Pertenezco a una generación oriolana "urbanita" que, desgraciadamente, se ha criado pisando más cemento que tierra. Es algo que en Cambiemos Orihuela tenemos asumido: nacimos como un movimiento político transformador mayoritariamente urbano, con algunas maravillosas excepciones de compañeros y compañeras que saben lo que es trabajar el campo. Por tanto, algunas personas de nuestra organización tenemos mucho que aprender de nuestra huerta y nuestros agricultores, a los que tanto tiempo han dado la espada los poderes políticos dominantes.

En todo caso, desde una mirada política y económica, hay algo que queda claro a estas alturas de la película: el actual modelo económico, así como las políticas hídricas heredadas, son incompatibles con la sostenibilidad del territorio y la supervivencia de nuestra huerta y agricultura tradicional.

La actual sequía no es un fenómeno novedoso en nuestro territorio. Pero, en el actual contexto de crisis y bajo la sombra del cambio climático, ha provocado un terrible agravamiento de problemas arrastrados desde hace décadas: sobreexplotación, saqueo y mala gestión de los recursos hídricos. De hecho, el economista Gonzalo Delacámara señala que la cuenca del Segura sufre "el mayor estrés hídrico de Europa Continental". Un estrés que no se entiende sin, al menos, dos causas políticas inmediatas: el aumento de la demanda agrícola y, atención, las grandes masificaciones humanas asociadas a las zonas turísticas (con el derroche de recursos que conlleva).

El primer problema no se refiere a la agricultura en general sino, fundamentalmente, a un modelo donde se ha alimentado el gran agronegocio de una minoría frente a las necesidades de la agricultura tradicional y la gente común que, simplemente, quiere trabajar y vivir de su tierra. Políticas hídricas que, bajo el lema "agua para todos", lo que en realidad escondía era "negocio para pocos". Negocio que han hecho las delicias de grandes constructores, élites políticas y gran capital agrario. Tal como señalaba Tomás Campillo, el autor de "Segura" (una hermosa novela que narra la historia de lucha en defensa de nuestro río), "hay dos ríos Segura: de Ojós para arriba y de Ojós para abajo". Dicho de otro modo, ha habido intereses políticos y económicos que, desde el Estado y la Confederación Hidrográfica, hasta diversos gobiernos locales y autonómicos , han usado el agua no como un bien común, sino como una mercancía con la que engordar un modelo injusto, insostenible y corrompido. Mientras tanto, se ponen todo tipo de trabas y dificultades al riego tradicional, que apenas puede sobrevivir.

Por otra parte, resulta de gran interés el segundo foco del problema del agua: el modelo productivo y, muy específicamente, los esquemas de desarrollo urbano. Recientemente, la Mancomunidad de los Canales del Taibilla alertaba sobre la necesidad de que los municipios de Murcia, Albacete y Alicante redujesen, en lo posible, el consumo hídrico e iniciasen campañas de sensibilización. Pero Gobiernos como el de Orihuela, lejos de asumir tal escasez, hacen todo lo contrario. Se sigue alentando la construcción desenfrenada en Orihuela Costa, lo cual aumenta el déficit hídrico, al tiempo que se engorda el insostenible monstruo de los Campos de Golf (según Ecologistas en Acción, cada uno consume la misma cantidad de agua que una población de 15.000 personas). Por ello, si un partido político dice estar del lado de los agricultores mientras se niega a cuestionar el actual modelo de desarrollo, lo que están haciendo es mentir descaradamente. Tal como hace, por cierto, el Ayuntamiento de Orihuela.

Hoy, se ponen sobre la mesa algunas salidas técnicas posibles en el corto plazo: el aumento de la actividad de las desaladoras (cuyos precios deberían bajar al tiempo que usan energías renovables para su actividad); la necesidad de invertir en depuradoras para maximizar el uso del riego tradicional (hay quien apunta que hasta 240hm³ podrían ser reutilizados) e, incluso, valorar la explotación de algunos pozos de baja salinidad (cuidando los riesgos geológicos o ambientales si los hubiera).

Pero estas medidas inmediatas no pueden separarse de la necesidad de replantear el modelo general. En algún momento, la Vega Baja, Orihuela, así como gran parte del territorio valenciano, decidió dar la espalda a su propia tierra para entregarse a la falsa promesa del ladrillo. Un modelo en el que el agua, lejos de ser un bien común, se ha utilizado como un arma de guerra entre pueblos y territorios. Hoy, en plena crisis, los dirigentes políticos y económicos de siempre, llenos de mediocridad y cortoplacismo, vuelven a ofrecer falsas soluciones, como "autopistas del agua" que sólo sirven para malgastar agua en el sur mientras se destruyen ríos en el norte (tal como pasó con la hoy destrozada cabecera del Tajo). Pero, en lugar de repetir viejos errores, podemos inaugurar una nueva alternativa. Apostar por una economía circular, y de proximidad, donde se proteja al productor, producto y consumidor local; donde asumamos que el agua es un bien común, pero escaso, y que como tal debe ser gestionado, no como una mercancía con la que especular con inútiles obras faraónicas. Una alternativa basada en municipios sostenibles que no aspiren a crecer en cantidad, sino a mejorar en calidad de vida. Hoy, la dramática realidad de nuestra huerta es, también, la oportunidad de construir un modelo que recupere nuestra agricultura tradicional, la oportunidad de que, quienes nos hemos criado rodeados de cemento, podamos volver a cuidar, aprender y vivir de nuestra tierra, nuestra mayor riqueza. La que nunca debimos abandonar.