Ayer, por la mañana, despedían muchos torrevejenses a Walter Herzog en la Iglesia de la Inmaculada. Era Walter para todos. Así lo han conocido varias generaciones en esta ciudad que antes fue pueblo. Ha fallecido a la edad de 80 años en una residencia de Hellín para personas con problemas de salud mental, donde ha pasado el último tramo de su vida cuidado con todo el cariño del mundo por su hermana Erica y su cuñado Cristóbal. Una residencia que él mismo contribuyó a consolidar con su patrimonio a través de la Asociación Benéfico Asistencial González-Herzog. Una de cuyas viviendas tuteladas lleva el nombre de Walter en su memoria.

Se ha ido Walter, este torrevejense de nombre alemán que en realidad nunca había terminado de irse del todo. Aunque ya no estuviera aquí. Su historia familiar daría para una de esas películas que tanto le gustaba ver. Su padre, un ingeniero alemán que llegó a Torrevieja en los años 30 del pasado siglo para trabajar en la construcción del puerto, se enamoró de una torrevejense. Preciosa historia de amor que terminó en boda seis meses después. Pero ni España ni Europa estaban para muchas alegrías en aquellos años prebélicos. En plena guerra civil española hubo de regresar el ingeniero Herzog a Alemania con su familia torrevejense. Su nacionalidad germana no era bien vista en zona republicana. Allí nació Walter y allí vivieron hasta que el final de otra guerra, la Segunda Guerra Mundial, los traería de vuelta a este rincón salinero a final de los años 40. A la esquina de Enrique Botas.

Walter era un personaje, más que popular, imprescindible en aquella Torrevieja de tertulias de calles y cafés, y talleres de costura como el de Gore. Participaba de ellas y su tiempo entero era compartir la vida, la suya, con la gente. Le gustaba la calle, y le gustaba ir al cine. Su presencia era habitual en la sala del Nuevo Cinema, aquel "cine de invierno" que desapareció mientras desaparecía la Torrevieja más entrañable. Daba igual qué película pusieran. Walter estaba en su sitio de siempre. Y sabía estar en su sitio. Estuviera en el cine, o no.

Era una persona querida por todos que convirtió su minusvalía en su más preciada seña de identidad. Aunque también los hubo que se acercaban a él con esa socarronería y ese falso sentido del humor que pierde el respeto necesario para cualquiera (ya se sabe...eran otros tiempos que no tenían tan en cuenta "estas cosas"). Pero Walter ganaba con soltura cualquier envite dialéctico dejando en evidencia la catadura moral de su interlocutor. Así era. Parte de la Torrevieja más auténtica y de la más humana.

Ayer, por la mañana, muchos torrevejenses se acercaron a la iglesia de "su Purísima" para despedir a Walter. Para saludar a su hermana. Se echó de menos alguna nota del deceso en el nuevo tablón que se ha instalado en el Ayuntamiento para tales menesteres. Pero es posible que a él le hubiera dado lo mismo. Él era Walter. Todo el mundo le conocía. Y ha vuelto para quedarse. Porque ya forma parte, por derecho propio, de la historia de la gente de esta ciudad.