Sabemos que al referirnos a ultramar lo estamos haciendo a un territorio al otro lado del mar desde nuestra posición. De hecho, bajo esta denominación en plural nos hemos referido a aquellos productos que procedían desde esas lejanas tierras. Así, si analizamos la evolución del comercio de productos alimenticios, desde tiempos pasados hasta hoy, comprobamos que aquellas pequeñas tiendas familiares, en las que tras un inmaculado mostrador de mármol sobre el que descansaba la balanza y, a veces, una expendedora de aceite que bombeaba ese dorado líquido hasta la botella del cliente; llegamos a una nueva forma de establecimiento en el que encontramos de todo, desde compresas a cerillas, alcanzando el rimbombante nombre de supermercado.

Pero, nuestros antepasados a aquellos minúsculos comercios en los que en la trastienda existía el domicilio del tendero, para atraer más clientela los anunciaban como ultramarinos y coloniales, dando a entender, tal vez bajo un prisma de propaganda dudosa, que todo los productos que vendían tenían su procedencia desde allende los mares, concretamente de las colonias españolas, cuando éstas, Cuba y Filipinas, ya no lo eran, y que a lo sumo expendían café y especias, que estaban acompañados por otros autóctonos como las judías, garbanzos, lentejas y el azúcar, por ejemplo.

Quién iba a decir a nuestros abuelos que a la hora de mercar estos alimentos en una tienda que llevaba por nombre de ultramarinos y coloniales, daría título a una canción del dúo Vainica Doble, en la que se indica: «Me voy marinero sin tu permiso/ de Macao a Callao y Honolulú,/ y hasta Mindanao aunque no quieras tú/».

Haciendo un repaso a estos establecimientos de la Orihuela de hace cien años, localizamos algunos que así se anunciaban. De estos, encontramos en la calle del Colegio a Manuel Tafalla y en la calle Muñoz a Francisco Montero, entre otros establecimientos existentes en las plazas de Santa Lucía, de Cubero, de Monserrate. Así como, en la calle Pintor Agrasot y en la calle Mayor a los comercios de Octavio Fabregat, José Díaz Miralles y Ricardo Cánovas. Este último, no hacía uso de la propaganda engañosa, pues a la venta de café y «tes», anunciaba también salazones, embutidos, aceitunas, azúcar, e incluso vinos y aperitivos.

Y como comercios de alimentación, dejando a un lado los ultramarinos, en la Orihuela de 1918, ocupaban un lugar preferente las confiterías y reposterías, entre las que nuestros antepasados podían adquirir los dulces en varios establecimientos regentados por los Reymundo; Julio, Hijos de José Juan y Joaquín, respectivamente, en las calles Calderón de la Barca, Muñoz y Alfonso XIII, este último con la marca «La Modernista». Así mismo, en Alfonso XIII, tenían su confitería Francisco Lorenzo, con la marca «El Ángel», y Vicente Menargues.

Y la repostería nos acerca a los fabricantes de chocolate, cuyo cacao procedía de ultramar, y entre estos tenemos a la Viuda de Llanes en la calle San Pascual, y a los Hermanos Santoro en la calle Adolfo Clavarana.

Pero todo ello, productos ultramarinos y coloniales, o autóctonos, no sólo se podrían consumir en los domicilios particulares, sino también en cafés, bares, comedores de fondas, hoteles y paradores. Así que, después de abrir boca, en otra ocasión trataremos de estos últimos locales. De momento, nos conformaremos con aquellos vetustos establecimientos de blancos mostradores marmóreos cuajados de aromas ultramarinas, dulcerías y, con un poco de suerte, si la salud nos lo permite, con una jícara de chocolate caliente.