Es un imponente velero de madera que costó más de 4,5 millones de euros de dinero público. Lo pagó a tocateja el Ayuntamiento de Torrevieja en unos años en los que ingresaba dinero a espuertas, en gran parte por la vorágine de la construcción. El pailebote Pascual Flores, de 34 metros de eslora, se ideó como un barco de alta escuela de vela que llevaría el nombre de la ciudad por todo el Mediterráneo. Pero del dicho al hecho, ha habido mucho trecho. Nueve años después de que el navío se botara en el Puerto, ahí sigue. Sólo ha navegado una vez y presenta tantos desperfectos que esta misma semana se ha hundido el mástil de popa y ha tenido que ser retirado. Estaba completamente podrido por la base y no ha aguantado su propio peso de 4.000 kilos. Según el alcalde, José Manuel Dolón, las reparaciones que necesita se cifran entre 600.000 y 1 millón de euros.

Son muchos los que en Torrevieja piensan que es un proyecto que nació de la ruina y de igual forma está acabando. El Pascual Flores original fue un velero construido en la antigua playa del Arenal del municipio en la segunda década del siglo XX. Estuvo muchos años sirviendo como carguero. No se sabía nada de él hasta que el 1997 la sociedad benéfica inglesa Nova Trust lo ofertó al equipo de gobierno que presidía Pedro Hernández Mateo. La compra se formalizó dos años después. El pailebote estaba en el puerto inglés de Bristol, punto hasta el que se desplazaron para cerrar el acuerdo.

Achicar agua

Su adquisición costó 30 millones de las antiguas pesetas (180.000 euros). Llegó a la ciudad en 1999 con todos los honores. Hasta se movilizó a una banda de música para recibirlo. Pero pocos meses tardó el Ayuntamiento en ordenar que se sacara del agua. Apenas se mantenía a flote, había que achicar agua constantemente y corría riesgo de hundirse. Tras cinco años en dique seco y 400.000 euros más en gastos de mantenimiento, construcción de la plataforma para ubicarlo en tierra y estudios sobre el casco, se adjudicó su restauración a la empresa Jost S.A., cuyo objeto social era la jardinería, obras y servicios. Tal cual. El mal estado en el que se encontraba el barco motivó que en vez de una restauración se hiciera una copia casi exacta. Muy pocos elementos originales se salvaron. La madera que conformaba el armazón del barco original acabó arrojada a un vertedero de Bigastro, tal y como reveló en su día INFORMACIÓN.

La mercantil contrató después a Astilleros Carrasco, que fue el calafate que construyó el barco de tres palos. Aunque también se pidió un presupuesto a Astilleros de Bermeo SL (en la localidad vizcaína del mismo nombre), una empresa avalada por 200 años de experiencia en el sector de la carpintería de ribera, su opción se rechazó. Ello a pesar de que calcularon que el montante de acometer el trabajo era de 2,2 millones, frente a los más de 4,5 que acabó costando. La empresa sigue diciendo hoy que todo lo ocurrido fue «escandaloso», y pone en duda si todo el borrador del proyecto que elaboró con su propuesta para restaurar el barco sirvió a la citada empresa de jardinería para presentar una oferta ante la administración, adjudicándose finalmente los trabajos para luego subcontratarlos. Aunque la oposición llevó todo este asunto a los tribunales, poniendo en duda tanto el coste de la operación como la adjudicación, la causa se acabó archivando.

Toda la polémica surgida a través de las noticias que se fueron conociendo sobre la construcción de la réplica del Pascual Flores no minaron, al parecer ni un poco, el orgullo del gobierno encabezado por Hernández Mateo. El regidor defendió a capa y espada que el barco sería «el castillo de Torrevieja», una obra para admirar y poner en el mapa a la ciudad. El regidor anunció un convenio para convertir el pailebote en el buque escuela de la Generalitat Valenciana. Hasta se llegó a firmar en 2004 un protocolo de intenciones entre el Ayuntamiento y el entonces presidente del Consell, Francisco Camps, que se desplazó para subirse al barco, sin salir del puerto. Pero ese acuerdo nunca llegó a formalizarse. Años después ambos abandonaron la política y el barco siguió amarrado, junto a los museos flotantes, aunque sin poder visitarse.

En los nueve años que el pailebote ha estado en el puerto, sólo ha salido una vez a navegar. Fue en 2015 y se desplazó a motor hasta Algeciras para «pasar la ITV». Nada más. A su vuelta ya se dijo que había que sustituir el palo de mesana, el bautizado como Purísima Concepción, porque presentaba grietas tan grandes que cabía dentro hasta la mano de un adulto. Y ha sido ese el mástil que esta semana ha caído por su propio peso, de 4.000 kilos. Hace dos años registraba las mismas filtraciones de agua que ahora, por eso sigue conectado a bombas de achique. Está por ver lo que aguantan los otros dos mástiles erguidos.