A nuestros hermanos mexicanos deseándoles un pronto restablecimiento.

Hace unas semanas estuve en México, en el 40º Congreso Nacional de Cronistas Mexicanos y I Encuentro Internacional de la Crónica, con la participación de más de 140 cronistas de España, Cuba, Guatemala y México, coincidiendo con los 500 años del Encuentro entre México y España, acaecido en el siglo XVI, cuando la expedición de Francisco Hernández de Córdoba arribó a las costas del actual Estado de Quintana Roo.

Allí me sorprendió en la noche del día 7 de septiembre el seísmo de 8,2º de magnitud.

En la jornada celebrada en la Universidad de Anáhuac, departí conversación y amistad con la cronista de Jiutupec (Morelos), Dalia Aguilar Salgado que, en la mesa «México-España a través de quinientos años» presentó una comunicación titulada «La gran herencia», disertando sobre «Los Chinelos» (carnaval), «El Señor de la Columna, el primer Viernes de Cuaresma» y «Santiago Apóstol o Santiago Matamoros», todas festividades implantadas en aquellas tierras a la llegada de los españoles franciscanos que en el siglo XVI fundan el convento de Santiago Apóstol y construyen su templo.

Quien podía imaginar que, a los pocos días, el 19 de septiembre, otro terremoto iba a arruinar el ex-convento franciscano «Santiago Apóstol», haciendo que perdiera su campanario y sufriera graves daños estructurales, lamentando la comunidad la pérdida de este gran inmueble histórico icónico de la misma. Se le conocía como parroquia de Santiago Apóstol, edificación iniciada entre los años de 1525 y 1529, con una portada sencilla y de colores vivos. Al interior de este templo se encontraba una gran riqueza artística destacando un retablo barroco (siglo XVIII) y cinco neoclásicos, que habían sido restaurados en el año de 1998. Era uno de los templos más armoniosos en su espacio, siendo el segundo edificado en el Estado de Morelos que funcionó además como una parada obligada de los fieles que realizaban peregrinaciones hacia el valle de Anáhuac. En el claustro de dos niveles se conservaban restos de pintura al fresco en los muros y una fuente en el centro, así como la imagen de un Cristo Negro, El Señor de la Columna, Cristo articulado propio del siglo XVIII que sale en procesión en Semana Santa y del que hizo un estudio la cronista Salgado.

En la mañana del viernes 22, se confirmó el hallazgo de un cadáver entre escombros de la iglesia; una mujer de 57 años, que quedó atrapada tras el temblor.

No hace muchos días, recibí noticias de la cronista mexicana, en cuyo correo me comunica sus sentimientos: «?me encuentro consternada, triste por lo que está pasando en mi estado y en mi municipio, el temblor aquí se sintió muy fuerte, la iglesia que menciono en la crónica que presente en el encuentro, se derrumbó; son casi quinientos años de historia, y lo que está sufriendo mi gente por que perdieron sus casas y la gente que falleció, todo esto es muy triste, a la vez se ha sentido el apoyo y solidaridad de muchas partes de todo el país y también de otros países. Con el gusto de saludarlo, Dalia Aguilar Salgado, Cronista de Jiutepec».

Este hecho reciente me hace rememorar el terremoto más importante acaecido en España el 21 de marzo de 1829, a las 18,15 horas sentido en la Vega Baja, que tuvo una intensidad de 6,9 grados en la escala Richter y dejó 400 muertos, devastó las ciudades de Torrevieja, Guardamar, Benejúzar y Almoradí, que tuvieron que ser reedificadas por completo, siendo conocido como terremoto de Torrevieja por ser esta localidad la mayor de la que sufrieron sus efectos.

Causó 389 muertos, 377 heridos, 2.965 viviendas completamente destruidas y 2.396 dañadas, la destrucción de los puentes sobre el río Segura en Almoradí, Benejúzar, Dolores y Guardamar, y que extendió sus efectos más graves, además de a las poblaciones citadas en su epicentro, a Almoradí, Algorfa, Rafal, Torrelamata, Daya Vieja, Guardamar, Dolores, Redován, San Fulgencio y San Miguel de Salinas. La mitad de los fallecidos lo fueron en Almoradí al ser la población que contaba con calles más estrechas y edificios más altos que se derrumbaron unos sobre otros.

El viajero inglés Samuel Edward Cook, que visitó Torrevieja en 1829, describe su estado: «Torre Vieja se asienta, o más bien se asentaba, sobre una baja mesa rocosa, entre el mar y una extensa laguna salada. Es ahora un cúmulo de ruinas, permaneciendo como únicos edificios en pie los molinos de viento en las afueras, cuya forma y larga circular les permitió resistir los destructivos temblores que derrumbaron todos los demás edificios; ricos y pobres, grandes y pequeños, fueron envueltos en una ruina común».