En ocasiones, y aunque no conviene abusar, la improvisación nos regala momentos mágicos y circunstancias excepcionales que, caso de haber sido planificadas, no tendrían ese sabor auténtico de lo irrepetible. Corrían los últimos días de octubre del año 2010 y Orihuela se preparaba para recordar con multitud de actos, con mayor o menor fortuna, el Centenario del nacimiento de Miguel Hernández: actos institucionales, la presencia de Joan Manuel Serrat en Orihuela, asociaciones culturales... La agenda estaba repleta para celebrar la llegada al mundo de alguien a quien muchos de sus paisanos habían denostado o considerado un poeta menor durante mucho tiempo, e incluso durante esos días de reconocimiento póstumo.

En una conversación informal, sin más intención que comentar la miríada de actividades que se habían programado, Eduardo López Egío, quien esto suscribe y Monserrate Guillén concluimos que echábamos en falta tal vez el más sencillo recuerdo que se pudiera hacer a Miguel Hernández: que el pueblo, la gente de la calle, la que no tenía cabida en las fotos y noticias de los fastos institucionales, leyera sus poemas durante la noche que precedía a su Centenario. A Edu, podríamos decir de forma coloquial, «se le encendió la bombilla» rápidamente y comenzó a imaginarse ese acto. Repetía una y mil veces, como lo hizo esos días, que, según Elvira, una de las hermanas de Miguel, éste había nacido a las seis de la mañana porque en el momento de su alumbramiento, las campanas del Monasterio de San Juan comenzaron a sonar dando las horas.

Contactamos con varias personas que se unieron a este grupo improvisado donde sin dinero, sin patrocinadores, sin ninguna presencia institucional, se quería gestar una reunión para permitir a cualquiera que se acercara a las puertas de la Fundación Miguel Hernández (cuyas escalinatas e instalación eléctrica sirvieron de infraestructura mínima) leer, recitar, cantar, la obra hernandiana. Ana Gómez-Pardo, José Manuel Lorente Ortuño, Aitor Larrabide, José Antonio López Egío, ... constituían parte de esa pandilla de locos que animados por el primer empuje de Eduardo quisimos llevar a cabo esa lectura con la intención de prolongarla hasta las seis de la mañana, momento en el que recordaríamos el nacimiento de Miguel a las puertas de su casa natal.

Para nuestra sorpresa, pues poco tiempo tuvimos para publicitar el acto, esa noche más de 400 personas se dieron cita en la plaza anexa a las Casa Museo y a la Fundación. Habíamos contactado con diversas personas del tejido social oriolano para que nos sirvieran de apoyo y, con su propia lectura y el «boca a boca», contribuyeran a ese espontáneo recital. Algunos nos dijeron que sí, dejándonos plantados a última hora, pero otros muchos se lanzaron a recitar pasajes de la obra de Miguel, e incluso a cantar para celebrar el Centenario de su nacimiento, caso de Fraskito, Esmeralda Grao y Gremio DC.

Fue a las tres de la mañana cuando los organizadores decidimos acabar el recital público. Parte del objetivo que teníamos, mantener viva la lectura de poemas hasta las seis de la mañana, no se había conseguido. Pero, animados de nuevo por Eduardo y acompañados por un grupo de personas que se animaron a quedarse con nosotros, permanecimos en casa de Ana Gómez-Pardo hasta poco antes de la hora que en que Elvira afirmaba que nació Miguel Hernández. Allí tomamos la instantánea que aparece sobre estas líneas y allí pudimos decir que oriolanos de a pie, de toda condición y credo, velamos la noche más larga de la cultura en Orihuela.

Nada de esto se hubiera podido conseguir sin la ilusión de un grupo de personas que nos lanzamos a improvisar desde el corazón una sencilla actividad para demostrar nuestro infinito cariño a la figura de Miguel. Pero hoy, unos años después y en la misma fecha de conmemoración del nacimiento de Miguel, valga este recuerdo para poner en valor y expresar públicamente un reconocimiento a quien, desde donde estuvo, siempre llevó por bandera a Miguel. Allí donde estés, muchísimas gracias, Edu.