Los viales que circundan el Templo del Sagrado Corazón de Torrevieja dan pena. Ni a pie ni en coche se puede circular por ellos.

Lo que más me jode es que esté el personal con el riesgo diario de romperse la crisma y solamente surjan quejas cuando se acerca la Semana Santa porque el mal estado de la calzada impide el paso de procesiones. Me temo que por estos lares aquí y ahora empiezan a interesar más los santos de escayola que las personas.

Sigue además otro frente abierto, el de qué persona física despoja la mantilla negra que cubre la corona de La Patrona, La Inmaculada Concepción. El alarde de diplomacia vaticana, el exquisito tacto y la suma delicadeza con que lo está siendo abordado por sendas partes el litigio lleva camino de acabar como el rosario de la aurora.

Parece como si estuviésemos retornando al pasado. Uno de mis recuerdos más lejanos de mi infancia lo patrocinaron las gentes de la iglesia. No recuerdo los motivos, pero aquel año, aquel párroco dijo que el coro parroquial no cantaría en la iglesia. Ante la negativa de la jerarquía, los cantores y cantoras dijeron que lo harían en la calle.

El culebrón lo zanjó finalmente el cura. La procesión salió. El Ejército ni vino. Aquello no recuerdo cómo se arregló, pero se arregló.

Me ocurre con frecuencia. Tomo carrerilla y me pierdo para dejar constancia de que casi una década después de recién acabadas sus obras los dichosos viales del Templo del Sagrado Corazón, permanezcan sin reparar.

Lo pidan moros o cristianos, incluso aquellos que cometieron la felonía de que quedara de esa guisa. A lo mejor con tanta demora hay algunos que pretenden convertir el entorno de la plaza en santo y seña de este lugar.

Quieren sustituir este exponente de desidia , durante muchos años el referente de calle intransitable en Torrevieja, por lo que fue la actual avenida de Diego Ramírez o calle del Pozo.

Si querías circular por aquellos andurriales deberías hacerlo rodeando baches o ruscos de diverso tamaño. Las gentes de este pueblo le teníamos cariño a aquellos lugares, hasta el punto de decir aquello de «vale más un tropezón a media noche en la calle del Pozo, que toda la Vía Layetana de Barcelona».

Con la llegada paulatina del asfalto aquello se resolvió como otras tantas cosas se arreglan con el paso inexorable del tiempo.

Entre tanto desatino y mangoneo, no dejaron en el Ayuntamiento un solo céntimo de euro de fianza de las obras pese a que antes de su finalización ya estaban deterioradas.

El asfalto no fue malo. La codicia que originó, sí.