En la huerta de la Vega Baja, de entre los bancales de naranjos y limoneros que arropan de verde el polígono industrial La Fábrica de Daya Nueva, emergen unas instalaciones que, por su aspecto, bien podrían corresponder a un laboratorio de última generación. El producto de su actividad sin embargo es mucho más terrenal. Y sabroso. Lo que fabrica The Cone Lab son cucuruchos.

Pocas cosas habrá más sencillas que estos conos de galleta que sirven de soporte al helado. Pero los cinco profesionales promotores de este singular laboratorio, jóvenes -entre 25 y 33 años- pero sobradamente preparados, iban a por todas. Querían crear el mejor cucurucho del mercado en España. Para «devolverle la antigua gloria» a esta tradicional delicia. Las grandes empresas del sector aseguraban que no se podía hacer. El modesto cucurucho parece que ha evolucionado muy poco dentro de su parcela de industria alimentaria.

La apuesta era clara: conseguir un producto gourmet combinando las técnicas de elaboración artesanal de siempre con innovación y tecnología avanzada y tan ligero como los barquillos convencionales. Ingredientes de origen natural. Nada de grasas hidrogenadas. Nada de ácidos grasos trans. Solo alta calidad. Sin «letras». Sin conservantes. Un cucurucho de galleta como los de toda la vida, para más señas, pero capaz de distinguir a cualquier heladería de las demás. Cucuruchos de cookies -vainilla con trozos de chocolate-, brownie -chocolate intenso con nueces-; e incluso de avena con frutos rojos se están sirviendo en estos momentos al mercado para este verano.

Pero su laboratorio i+D, explica Marta Navas, una de las impulsoras de la fábrica, es capaz de adaptarse al sabor que solicite el cliente para distinguirse de los demás en las vitrinas. Durante más de un año estuvieron realizando pruebas para dar con la fórmula que permitiera lograr un cucurucho de galleta: la masa que permitiera hornear un cucurucho de galleta único y tan ligero como el barquillo convencional. No era tan sencillo pero en este «laboratorio de los cucuruchos» les ha salido bien.

Un nombre con cierto humor que sin embargo hace honor al cuidado y la observación que le ponen a cada uno de los barquillos que salen del horno de esta factoría Marta, Pablo Navas, Francisco Castillo Moral, Paloma Navas y Jonatan Berenguer. Cada hornada es, literalmente, una creación exclusiva. Especialistas en química, expertos en tecnología de la alimentación, cocineros, economía y comunicación, se embarcaron en este proyecto común porque detectaron un vacío evidente en el mercado.

No había

Marta Navas explica que cuando trabajaba en una gran empresa del sector en Alicante, pedía a los proveedores cucuruchos de galleta como los que está fabricando ahora. No los encontraba, y sabía que grandes marcas como Frigo (Unilever) lo habían intentado sin éxito. Pensó que había hueco en el mercado. Y se lanzaron de lleno.

La experiencia laboral de este grupo de amigos en empresas de productos orgánicos en Estados Unidos fue también un punto de partida. Después, un máster para conocer los entresijos del mercado empresarial y poner en marcha la firma, mil ensayos con la masa hasta «dar con la tecla», buscar financiación entre compañeros y amigos para alquilar la nave y el equipo necesario para el proyecto, y adaptar la tecnología para que fuera capaz de sacar adelante una galleta con sabores, que casi resultó lo más difícil. Probaron hornos convencionales y los que se utilizan para los cucuruchos ligeros. No había forma. Luego modificaron la maquinaria y la masa, y llegaron los resultados. Sus principales clientes son heladeros artesanos que quieren distinguir sus vitrinas con calidad y elegancia gourmet. Pero no solo están distribuyendo sus conos a este mercado, también a los restauradores que quieren un sello especial para sus postres.

En un mercado con tanta oferta la distinción, la diferenciación, el valor añadido sobre los demás, es muy importante. Y ahí están. Desde la huerta más tradicional, los cucuruchos más innovadores.