Ruina es una de las palabras que más se repite entre los agricultores de la Vega Baja. El agua del Segura no llena las acequias, el grifo del Tajo está cerrado y no llueve. Las consecuencias son desastrosas y las organizaciones agrarias gritan cada día las pérdidas millonarias. Las cifras crecen, generan titulares. Hay afectados que son grandes empresarios y aguantan el tirón como pueden. Otros, los más desesperados, son los campesinos de base. Ven el presente más negro que blanco. La situación es especialmente difícil en Catral. Allí no llega ni una gota de agua desde noviembre y su huerta se muere de sed. Casi todo son pequeños productores. «En los 64 años que tengo no he visto una sequía así. He perdido la cosecha de cereales, el brócoli, la granada y las alcachofas no tiran. Es un desastre».

Son palabras de Ángel Gómez, que tras toda una vida dedicada al campo asegura que no recuerda haber pasado por una situación similar. «Esto no ocurrió ni en la sequía del 68. Fue muy larga, pero dieron un riego en verano y en octubre empezó a llover. Tampoco en los noventa. Hubo otra sequía fuerte y regamos algo con los pozos de Callosa, pero ahora tampoco llega ese agua». Este agricultor ha perdido 120 tahúllas de cereales, 14 de alcachofas «porque tuve miedo de poner más», otras 14 de granadas y seis de brócoli. «No es sólo que pierdas el dinero por la venta (prevista), también pierdes la inversión que has hecho y todo el trabajo que has dedicado varios meses», añade Gómez.

En su caso, algunas de las tierras son suyas, pero otras son arrendadas. En la huerta funciona así. Los huertos se ceden y cuando se vende la cosecha, se abona el precio pactado con el dueño. «Ahora tengo que pagar el dinero del alquiler de la tierra y a ver qué hago. Ese dinero lo tengo que pagar y lo mismo le pasa a mucha gente de aquí. Tenemos que entendernos con el dueño de la tierra», añade.

Acequia común

La huerta de Catral se riega a manta través de la llamada acequia de Callosa. La toma de agua se encuentra en Orihuela y se distribuye también hacia Cox, Granja y Albatera. Pero ese canal está seco. No lleva nada. Gómez da por perdida la plantación de 120 tahúllas de cereales con un problema añadido. Esos hierbajos tenían que ser la comida de los próximos meses para los cerdos que cría en una pequeña granja. Ahora tendrá que comprar suministro a otros cultivadores o gastar más dinero en pienso. Y lo mismo le ha pasado con el brócoli. «Los puse a finales de octubre y no se han vuelto a regar. Ya no valen». En el caso de las granadas, ha decidido empezar a arrancar los árboles. «Agua no llega, no salen con calidad y las estoy quitando. Esto no tiene solución. No es solo la extrema sequía, es algo general, la huerta no tira sin agua».

Donde sí le queda todavía algo de esperanza es en las alcachofas, la más cara de plantar y la que ofrece mayores beneficios «cuando hay agua, claro». De ese cultivo ya tendría que haber brotado un primer colmo, pero no ha crecido prácticamente nada. Las pocas flores que lleva son minúsculas. El segundo colmo dependerá de si llega algo de agua o si el cielo da tregua y llueve. «La planta no está muerta, pero no tira. Aunque empezara a llegar agua la producción sería mínima, la planta no va a resucitar», sostiene Gómez. «En las otra sequías si no cortabas alcachofas en octubre las cortabas en enero, pero algo como lo de ahora no lo recuerdo. Nos dieron algún riego en verano para salvar las cosechas, pero ahora nada», apostilla.

El agricultor insiste en que no es algo que le ocurra solo a él, sino a todos los cultivadores de Catral. «Hay algunos que están cerca de la cola de la depuradora que pueden sacar algo de agua, muy mala, pero es algo, pero a la mayoría no le llega ni una gota desde finales de octubre o principios del mes de noviembre», lamenta el campesino. A pesar de la que está cayendo en el campo, Ángel Gómez está pensando ahora en plantar algo de avena. El campo es así y en la Vega Baja hay que jugar a la ruleta rusa del agua. Si no cultivas cuando toca, no hay vuelta atrás. Nadie les garantiza ese recurso y tienen que arriesgar. «Es duro y cada vez veo menos futuro», concluye.