Desde hace un tiempo hay un paraíso, el mío y el de muchos, entre rejas. Es uno de los paisajes más espectaculares de Torrevieja, con palmeras centenarias, dunas y una ensenada con aguas cristalinas sobre praderas de posidonias que albergan ecosistemas. A salvo del disparate urbanístico de las últimas décadas, es una de las pocas playas aisladas de la ciudad donde se puede escuchar el sonido del mar y los pájaros, incluidos loros. Lo Ferrís es un lugar idílico, y es algo más -mucho más- que la imagen de marca en las ferias de turismo.

Un, dos, tres... responda otra vez. La feria televisiva rifaba sin parar otro pisito piloto hasta que el modelo se agotó y la carroza de oro se convirtió en una calabaza llamada Ruperta. Dicen los números que Torrevieja es la ciudad más pobre de España. Cuentan los periódicos que es un modelo caduco, mientras la memoria colectiva desempolva fotos en color sepia. Los más mayores del lugar hablan de grandes dunas doradas peinadas por el viento, escondite de escarabajos y besos furtivos. El amor se buscaba entre ellas, con alguna novela de Corín Tellado de por medio. Lunas de miel en las mil y una noches entre palmeras. Niños -ahora adultos- que dicen ser hijos del mar.

Sueños de una noche de verano, cuando los caminos eran de tierra, sin tendido eléctrico; cuando las primeras barracas y casas, con el agua corriente del aljibe, se hacían con lo que se iba teniendo; cuando se salía a costear; cuando en Ferrís se plantaban pimientos, melones e higos de pala; cuando se rodaban películas de piratas con aires caribeños; cuando los más pudientes tenían una caseta a pie de playa para ponerse el traje de baño; cuando aún no se habían perdido los escrúpulos para transformar el antiguo pueblo de pescadores en bloques de hormigón. Pero de nuevo vuelve el runrún amenazante, ahora en forma de «muro de la vergüenza», que acorrala un paraje de gran valor cultural y ambiental. «No me enseñes más postales si no saben, si no huelen: un Mediterráneo en vivo», dice el anuncio de la Comunidad Valenciana. Pues eso, no me enseñes más postales si no las sientes: por un oasis necesario, para que no sea un espejismo en un paraje que muere de sed. El muro viola tierra virgen y usurpa memorias. Por eso hay quienes alzamos la voz con «Salvemos Lo Ferrís» para advertir de que es una ocupación ilegal que invade la cañada real costera, patrimonio de todos los ciudadanos. Después de organizar con Asaja Alicante una protesta que dejó curiosas imágenes, como un rebaño de ovejas en una cala de Torrevieja en pleno agosto, el Ayuntamiento anunció que revisaría la licencia de obra. La Conselleria de Medio Ambiente había admitido que el vallado corta la cañada que pasa por el palmeral.

Nos han llamado ladrones, okupas y hasta piratas. Lo hicieron los que aprietan el botón automático de la sacrosanta propiedad privada. Son los mismos que apoyan que hagan lo que quieran en lo suyo, pero luego, más papistas que el Papa, no ponen el mismo énfasis en defender lo nuestro, lo de todos.

Y resultó que enseñaron los dientes los bucaneros anclados en otros tiempos de abordajes y estraperlo. Nos dijeron que no teníamos título de propiedad, que éramos unos desagradecidos, como si reclamar nuestros derechos fuera un lujo que no nos podíamos permitir, como cuando había que rendir pleitesía al Don y quitarse el sombrero al paso de la galera. No se pusieron a pensar que ese pedazo de tierra es nuestro y no del que tenga más. «Salvemos Lo Ferrís» lo formamos ciudadanos sin intereses políticos ni económicos; nuestro único beneficio es preservar este lugar, también para las generaciones futuras. Ni palmeros del Ayuntamiento ni su azote, sino más bien quijotes que ven palmeras gigantes donde otros sólo ven rascacielos y un paraje que muere por abandono. Escribía Miguel Hernández que «piedra por piedra es peso y hunde cuanto acompaña aunque esto sea un mundo de ansia viva». El muro comienza a agrietarse. Es hora de arrimar el hombro. La ocupación de las vías pecuarias es histórica; a veces se cortan y otras se desvían ilegalmente con el silencio de quien debería custodiarlas. Pero a tiempo se está de revertir esta situación.

En los años 60 los Reyes de Bélgica quisieron comprar la finca. La señora Nieves, propietaria en aquel momento, dijo que no podía venderla ni por todo el oro del mundo. El bloque de hormigón ha lapidado raíces no sólo de palmeras centenarias sino también de nuestra esencia.

El muro supone una aberración, hasta el punto de que parece el vallado de una frontera entre la usura -por herencia-, la especulación y la ensoñación.

El progreso no tiene por qué ser destrucción. El desarrollo y la conservación de la naturaleza deben ir de la mano, con el mantenimiento y la mejora de este paraje, ahora perturbado por el «muro de la vergüenza» y la presión urbanística. Se puede impulsar un corredor que conecte Lo Ferrís con la laguna de Torrevieja; un pulmón para que el ciudadano disfrute de la naturaleza, con espacios para el paseo y un sistema de pasarelas y miradores que facilitarían el acceso a la playa. Se puede cambiar la imagen de ciudad más pobre a otra que equilibra turismo de calidad y conservación. Este año fui hasta la cala para contemplar las lágrimas de San Lorenzo, una actividad tan tradicional y mágica en nuestro Mediterráneo. No fui la única. En un ambiente respetuoso con el entorno, vimos las Perseidas, que también se llaman así por Perseo, héroe mitológico que decapitó a Medusa, capaz de convertir en piedra a los hombres sólo con la mirada. Susurré un único deseo a las estrellas fugaces: preservar este paraje para que no quede convertido en piedra.

El domingo se ha organizado por la Plataforma una limpieza del paraje a partir de las 10.30 horas