Aquel hombre poseía el don del sarcasmo y, consecuentemente, hacia gala de un humor sarcástico, casi corrosivo cada vez que podía. Cuentan de él lo ocurrido cuando un temporal de viento de levante estuvo azotando Torrevieja, con aguaceros continuados, toda la noche. Al llegar la mañana, este vecino, que era un mirón, al saludar a sus convecinos aguadores circunstanciales, les preguntó con sorna si la lluvia le habían ocasionado algún «resumaíco» en el techo.

Cuento esta historia yo, que he nacido y vivido en un pueblo donde la lluvia siempre es añorada -como la nieve (sólo la he visto caer aquí tres veces en mi vida)- y cuando cae se convierte en noticia, como ocurrió a lo largo del último fin de semana donde se llegaron registrar en uno de los seis observatorios del Proyecto Mastral 150 litros en cuatro días.

Hay años en los que no se llega a alcanzar la media anual de precipitaciones, que está cifrada en 260 litros. Hasta el reciente episodio, este 2016 quedaba como de los más secos, dato ya caduco pues se han contabilizado 270 litros, aunque es un registro caprichoso pues hay diferencias de hasta 60 litros menos entre el centro de Torrevieja y la zonas del sur, situadas a solo un par de kilómetros, como son los casos de El Acequión o Los Altos. Episodios de este tipo, que suelen darse principalmente desde septiembre a diciembre, los he conocido incluso en agosto y febrero

Como más o menos viene a cantar Raimon, en esta tierra no sabe llover. O llueve mucho y lo arrasa todo o la agobiante sequía lo cubre todo de polvo y lo «socarra». Esta circunstancia es sabida a nivel de calle y, por lo tanto, los técnicos deben conocérsela al dedillo, pero se olvidan de aplicar las medidas para evitar inundaciones o cortes de viales.

Y me estoy refiriendo a este pueblo marcado por dos vertientes. Por una, la que abarca el casco urbano tradicional, donde todas la aguas pluviales van al mar. Termina el chaparrón y desaparece el agua dejando reluciente el asfalto y las aceras, llevándose de paso la porquería, los excrementos y los orines que la impregna durante meses. Esta zona fue durante muchos años la única que tuvo alcantarillado. Fue construido a principios de la década de los años cincuenta del pasado siglo en la calle de La Rambla, hoy Rambla de Juan Mateo.

Un alcalde de aquellos entonces, creo que fue César Mateo, aburrido de que cada vez que llovía el agua se llevara el pavimento de piedra machacada al mar, por la desaparecida playa de Arenal, realizó una conducción soterrada y lo evitó. Cuando sepultaron -como otras tantas cosas- la playa ya redujeron la capacidad de esta conducción con lo cual aparecieron los problemas. Por lo visto en estos días, las obras de ampliación realizadas a finales del mandato pasado, tras años de espera, en el relleno del recinto pesquero y aledaños lo han solucionado. Las ejecutó Agamed. Cuando se presentaban siempre parecía que nos hubieran hecho un favor. Nunca recuerdan que estas obras, que casi siempre llegan tarde, se financian con la factura de cada uno de los 120.000 clientes de Torrevieja. En la otra vertiente citada, se han construido urbanizaciones a mansalva. En ninguna de ellas se planificó mínimamente dar salida a las aguas que, en este caso, van morir a la laguna salinera, cuya cota está situada a siete metros bajo el nivel del mar.

A consecuencia de las pasadas lluvias y sólo en la urbanización El Paraíso de Torrevieja fueron evacuadas más personas que en toda la Vega Baja por la temible crecida del Segura. Al final, afortunadamente, los albergues preparados en Orihuela y Almoradí, no fueron necesarios. Pero aquí, tranquilos, construíamos casicas, las vendimos y el que venga detrás: que arree. Así se solucionan las cosas en estas tierras, donde por rapiñar un palmo de suelo sus gentes son capaces de matar a su madre.