Con la tradicional procesión de San Vicente concluía en la mañana de ayer el ciclo procesional de la Semana Santa torrevejense. Una modesta procesión en torno al Santo Sacramento que por contenido y por tamaño se engloba entre aquellas que verdaderamente se pueden llamar «de culto». Es esta del día del Santo Ferrer una procesión íntima y recogida a la que los torrevejenses asisten por esas costumbres que tienen que ver con los padres y los abuelos. Por esos rituales envueltos en fe que entroncan con el sentimiento de la gente que se siente de un lugar. Una procesión sencilla cuya finalidad es acercar la Eucaristía a personas que por edad o incapacidad no pueden acercarse a la parroquia. Y en Torrevieja desde hace más de cien años se hace por todo lo alto.

Entre una escandalera de campanas, puntual a su segunda cita de Pascua, aparecía el Santísimo entre los varales del palio a las puertas del templo de la Inmaculada. Poco público en la calle y los componentes de la Unión Musical que, como siempre, avisan de la Santa Presencia con los sones del himno nacional. Vuela el humo de incienso en la mañana de primavera y el Viático que inicia su marcha mientras la gente se colocaba en las filas para acompañarlo, y la tradición volvió a la Glorieta un lunes más de San Vicente.

Varias paradas incluyó el recorrido. La primera a poco de salir, entre Clemente Gosálvez y Caballero de Rodas. Paradas discretas en las que el sacerdote abandona el palio para acercarse con el Sacramento Sagrado a alguna vivienda particular.

Dentro queda el misterio de la eucaristía. Mientras, se espera en silencio, mucho más palpable que las procesiones de la Semana Santa pasada, o con el compás que marca la percusión de la banda. Solemnizó el itinerario como acostumbra la Unión Musical, impecable.

Sonó «Nuestro Padre Jesús» que dedicara en 1935 Cebrián Ruiz al Nazareno de Jaén. Sonó «Santa María de Ripoll» del catalán Juan Lamote. Marchas imprescindibles, para ir marcando el paso lento que fieles y acompañantes deben guardar en la comitiva, para crear la atmósfera de lo especial, de lo divino.

Corta

Porque divina era la mañana con el sol iluminando a pleno las vestiduras blancas de los sacerdotes, los flecos dorados del viejo palio y los verdes abanicos de las washingtonias por la calle Canónigo Torres. Concluyó la corta procesión -cada vez más corta, cada vez con menos comulgantes- como empezó, a los pies del templo de la Inmaculada y con la retirada del Santísimo empezó el tiempo de preparar las viandas para pasar en el campo el lunes de San Vicente. Como manda la tradición.