No tuvieron más remedio. Les fue imposible a pesar de emplearse a fondo para conseguirlo, pero el armador de aquel velero no tragó. Pretendían hacerle creer que no podían salir a la mar con el argumento de que soplaba levante. Lo que en realidad deseaban aquel patrón y sus tripulantes era quedarse en Torrevieja, el Día de La Purísima, comer en familia cocido con pelotas y asistir a la procesión de la patrona. Se quedaron «descuajaos», sin gotica de sangre y de esta guisa, haciendo de tripas corazón, levaron anclas, izaron velas y con buen tiempo salieron de la rada torrevejense el amanecer del 8 de diciembre rumbo a Barcelona cargados de sal. En mar abierto, cuando comenzó a caer la tarde de aquel día, a los marineros les embargó una triste congoja. Añoraban la procesión que a esa hora estaría saliendo a las calles de su pueblo.

No lo pensaron dos veces: agarraron un par de remos enjaretándolos a un tambucho, encima del que colocaron una pequeña imagen de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros, pero al fin y al cabo, la talla de una virgen. Con una lata de tomates en conserva vacía improvisaron un tambor, a cuyos redobles los marineros de aquella tripulación se fueron turnado para portar sobre sus hombros aquel improvisado trono desde la proa a la toldilla de popa, una y otra vez, haciéndolo desfilar, marcando el paso sobre la cubierta del barco. Mientras realizaban aquel corto trayecto, el contramaestre simulaba con voz atronadora los sonidos del disparo y explosión de los cohetes, entre un tremolar de velas blancas y la luna llena.

He recordado esta historia después de ver en las calles de la ciudad, acompañado y con aire de ausente a «El Morterico», Joaquín Montoro. Él me la contó hace años, asegurándome haber sido uno de los protagonistas del episodio narrado.

El Morterico siempre ha estado muy vinculado a las fiestas patronales de la Purísima y también a todo lo relacionado con Torrevieja y a los premios Diego Ramírez Pastor (PDRP).

Este hombre, bajico, menudo, lleno de humanidad, llano, humilde y, sobre todo, sincero, ha sido un firme puntal en las cenas de hermandad de este premio, en las que siempre contaba anécdotas con su tono habitual, diciendo lo conveniente, sin orillar alguna inconveniencia, pero con gracia, en esta velada anual marcada por las intervenciones para glosar las virtudes de los premiados y donde en más de una ocasión he escuchado «amorosas crueldades», como escribió el poeta, dignas de causar el sonrojo de los galardonados o la hilaridad de los comensales.

Al Morterico, un exalcalde de la tardodictadura, Juan Mateo -creador del PDRP y cuyo compromiso con su pueblo siguen recordando los vecinos-, le distinguió con un premio simbólico. Años después, el también exalcalde Pedro Ángel Hernández Mateo, cuando todavía tenía a bien consensuar los nombramientos honoríficos, se lo pensó una mañana y a mediodía, con motivo de un acto en torno a la celebración del Día del Ausente, le nombró Hijo Predilecto de la ciudad. Joaquín, abrumado, me dijo en aquella ocasión que él había nacido en el cercano municipio de Rojales, pero que estaba muy contento con el nombramiento.

Son muchas las Purísimas que he vivido con infinidad de recuerdos en torno a esta celebración local. Un año llovió tanto que se suspendió la procesión y desde un inundado pueblo de la huerta de la Vega Baja vinieron a llevarse un bote de remos. Ayudé a cargarlo y me embadurné mi gabardina recién estrenada con la pintura de patente. Días mas tarde vi a Ramoníco, «El Rampete» en una fotografía remando, con aquel bote, sobre una superficie inundada.

Otra vez un cura de armas tomar, don José Asencio Campello, se peleó con los miembros del Coro Parroquial, o estos con él, y les impidió cantar dentro de la iglesia. El caso fue que los coralistas anunciaron su intención de cantar a la Virgen en la calle al paso de la procesión. El sacerdote, entonces, amagó con traer a miembros del Ejército para que llevaran las andas del trono sin detenerlo en ningún sitio. No cumplió su amenaza y la comitiva procesional paró ante los cantantes y estos cantaron.

P.D. : Los seres libres aman el mar... Lo escribió Charles Boudelaire. Lo plasmo aquí recordando a Viviana Hunter. Su arrolladora humanidad nos dejó. Sus cenizas esparcidas en el mar llegarán hasta su Buenos Aires querido.