La crisis neoliberal nos aboca a una bifurcación histórica: o la deriva autoritaria, el retroceso de derechos y la consolidación de un modelo al servicio de las élites, o bien una alternativa democrática, al servicio de la gente común, basada en mayor soberanía, solidaridad y derechos sociales. Apostar por esta segunda vía implica construir un ancho camino donde quepan identidades y tradiciones políticas que, más allá de sus diferencias, comparten un mismo horizonte emancipador. Quizá por eso, afortunadamente, cada vez más personas pensamos en la militancia política no tanto en clave de apego a unas siglas, sino de la posibilidad de ser útiles para un proceso de transformación social y democrático. .

Tal vez eso explique que, pese a no militar orgánicamente en Podemos, siempre he vivido con alegría sus logros, desde su mismo nacimiento. Del mismo modo que he estado encantado en colaborar con su gente (que también es la mía) cuando algo he podido aportar.

En cualquier caso, reconozco que el llamado Vistalegre Valenciano (cuyo primer reto quizá estribe, precisamente, en ser "menos vistalegre" y "más valenciano") me toca con especial cercanía por dos razones. Primero porque, quienes trabajamos activamente en el municipalismo transformador, sabemos que la soga que asfixia nuestras democracias municipales a menudo se teje en instancias superiores. El Derecho a la Ciudad es una quimera si no logramos una profunda transformación a escala autonómica, estatal y europea. Un cambio real que otorgue a nuestros pueblos y ciudades la soberanía y recursos para defender el bien común desde lo cercano.

Pero, además, en el proceso de Podem ha emergido con especial fuerza la figura de Antonio Estañ, candidato a la Secretaría General con "Una Marea per Aprofundir el Canvi". Mi primer encuentro con Antonio, allá por 2013, fue durante los homenajes a Miguel Hernández en los Murales de San Isidro. En aquel momento compartíamos amistades y espacios derivados del 15M. Nos conocimos, pues, en plena vorágine de repolitización colectiva marcada por la esperanza de construir un nuevo país. Tiempos que, lejos de haber muerto, hoy están reencarnados en una nueva fase: de la indignación a la acción y de la protesta a la propuesta. El caso es que poco tiempo me bastó para percatarme de que, tras esa mirada huidiza, se escondía un tipo endiabladamente inteligente y absolutamente comprometido con la posibilidad de transformar la realidad. Eso y un par de chanzas sobre los Monty Python me bastaron para empezar a sentir un cariño que desde entonces, y en diferentes escenarios, se ha convertido en una de esas amistades que, aunque no siempre con acierto, intentamos alimentar de compromiso político y cuidados mutuos a partes iguales.

Obviamente, dado el lazo afectivo que me une con Antonio, escribo a medias con la razón y a medias con el corazón. Pero, al fin y al cabo ¿existe algún análisis político que no esté empañado y coloreado por una dimensión emocional?

En cualquier caso, además del sano vicio por el humor posmoderno, Estañ y yo también compartimos una gran afición por el ciclismo. Si algo enseñan las dos ruedas es que los liderazgos individuales carecen de éxito sin estructura de equipo, estrategia y trabajo colectivo. Por ello, en la Asamblea Ciudadana de Podem lo más relevante no reside tanto en las "hojas de servicios" individualizadas de cada candidatura. Nadie duda de que en todas habrá dosis similares de compromiso, sufrimiento y experiencia. Entrar en un concurso de méritos o arrogarse en exclusiva el papel de "pueblo" no es hacer política, sino narcisismo. La clave está en el diagnóstico que cada equipo realiza del actual momento político valenciano: hacia dónde quieren pedalear, con qué estrategia y cómo se darán relevos. Sobre todo sabiendo que el viento sopla de cara y quedan puertos de excesiva dureza.

Hoy, impugnar la totalidad del "Govern del Botànic" negando cualquier avance o cambio, sería un análisis de brocha gruesa absolutamente alejado de la realidad. Ahora bien, pensar que el actual gobierno valenciano representa una alternativa transformadora de futuro sería de una ingenuidad suicida. La terrible herencia socioeconómica que sufre el pueblo valenciano no se explica sin un consenso neoliberal estatal y europeo del que, obviamente, el PP no es único responsable. Sin embargo, el carácter especialmente depredador, corrupto y agresivo con que el PP desarrolló el neoliberalismo en nuestro territorio, permite intuir una especie de "singularidad valenciana". Un modelo que aceleraba la destrucción del territorio, la fractura social y el colapso económico a tal velocidad que la sociedad valenciana parecía una locomotora desbocada que avanzaba directa hacia el siniestro total. En ese sentido, el mayor mérito del Botànic ha sido el de actuar como "freno de emergencia" frente a ese tren que conducía a la catástrofe. Ahora bien, hay una gran diferencia entre "frenar" y "cambiar el rumbo". Esto es, no basta con contener los saqueos más salvajes que el PP perpetraba, hay que construir un horizonte de futuro en positivo que llene de esperanzas a quienes siguen pensando que no hay alternativa. Un proyecto valenciano que no dependa de la turistificación masiva, la lógica del ladrillo o la precariedad. Que no dependa de sepultar bajo un mar de cemento un territorio que pierde industria y agricultura. Ningún proyecto político puede sobrevivir justificándose como un freno respecto a lo que sufríamos ayer. Necesitamos un trazado alternativo hacia el que caminar mañana. Para ello, tal vez el mejor Podem sea aquel capaz de poner en valor aquello que ya se ha logrado, al tiempo que sigue despertando ilusión al no renunciar ni a un ápice de lo mucho que queda por lograr.

En todo caso, dicho cambio será imposible sin una doble descentralización de la política valenciana. Necesitamos un proyecto valenciano que reivindique su singularidad y derechos en el marco de una España plurinacional (financiación, infraestructuras, derechos lingüísticos?). Pero, a la vez, necesitamos un proyecto valenciano capaz de reconocer su propia diversidad interna. La solución frente al centralismo valenciano marcadamente reaccionario y divisor del PP no es otro valencianismo progresista y tolerante pero igualmente centralista. Necesitamos reconstruir la identidad del pueblo valenciano en clave de solidaridad entre sus diferentes territorios. Un reto para el que necesitamos también descentralizar y redistribuir la geografía del poder en las organizaciones transformadoras. El cambio valenciano no debe "llegar a" los territorios, sino "nacer en" ellos. Hay decretos, medidas o propuestas cuyo éxito o fracaso no dependerá tanto de sus bondades "objetivas" sino de la capacidad subjetiva de que la gente de cada comarca las sienta como propias y apropiadas a su contexto.

Un cambio que, además, debe encarnarse en los municipios, entendiendo que las agendas locales no deben subordinarse sistemáticamente a las lógicas de partido a otra escala. El mayor mérito del municipalismo transformador estriba en su capacidad para desbordar las fronteras de las organizaciones políticas estatales y autonómicas. Hacen falta fuerzas transformadoras (no sólo Podem) que acompañen y arropen al municipalismo, pero que nunca lo subordinen.

Escribía Víctor Maceda en "El despertar valencià" que, en 2015 la sociedad valenciana despertó de "un largo letargo que parecía no tener fin". Pero también recordaba que hoy persiste el riesgo de retroceso. De que el temor a desperezarnos y pisar la realidad nos haga volver a caer anestesiados. Para conjurar ese riesgo no basta con recordar lo terrible que fue la pesadilla del PP, sino que debemos construir una ilusión alternativa que nos permita soñar despiertas y despiertos.

Sea cual sea el resultado de Podem en su asamblea valenciana, será una fuerza fundamental para consolidar ese despertar valenciano. Desde el máximo respeto a cualquier otro equipo o candidatura, creo que Aprofundir el Canvi tiene el diagnóstico más efectivo y el mejor equipo para consolidar ese cambio. Sé que si Antonio Estañ es elegido secretario general me voy perder muchos "raticos" de placer con él en nuestra pequeña patria común: la Vega Baja. Pero también sé que quizá esa decisión beneficie a "tot un poble per construir": de Orihuela a Vinaròs. Merece la pena intentarlo. Nos queda todo por ganar.