A muchos personajes les gusta hablar más de la cuenta, lo que da lugar a que en su prédica digan tonterías y yerren en ocasiones. El caso es embaucar e intentar vender algo de lo que ellos mismos no están convencidos, pues simplemente su discurso cae dentro de la demagogia barata, en la que perecen los ingenuos oyentes.

Recuerdo esa anécdota de un liante que iba por la calle pregonando: «¡A peseta, a peseta!». Y al ser preguntado por un viandante qué vendía, le respondió: «Nada, pero, es barato». Realmente esta situación de vender barato, porque es humo lo que se oferta, se repite una y otra vez en aquellos personajes del principio, a los que, en alguna ocasión habría que decirles aquello de que hablas más que un sacamuelas, personajes estos ya legendarios que en los mercados y ferias con sus terroríficas tenazas en ristre, aseguraban que en la extracción no iba a causar dolor. Eso sí, en aquellos momentos, sin anestesia y recurriendo a marear al sufrido cliente con su verborrea, dejándolo inconsciente. A veces, a aquellos de los que hablábamos al principio, en tono despectivo se les llama también charlatanes, cuando este oficio de vendedor ambulante merece todos los respetos y admiración. A estos nos vamos a referir, pues su presencia en el mercado semanal de los martes, o durante la feria de agosto, cuando se celebraba. A buen seguro que su persona, sus bienes y sus mercancías no serían «presos, vejados ni molestados», tal como se establecía en la crida o pregón de la citada feria en Orihuela, en 1525, que por entonces se efectuaba desde el día de Todos los Santos, el 1 de noviembre, hasta el día 15. El trabajo desarrollado por los charlatanes, es todo un arte, y de ellos hemos tenido buenos ejemplos en nuestra ciudad con la saga de los Gabín, conocidos popularmente como « Ramonet», que con su ingenio desde la parte trasera de una camioneta eran capaces de vender lotes de mantas, medias de «crital», peines, bolígrafos y todo aquello que hiciera falta. Para desarrollar este oficio, decía Ramón Gabín en una entrevista que le efectuaron el 16 de enero de 2004, que había que ser aventurero y llevar sangre de circo, así como chispa, buen humor y mucha capacidad de improvisación. Gracias a esta familia de charlatanes el oficio no ha desaparecido y su ya tradicional concurso en la mañana en que se conmemora la festividad de San Antón, ha servido para mantenerlo vivo, haciendo acudir a aquellos colegas procedentes de diversos puntos de España. Así, durante años, el Barrio de San Antón ha sido testigo del buen hacer de «Mingorance», «Picoloro», «El Halcón», «El Elegante» o «El Actor», sin olvidar a algunos oriundos como «El Pajiso»; vendiendo y haciendo espectáculo a la vez.

Orihuela supo reconocer el trabajo de «Ramonet», por la proyección que hizo de nuestra tierra. Primero popularmente, después habiendo sido investido como Caballero de San Antón, en 2002. Tras ello, rotulando con su nombre la plaza de la ermita del Santo, que fue inaugurada el 15 de enero de 2006. Y por último, en la fiesta de 2008, siendo homenajeado tras haber fallecido en julio del año anterior.

Algunas veces pienso que aquellos personajes de los que hablaba al inicio, deberían dejar a un lado sus artes de encantadores de serpientes y su cercanía a los sacamuelas de antaño, y emplear las de los charlatanes, profesionales honrados que, por desgracia, están en vías de desaparición y que, por suerte se siguen manteniendo gracias al concurso oriolano.