta como tesón en elevar las instancias de denuncia donde haga falta y las veces que haga falta.

El Ayuntamiento ha actuado. Tras la visita, por fin, de la policía local al domicilio del vecino, donde pudieron comprobar que el volumen provocado por las campanadas se pasaba -y de largo- del fijado en la ordenanza, la administración, -sin distinciones sobrenaturales en esta materia-, ha remitido una resolución en la que urge al párroco a instalar un limitador de volumen. Si no cumple en plazo, el municipio advierte que procederá a clausurar la actividad -de las campanas, lo la litúrgica, claro está-.

Los vecinos subrayan que lo único que quieren es hacer valer sus derechos, en especial al descanso -casi imposible en verano con las ventanas abiertas-, y que no tienen nada en contra de la iglesia. Recuerdan que cuando trasladaron su queja allá por 2005, hasta el párroco les dio la razón a la hora de admitir que la megafonía «iba alta» pero «luego recibió presiones de feligreses y cofrades», aseguran.

La polémica, en cualquier caso, está servida porque más allá de una simple queja vecinal se pueden encontrar las diferentes percepciones de la realidad que tiene la población de un municipio turístico. Lo que para unos residentes madrileños es un sonido molesto, el sonido de campanas, y denunciable amparándose en el ejercicio de un derecho ciudadano, para los materos el mismo sonido es parte de su propia identidad. «Forasteros» versus «gente del pueblo». Los intereses no son los mismos, la ley sí , y prevalezca uno u otra, nadie queda contento.